Cuando el progreso no siempre es hacia adelante
Héctor M. Magaña
¿Qué pasa cuando el progreso de un país no tiene freno? ¿Existen momentos en la historia en los que lo mejor es ralentizar? Frente a el desenfreno del supuesto progreso, la tradición juega un papel importante.
Creo que fue en un ensayo de Carlos Fuentes en donde se expuso el concepto de sociedades hibridas: sociedades en donde se mezclaba el progreso tecnológico con las tradiciones culturales. No siempre fue así para muchos. La sociedad mexicana a lo largo de su historia ha despreciado a los que se quedan atrás, a los que no caminan con prisa al único camino valido por las hegemonías políticas y económicas.
En economía incluso existe un concepto que denuncia ampliamente este desenfreno. Usando conceptos de la Teoría de Juegos podemos decir que, en pocas palabras, a veces hace falta retroceder un paso para poder avanzar dos. A veces incluso es necesario el reposo, la espera, el atarse a uno mismo para analizar las mejoras en el ambiente y las circunstancias.
Todo ello me remite a un viejo tópico que se ha repetido a lo largo del siglo XX: la necesidad de esperar, la necesidad de desacelerar, la necesidad de ser la tortuga en una carrera contra Aquiles (en referencia al viejo ejercicio mental de Zenón de Elea).
Cuando el progreso corre como caballo desbocado se corre en el riesgo de caer en la ceguera y en el entumecimiento frente a la realidad y frente a otros. Se termina haciendo lo opuesto a lo que sentenciaba Immanuel Kant: “el hombre como fin y no como medio”. No obstante, en una carrera por el progreso todo se vuelve medio pero el fin apenas se vislumbra.