El Inegi, la transparencia y la democracia

Por José Blanco.
La transparencia apareció como concepto en el discurso político europeo en 1992, con el trasfondo de la falta de legitimidad y del llamado déficit democrático, que quedaron patentes en Maastricht, en relación con el paso de la Comunidad Europea a la Unión Europea (UE) y se agravó con el no danés al Tratado de Maastricht. Desde entonces se configuró un amplio consenso sobre la necesidad de hacer de la UE una organización transparente; abundan las declaraciones en ella en las que se hace mención de la necesidad imperiosa de la transparencia. En los hechos, la crisis europea desde 2007 produjo un mecanismo más bien abominable e ilegítimo (¿qué hace el FMI como parte de la troika?).

La transparencia surge para resolver los problemas de falta de legitimidad y del llamado déficit democrático. Los debates sobre la necesidad de que las instituciones estatales sean transaparentes pasaron a ser prácticamente el día a día en un numeroso grupo de países.

Que la legislación sea accesible, transparente e inteligible para todo público, se exige en la UE. Ello es condición indispensable para que la legislación pueda aplicarse de forma correcta y uniforme en los estados miembros, pero también lo es para un país como México con una enorme diversidad cultural.

¿Qué dice, para todos (todos), la ley que crea una institución del Estado? ¿Es democrática la forma en que se crean tales instituciones? ¿Es el contenido y el objetivo de una determinada institución del Estado lo que desea la mayoría de los mexicanos?

En el caso de la UE, el ya pasado año se creó el Libro Blanco sobre la Gobernanza Europea. ¿Cómo crear una Unión abierta, democrática e integradora en la que cada uno de los ciudadanos europeos pueda sentir verdaderamente que las instituciones son algo que les pertenece? La visión del Libro Blanco es una sociedad abierta y participativa en la que los distintos niveles de gobierno son responsables de sus actos ante los ciudadanos.

¿Qué debemos hacer en México para que la vasta heterogeneidad social que puebla nuestro país sienta suyas las instituciones del Estado? Parece una pregunta ingenua y fechada para las calendas griegas. Pero sólo implica un proceso de genuina creación democrática, y para decirlo con abierta redundancia, con amplísima participación ciudadana.

En el caso de la UE, la Comisión Europea reitera lo que se viene diciendo desde 1992: hay que acercar Europa a sus ciudadanos, y hay que hacerlo con información clara, apropiada y en contacto con las preocupaciones reales de los ciudadanos; hay que superar las barreras a la comunicación, ya sean de tipo lingüístico, cultural, político o institucional y tener plenamente en cuenta las diferencias entre estados miembros, puesto que hoy en día para la mayoría de los fines no existe un Público Europeo (véase, para lo referido a la UE, Ingemar Stradvik, ¿Transparencia, gobernanza y traducción ¿ha llegado la hora de un enfoque funcional?).

No tengo duda de que la institución más importante en materia de información de lo que en el país existe, sus cualidades, características, carencias, comportamientos, está en el Inegi. Ahí está el mayor cúmulo de información sistematizada, construida con una alta jerarquía de calidad técnica. No tengo duda tampoco de que aún faltan quizás abundantes temas pendientes que no han sido tocados por el Inegi, pero tampoco tengo dudas de que gran número de mexicanos no metería las manos al fuego por los datos que el Inegi proporciona. Es decir, falta saber si la junta de gobierno de esta institución se ha planteado el problema de su propia legitimidad, e ignoro si entienden en la junta esta necesidad.

Sale Eduardo Sojo y llega Julio Santaella. Sojo fue asesor de políticas públicas del inefable Vicente Fox. Con el otro inefable, Felipe Calderón, fue secretario de Economía. En ambos casos terminó sin pena ni gloria, pero, honor a quien honor merece, en el Inegi hizo un papel más que decoroso. Sojo deja un Inegi notoriamente mejor que el que cayó en sus manos en 2008. Sojo es economista por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y tiene una maestría y un doctorado por la Universidad de Pensilvania. En su trabajo académico destacan las investigaciones publicadas con el Nobel de Economía Lawrence Klein, relativas a la combinación de los modelos econométricos y los modelos de series de tiempo.

Y ¿quién es Julio Santaella? Economista por el ITAM, maestro y doctor en Economía por la Universidad de California en Los Ángeles. Ha trabajado en el Banco de México de gerente de información y análisis, y hasta hace poco era coordinador ejecutivo del Fondo Mexicano del Petróleo para la Estabilización y el Desarrollo. Parece una trayectoria más bien caquéctica para la tarea que le espera, pero no en ese el problema mayor, sino el que ya era y sigue siendo: como en el caso de Sojo, el origen de su nombramiento. Lo propone el Presidente y lo ratifica (no haría otra cosa) el Senado.

Es inadmisible que el dirigente de la institución que genera la más importante información del país se origine en una propuesta del Ejecutivo. Vivimos hoy en un país hundido en un pantano de desconfianza de todos contra todos. La credibilidad de muchas instituciones, como el Congreso, está en el suelo.

La extenuada credibilidad del Presidente alcanza ya a Santaella.