Trabajador-es
Tomado de:Mario Evaristo González Méndez
¡Hay tanto que quiero contarte…! canta Julieta Venegas y, en efecto, estos relatos dan para mucho. Por ahora te comparto la anécdota de Joaquín -Juaco, para los amigos- y su amigo Antonio -Toño-. Hace poco se sumaron a las más de 5 millones de personas económicamente activas en su país.
Como muchos trabajadores, Juaco tiene obligaciones de empleado, pero no derechos laborales, pues entre él y su patrón no existe relación contractual. Quiso reclamar los derechos que le corresponden, pero resulta que la legislación laboral avala esta precarización del empleo, además, personas cercanas a él le dijeron que «no es bueno morder la mano que nos da de comer» y gracias a tan alta moral en su país se han instalado dictaduras oligárquicas y se legitima la explotación. Aquí dejo este asunto, no sea que acaso lea esto su patrón y Juaco necesita el empleo.
En estos meses de trabajo, Juaco ha tenido buenos momentos y también se ha llevado algunos chascos. La otra noche, se encontró con Toño en el camión, viven por el mismo rumbo y se conocieron en la universidad, en el trayecto no faltó la plática y entre una y otra cosa, Juaco dijo: —¡No manches! Hoy despidieron al lic del que te platiqué la otra vez, ¿te acuerdas? —. Toño asintió con la cabeza y preguntó: —Pero, ¿por qué? Me dijiste que era quien mejor hacia su trabajo—, Juaco encogió los hombros indicando que no sabía. Y continuó:
—Él ha sido un buen maestro. Fíjate que en una ocasión nos dijo a otro compañero y a mí: “Aprendan todo lo bueno que puedan” y él se encargó de que así fuera. Siempre estuvo atento a las actividades que nos asignaban y se interesaba por los compañeros, en poco tiempo nos enseñó que la empatía y la calidez son abono para el éxito del trabajo en equipo. Fíjate que es de esas personas que no necesitas conocer por mucho tiempo para hacerse amigos. Es uno de esos viejos que vale la pena escuchar.
—¡Qué buena onda tener compas así! Yo sólo tengo un compañero y es «de lo que Dios hizo y el diablo no quiso», o algo así decía mi abue. De esos tipos que se la viven presumiendo sus triunfos pasados: que si fui esto, que si fui lo otro, que si ganaba tanto, que es el más capacitado, bueno, él lo sabe todo, lo raro es que en la oficina no hace nada. Insoportable, pero «no habiendo más cera que la que arde», hay que lidiar con eso. A parte con las compañeras es bien mala copa y su afición favorita el rumor y el albur.
—Pues para no desentonar te he de decir que «en donde quiera se cuecen habas». La otra vez, estaba sacando fotocopias, llegó una compañera y le dijo a otra persona que estaba ahí: «¡ya estoy hasta la madre! No sabes cómo cuento los días para cumplir los treinta años de servicios y mandar todo esto al carajo». La otra compañera le dijo: «pues ya somo dos, a mi me falta poco ya nomás estoy nadando de a muertito». Eso me hizo pensar en lo trágico que debe ser para ellas levantarse cada mañana y llegar a la oficina, creo que es una cuestión de actitud personal frente al trabajo, pero también una reacción inevitable a un ambiente laboral que se me figura el de una fábrica en tiempos de la revolución industrial.
—¡Qué triste, y pensar que muchos andamos así! Y es que no es para más, al amanecer te alistas para ir a trabajar y vuelves a tu casa al anochecer para dormir y recuperar energía para la producción del día siguiente. Yo no quiero terminar así. Hace unos días nos decía el jefe que necesitaba que este mes sí «nos pusiéramos la camiseta», que había mucho trabajo y había que sacarlo, obvio sin pagar horas extras, que apelaba a nuestra solidaridad. ¡Mangos! Yo no me pongo camisetas que no necesito ni me gustan; no me quedé, me pagan por un horario que hago efectivo con mi trabajo, ¿a poco al vato no le van a pagar por ese trabajo que pide que nosotros hagamos gratis?
Estas y otras viñetas dan vida y color a la jornada laboral de 10 horas de estos amigos. Nunca vuelven del trabajo a casa como salieron en la mañana. Algunas veces vuelven molestos, otras alegres y otras pensativos.
Juaco y Toño me platicaban esto hace unos días y creo que es muy importante pensar qué lugar ocupa el trabajo en la vida, me cuestiono la validez de la afirmación «el trabajo dignifica al hombre», ¿cualquier trabajo y a pesar de las condiciones? ¿De qué sirve tener un trabajo que agota la vida sin haber gozado de la supuesta dignidad que aquel dota a ésta? ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?, en esta encrucijada ¿qué tanto la historia de vida es historia del trabajo? ¿cuántas vidas seguirán siendo exclusivamente proveedor de la subsistencia porque no hay tiempo para más?
Las respuestas dependerán no de la pregunta (quizá mal formulada) sino de la disposición del lector para confrontar su propia experiencia como trabajador, pero sea cual sea el caso, ¿es posible alguna respuesta fuera de la resignación común o la anarquía idealista?