Santa Rosa de mis recuerdos
Por Lizardo Enríquez Luna*
Preámbulo
El preámbulo que considero oportuno para hacer memoria de los recuerdos de infancia y adolescencia en mi pueblo de origen, está ligado precisamente a esta idea de convocar a los hijos de Santa Rosa, no sólo para que narren lo que en un pasado vivieron, sino para mantener el vínculo con el lugar donde se formaron en los primeros años. Esta animación de volver al pasado se la debemos a la Casa de Cultura de Ciudad Mendoza que busca los medios para conjuntar a los paisanos con el fin de hacer brotar estas remembranzas.
Aprovechando este espacio es justo recordar que la Casa de Cultura cumple en estos días 29 años de existencia y siempre ha tenido al frente a dos pilares que son Elia Núñez y Roberto Ortega. Quien no conozca la historia relativa al fomento cultural local podría decir que los directivos de esta institución se han convertido en vitalicios en el puesto, pero en esta materia no es así. En primer lugar se trata de una labor realmente titánica para la cual los recursos económicos son escasos. En segundo lugar, quienes encabezan la Casa de Cultura han llevado a cabo su actividad durante aproximadamente 40 años.
Entre 1978 y 1979 viajé con frecuencia los fines de semana de Xalapa a Ciudad Mendoza. En esos años asistí con frecuencia a los eventos que a través de un grupo cultural organizaban Roberto y Elia por su propia iniciativa. A esas actividades asistíamos mí madre, mi esposa y quien narra estos hechos. Recuerdo dos magníficas películas: Tito el elefantito que vimos en el salón de actos del sindicato de trabajadores y otra sobre el Movimiento Estudiantil de 1968. La segunda se proyectó al aire libre en la pared de una casa y los asistentes nos acomodamos como quisimos en plena calle. Esos son bellos recuerdos que le debemos a la promoción cultural de nuestros amigos, todavía sin Casa de Cultura. Así es que por derecho propio son los promotores de la cultura de Santa Rosa. Que mis sencillas palabras constituyan un homenaje al trabajo que han realizado.
Disfrute de la naturaleza
Los mejores recuerdos de la infancia y la adolescencia se remontan a todo aquello que estaba más cerca de nosotros. Este relator vivió las experiencias a esas edades en la Colonia Álamos, territorialmente mitad Santa Rosa y mitad Nogales. Con la familia vivimos ahí en una casa de madera, en un terreno en el que mi padre sembró árboles de ornato árboles frutales y muchas flores: buganvilias, azucenas, rosas de diversos colores (incluso verdes), camelias, violetas variadas, alcatraces, pasionarias, nardos y muchas otras que por ahora no recuerdo. Lo anterior está asociado con mi maestra de tercer grado de primaria en la Escuela “Enrique C. Rébsamen”, Rosalía Quintero Mármol, quien hacía sentir siempre su afecto, su buen trato que a un niño tan introvertido como yo daba plena confianza. Con esa alegría, en la temporada en que había flores de nardo, yo le llevaba una varita diariamente a ella.
La convivencia en la Colonia era única para mí. Con mis amigos más cercanos, Macario Jiménez (ya fallecido) y Leandro Hernández (que vive en la Ciudad de México y tiene un hijo que se llama Lizardo) vivimos experiencias maravillosas. Aunque el grupo de amigos incluía a otros de mayor edad como Regulo Carrizal y a otros menores como Esteban Velasco. Había más amigos de la Colonia que no voy a enumerar por ahora. A veces con unos de esos amigos y a veces con otros, salíamos a disfrutar todo lo que había de la naturaleza que nos rodeaba: al Rincón de las Doncellas, al Río Blanco, y al Canal, que eran los lugares de agua a donde continuamente íbamos a nadar, o a zambullirnos cuando menos.
En el Rincón de las Doncellas el agua era totalmente cristalina. A lo largo del río que bajaba de lo que era la presa había muchos espacios para meterse a nadar. El terreno que rodeaba esta belleza de río estaba cubierto de árboles de zarzamoras. Entre estos árboles todo mundo sabía que era lugar preferido por parejas de hombre y mujer para expresarse su amor. La primera parte de este río terminaba al llegar a la carretera que comunicaba Ciudad Mendoza con Ojo Zarco, Tecamalucan y Acultzingo, en la única vía que para camiones y automóviles había en esa época para viajar de Orizaba a Puebla y México. Estas longitudes y las que seguían por el Río Blanco frecuentemente las recorrimos a la sombra de Álamos y Ahuehuetes.
Al otro lado de la carretera mencionada se encontraba La Taza de agua, centro de almacenamiento para el canal que alimentaba el movimiento de máquinas de la fábrica textil. Más abajo, al pie de la montaña, corrían paralelos ese canal y el Río Blanco. En estas aguas también solíamos ir a nadar periódicamente. Los espacios escogidos por nosotros se encontraban casi en línea recta con la Colonia en la que vivíamos.
Organizados en grupo de 5 o más jovencitos hacíamos excursiones a la Cueva del Diablo, que también nos quedaba en el rumbo cercano a nuestros domicilios. Nos preparábamos con lámparas de pilas o a veces con antorchas para ingresar a la obscuridad, no sin antes pasar lo más difícil que era escalar del pie de la montaña a la boca de la cueva, en un tramo escarpado de más o menos 5 metros. Pero se trataba de una gran experiencia. Nos sentíamos los odiseos de Santa Rosa, o por lo menos de los Álamos.
Un disfrute más, inigualable para nosotros, de descubrimiento de lo que había y de medida de nuestra intrepidez, fue subir esa misma montaña hasta su cúspide conocida como Las Cruces, precisamente por arriba de la Cueva del Diablo. Eso lo hicimos en muchas ocasiones. Otra experiencia que dos o tres veces tuvimos fue dar toda la vuelta a esa montaña, bajando y caminando hasta el pueblo de Necoxtla, para luego seguir por los caminos más conocidos de La Cuesta y el puente sobre el Río Blanco que comunica Santa Rosa con sus dos congregaciones. Para nosotros era algo así como la vuelta al mundo.
Descubrimiento de la personalidad.
Un aspecto vinculado a la convivencia con el pueblo lo constituyó la asistencia a los centros escolares de la niñez y la adolescencia, de lo cual cada mendocino tiene cosas que decir. De hecho la convocatoria del Foro Santa Rosa de mis recuerdos ha hecho hablar a un buen número de coterráneos que han sacado información a su disco duro interno. En mi caso personal, tengo que confesar que fui un tipo radicalmente introvertido. Esa introversión me creó innumerables limitaciones para las relaciones sociales, incluso me hizo sumamente temeroso. Un poco lo superé después, pero ser introvertido de muchas maneras se lleva por siempre.
Así transcurrió mi paso por el jardín de niños, la primaria y la secundaria. He comentado a amigos y compañeros en años posteriores que la mayor parte de aquella época fue como si hubiera vivido en la obscuridad. Estaba cursando segundo grado de la secundaria cuando llegó a la escuela Jorge García Durand, alias Cuco, en calidad de voluntario para preparar oradores. Fue apoyado por nuestro director el maestro Don Emilio Fernández Contreras y recomendado por el compañero Isaías Flores Araujo. Invitaron a los alumnos que desearan participar. No recuerdo a todos los que se inscribieron, pero sí al que resultó ganador cuando se hizo el primer concurso, Luis Chávez Cantellán.
Pues bien, ya registrados los participantes se designó un salón en la planta baja del edificio para realizar los ensayos. Ahí tomábamos un lugar compañeros de los futuros oradores que veíamos con expectación esta nueva actividad en la escuela. Asistíamos en calidad de público. Los hermanos José Luis y Darío Hernández Ramos (las gallinitas) y quien da aquí su experiencia éramos los compañeros cercanos a Luis Chávez, por lo tanto teníamos un lugar garantizado para ver lo que ocurría.
Por esta incursión a presenciar los ensayos fui estableciendo amistad con el maestro Jorge, quien me invitaba a prepararme en la oratoria, pero mi introversión lo impedía. Más allá del interés para que el suscrito fuera orador, surgió en el maestro la idea de crear un grupo cultural en el cual tenía interés en que yo participara. Está demás decir que no tenía antecedente para eso, pero me dejé llevar y me nombraron secretario de lo que por breve tiempo fue la Asociación Cultural Estudiantil Mendocina Universitaria (ACEMU), la cual tendría a su cargo organizar eventos comenzando por el concurso de oratoria. La participación en estos menesteres fue lo que hizo descubrir una personalidad oculta hasta entonces, la de ser organizador.
Cuando Luis Chávez resultó triunfador del concurso interno de oratoria, así como del concurso regional y después obtener el segundo lugar en el nivel estatal, Jorge dijo: esto nos hace merecedores de asistir como observadores al concurso nacional. Viajamos a Xalapa, hablamos con el Lic. Fernando García Barna, Rector de la Universidad Veracruzana, de la cual dependía en aquel entonces nuestra escuela secundaria, y regresamos muy contentos porque nos autorizó una parte de los gastos de un autobús. De alguna manera resolvimos como completar, creo que con una aportación pequeña por cada asistente, y nos fuimos a Guadalajara al concurso nacional de oratoria un grupo como de 50 estudiantes.
Al año siguiente ya había mucho entusiasmo. El maestro Emilio estaba complacido y Jorge García tenía todo su apoyo para seguir trabajando. Así, vino la convocatoria para la preparación de un segundo grupo de oradores, de los cuales el ganador fue Rubén Suárez Águila con resultados similares a los obtenidos por Luis el año anterior. Intentamos gestionar recursos económicos para ir nuevamente un grupo de observadores al concurso nacional que se celebraría en la Ciudad de Durango, pero el apoyo fue completamente menor. De tal manera que solamente Jorge García Durand, Rubén Suárez Águila y quien relata los hechos nos fuimos a ese concurso.
En 1965 cursábamos el tercer y último grado de la secundaria, precisamente cuando Rubén fue ganador. En ese año Jorge tuvo la idea de renovar la organización cultural, razón por la cual se creó el Ateneo “Profr. Arnulfo N. García” del cual fue presidente quien hace estas remembranzas. Con las ideas del asesor García Durand organizamos una buena cantidad de eventos entre oratoria, declamación, danza y teatro. Estas actividades permitieron que muchos compañeros de distintos grados y grupos descubrieran sus habilidades y las mostraran en público.
Yo superé en cierta medida la introversión y me descubrí en un camino que me serviría en la vida como organizador, como secretario de organizaciones y en algunas cosas más. Años más tarde, mi asistencia a los ensayos de los oradores, las lecturas y la participación en actividades académicas fueron motivo para ser invitado a formar parte de jurados calificadores de oratoria de alumnos de educación primaria y secundaria.
A través de Jorge García Durand conocí a uno de los mendocinos mayores, a Marcelo Ramírez Ramírez, quien me hizo lector y con quien colaboré de manera muy directa y personal cuando se desempeñó como funcionario de primer nivel en la Secretaría de Educación Pública. La vida, la fuerza mayor del universo, nuestro pueblo de origen y personas de bien que he encontrado en el camino, me han dado más de lo que seguramente merezco. Así que doy gracias por todo ello.
Xalapa, ver., 16 de noviembre de 2016.