Aquí trabajan la vacuna del coronavirus

Un protagonista clave en la carrera para desarrollar una vacuna contra el nuevo coronavirus no hace investigación biomédica. Tiene tres años, 68 empleados fijos y está en Noruega, que ya ha reportado casos de la enfermedad. Sin embargo, la Coalición para la Preparación e Innovación frente a Epidemias (CEPI, por sus siglas en inglés) es “increíblemente necesaria”, asegura Manuel Martin, asesor para la innovación médica y la política de acceso en Médicos sin Fronteras. “Absolutamente, sin lugar a dudas”, CEPI ha acelerado el desarrollo de una vacuna contra el virus, confirma Phyllis Arthur, vicepresidenta de enfermedades infecciosas y política de diagnóstico en Biotechnology Innovation Organization, la asociación gremial de la industria biotecnológica.

Dado que la contribución de CEPI es en la esfera organizativa, la atención se centra en los científicos que apoya. Pero la coalición es una respuesta social en el más puro sentido inmunológico, acelerando el desarrollo y la distribución de vacunas que el sector privado por sí solo no emprende por falta del acicate más pedestre: el lucro.

La necesidad se hizo evidente después del brote de ébola de 2014 en África occidental, que mató a más de once mil personas. Los científicos habían comenzado a trabajar en una vacuna, pero ninguna compañía se había animado a producirla porque el mercado era pequeño y los destinatarios potenciales eran pobres. Así que una coalición movió los hilos para acelerar su aparición.

CEPI fue concebida en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, en enero de 2016. Y vio la luz un año después con financiamiento del foro, los gobiernos de Noruega e India, la Fundación Bill y Melinda Gates y Wellcome Trust, una organización benéfica de investigación biomédica con sede en Londres. De su meta de mil millones de dólares, ha recaudado 760 millones gracias a un mecanismo de financiamiento multianual de sus fundadores, así como de Australia, Canadá, Alemania, Japón y Reino Unido.

Encontrar una vacuna para la nueva cepa de coronavirus es la primera gran prueba de la coalición. El 23 de enero, menos de un mes después de que los científicos chinos identificaran el virus, CEPI anunció el fondeo de proyectos para el desarrollo de la vacuna encabezados por Inovio Pharmaceuticals Inc., ubicado en Pensilvania, la Universidad de Queensland en Brisbane, Australia, y Moderna Inc. en Cambridge, Massachusetts.

El 31 de enero, el grupo informó un acuerdo de desarrollo con la compañía biofarmacéutica CureVac AG de Tubinga, Alemania. El 3 de febrero, anunció un pacto con el gigante de las vacunas GlaxoSmithKline PLC para suministrar su tecnología auxiliar, que potencia algunas vacunas al mejorar la respuesta inmune del cuerpo a ellas (hay, además, compañías chinas y rusas trabajando en una vacuna fuera del patrocinio de CEPI. Una farmacéutica china, BrightGene Bio-Medical Technology Co., está produciendo masivamente una terapia experimental, “remdesivir”, desarrollada por Gilead Sciences Inc. en Foster City, California).

El objetivo es tener una vacuna lista para una distribución a gran escala en 12 a 18 meses, dice Richard Hatchett, director ejecutivo de CEPI. Ese calendario significa que la vacuna no detendrá el brote actual. Pero será esencial si el virus regresa o si nunca se va. El peor escenario, explica Hatchett, es una enfermedad que combine una porción de la letalidad del Síndrome Respiratorio del Oriente Medio (MERS) con el poder de contagio del resfriado común. “Posiblemente con eso estamos lidiando ahora”, señala. Tanto el MERS como algunos resfriados son causados ​​por el coronavirus, como ocurre con el Covid-19, el nombre que ha recibido la nueva enfermedad.

La coalición le lleva una ventaja a ese virus porque ya estaba trabajando en una vacuna contra el MERS. También ha estado desarrollando una plataforma de “respuesta rápida” para nuevas amenazas. Así es como funcionan las vacunas contra la gripe, un componente central se ajusta para poder combatir las nuevas cepas. Excepto que en el caso de CEPI, la plataforma podría combatir diferentes enfermedades, no solo versiones de una sola enfermedad.

CEPI resuelve lo que los economistas llaman un “problema de coordinación”. Puede ayudar a vincular empresas de investigación y desarrollo con grandes fabricantes de vacunas, trabajar con los reguladores para agilizar los procesos de aprobación y solucionar en el acto disputas de patentes. Su comité asesor científico cuenta con ejecutivos de Pfizer, Johnson & Johnson y la japonesa Takeda Pharmaceutical, entre otros.

La coalición ha tenido sus problemas. Algunas corporaciones se opusieron a su política inicial de “acceso equitativo”, un documento de 18 páginas que explicaba cómo las vacunas producidas bajo su patrocinio se suministrarían a precios asequibles en los países en vías de desarrollo.

La política también otorgaba a CEPI derechos de “intervención” para usar la propiedad intelectual de las empresas para la producción de vacunas si estas llegaban a retirarse del acuerdo.

En respuesta a las objeciones, CEPI redujo el documento a una declaración de principios de dos páginas, sin dejar de insistir en que las vacunas serán asequibles y disponibles. Médicos sin Fronteras lamentó que la redacción original se suavizara. “Me sorprende que las compañías juzgaran que la política original no estaba suficientemente orientada al mercado cuando el libre mercado ha fallado por completo en la provisión de vacunas”, señala Martin.

Hatchett dice que los brotes patogénicos son “una propiedad emergente de la sociedad global del siglo XXI. Creamos un mundo que brinda a los microbios montones y montones de oportunidades”. La respuesta necesaria, añade, son grupos como el suyo. A medida que los virus evolucionan, la sociedad necesita hacer lo mismo para contrarrestarlos. (El Financiero).