Todo lo que se puede hacer por amor (Parte 1)
Por Mireya Hernández Hernández*
Odio a la persona que me dio la vida, ¡odio al monstruo en el que se ha convertido!—dijo la chica furiosa—este hombre no me quiere ni me quiso… Sí—dijo él— ¡te odio tanto que no tuve el corazón para tirarte a la basura cuando me enteré que no eras mi hija! Te odio tanto ¡que después de que estuve al pendiente de todo el embarazo de tu madre te acepté porque tu carita de ángel me dominó con su dulzura! No debería existir, ¿cierto? Me odias porque aunque no sabía cambiar pañales contigo aprendí, porque no sabía cómo preparar una mamila y ahora soy todo un experto, porque la vida me tenía preparada una pésima vida al lado de una niña enfermiza; muchas veces estuviste a punto de morir y yo sentía que se me partía el alma, y cuando parecía que ya no se podía hacer nada por ti yo solo tomaba tu frágil cuerpecito entre mis brazos y te decía—mi amor, si tú dejas de respirar ya nada tendrá sentido para mí—y cuando te recuperabas era el hombre más feliz del mundo, nunca maldije las noches que me desvelaba para cuidarte porque adoraba ese yanto de ratoncito que indicaba que seguías viva, amaba esos ojitos color avellana cuando los abrías todas las mañanas, tus sonrisitas traviesas cuando hacías una travesura y para que no te regañara me decías—papá te amo—eras y eres mi vida, y no me arrepiento de haber cuidado a una personita que no llevaba mi sangre pero que me robó el corazón cuando entre mis brazos calmó su yanto después de que su madre no sabía qué hacer para calmarte, te volviste la dueña de mi vida cuando de tus hermosos labios me dijiste por primera vez papá, fuiste todo para mi cuando corrías a mis brazos y me levantabas el ánimo después de un largo día lleno de trabajos pesados, amaba las noches en las que te quedabas dormida en mis brazos después de obligarme a jugar contigo con tus muñecas, contigo aprendí a ser médico y niñero a la vez, supe el verdadero significado de ser papá, nadie me dijo que era tan doloroso que un hijo te odiara o que supieras que jamás lo vas a volver a ver, esa es la peor puñalada que me han dado y no sé qué hacer para evitarlo, daría mi vida para que esto no estuviera pasando—señaló un cajón del buró de la habitación y le dijo—abre ese cajón y saca un sobre que está ahí—la joven obedeció y furiosa le dijo— si es cierto que me amas tanto ¡por qué mataste a dos guardias de seguridad del hospital psiquiátrico donde estaba la mujer que decía ser mi madre! ¡Por qué mataste al médico que la atendía y a todos los hombres que ella te pedía! ¡Por qué cambiaste de identidad y de país! ¡Por qué le disparaste al policía que venía a detenerte! ¡Por qué si tú nunca habías usado un arma y detestabas a los delincuentes que las manipulaban! ¡En qué momento dejaste de ser el mismo! ¡No entiendo! –Todo lo hice por ti—dijo el hombre al instante— ¡por mí! ¡Yo no te pedí que mataras! ¡Yo no pedí a un papá asesino a mi lado! Tienes razón—dijo él, yo detestaba usar armas y escuchar de asesinatos, pero cuando sabes que vas a perder a lo más valioso que tienes en la vida eres capaz de hacer lo que sea para cambiarlo—las lágrimas empezaban a recorrer las mejillas del hombre mientras continuaba—yo me volví un asesino cuando me entregaron ese sobre que tienes en tus manos, yo terminé con muchas vidas para mantener activa solo una… la tuya—suspiró profundamente y le dijo—en ese sobre están los resultados de unos estudios que te hicieron que arrojaron que tenías leucemia…
Continuará…
*Colaboración.