Teresa de Jesús, la revolución de la paciencia
Por: Mario Evaristo González Méndez
Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Gotarrendura, Ávila el 28 de marzo de 1515. Fue una escritora de inteligencia y profundidad notables; encontramos apasionantes episodios de su vida en sus obras autobiográficas: La vida (1562-1565), Relaciones espirituales, Libro de las fundaciones (1610) y su más de medio millar de cartas.
Por su propio testimonio sabemos que aprendió a leer cuando tenía cerca de tres años, durante la infancia se interesó por leer historias de caballerías y vidas de santos; en la adolescencia sufrió la pérdida de su madre, fue vanidosa y muy coqueta, lo que preocupó a su padre y fue razón de que la internara en el colegio de Gracia en 1531, bajo la dirección de las hermanas agustinas. De este tiempo, escribe Teresa que era “enemiguísima de ser monja” (La vida 2,8).
Sin embargo, en 1535 ingresa al convento de La Encarnación, de las monjas carmelitas, por decisión propia y pese a la oposición de su padre. Teresa se encontró en este sitio con una vida religiosa ajena al espíritu de la regla original y más bien acomodada a los privilegios de la época y de la clase; le causó descontento, pero asumió las mismas comodidades hasta que, en la cuaresma de 1554, con 39 años de edad, contemplando la imagen de un Cristo llagado experimentó un profundo arrepentimiento e inició su proceso de conversión auténtico.
Después de ese episodio, el camino de esta mujer revela la fortaleza y determinación de su carácter y el genio creativo y transformador de su feminidad. Promovió la reforma de la orden para vivir con mayor austeridad; se enfrentó a diversas autoridades eclesiásticas y civiles, para fundar nuevos conventos en España; hizo frente a acusaciones en su contra en el tribunal de la inquisición.
Escribió poesía y diversas cartas con un contenido intelectual y espiritual perenne, de vigencia sorprendente para cada mujer y cada hombre que busca sentido auténtico a la vida. Lejos del “adoctrinamiento” con que algunos miran su obra, Teresa de Jesús (nombre adoptado tras su profesión religiosa) es una maestra de la libertad, una compañera para quien opta por vivir enamorado de la vida y una inspiración para quienes persiguen grandes ideales sin huir de la realidad.
Baste notar y desmenuzar uno solo de sus versos: “La paciencia todo lo alcanza” (Poema: Nada te turbe). Paciencia proviene del latín patientia y se refiere a la cualidad del que sufre; a su vez, sufrir viene del latín sufferre, que significa soportar, estar debajo de lo que se porta.
Así, la paciencia no es sólo cuestión de actitud y mucho menos un pretexto para el pasotismo. La paciencia de la que habla Teresa tiene que ver con la cualidad de fortaleza, con la capacidad que cada persona tiene para crecer pese a las circunstancias adversas. La paciencia es un andar decidido por la vida, es la opción por hacer frente a las adversidades connaturales a la existencia, sin perder de vista que las dificultades no son la totalidad de la vida.
La paciencia es fruto de la toma de conciencia en que cada mujer y cada hombre se descubre vivo en medio de la la enfermedad, el dolor, la tristeza, la injusticia. Y precisamente porque está vivo, es capaz de sentir dolor y ser compasivo. Cuando llega el desencanto, la angustia, la duda, el miedo, Teresa empuña su pluma para advertirnos: “Nada te turbe / Nada te espante / Todo se pasa / Dios no se muda / La paciencia / Todo lo alcanza / Quien a Dios tiene / Nada la falta: / Sólo Dios basta”.
En la época que nos ha tocado vivir: tan ruidosa, llena de accesorios, de medias verdades y de globalización del egoísmo disfrazado de desapego y desarrollo humano, la poesía de Teresa es una invitación a redescubrir el sustrato de la existencia que da soporte a cuanto nos sucede y que es infinitamente superior a la miseria percibida; es una revolución que nos convoca a vaciarnos de vanidades y habitar el silencio de una presencia más auténtica, libre, amante. En esta época de respuestas instantáneas y raíces flacas, Santa Teresa de Jesús nos lanza el reto de ir a lo profundo y contemplar la historia como proceso donde cada día cuenta para ser feliz, para hacer la paz, para amar sin medida.
Esta mujer apasionada, decidida, firme y reformadora espiritual, falleció la noche del 4 de octubre de 1582 (15 de octubre, coincidiendo con el cambio del calendario Juliano al Gregoriano). En 1614 fue beatificada por Pablo V, canonizada en 1622 por Gregorio XV y nombrada doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI en 1970. La primera mujer de las tres actuales doctoras de la Iglesia. Las otras son Santa Catalina de Siena y otra carmelita descalza: Santa Teresita del Niño Jesús.
Santa Teresa de Jesús tiene mucho qué enseñarnos, ojalá el prejuicio moderno por el hábito y la fe no impida aprovechar la inteligencia y sensibilidad vertida por la pluma de esta escritora del siglo de oro español.