Su gélida compañía y yo

Por: Mireya Hernandez

Ellos son callados, misteriosos, fríos, y quizás por eso he terminado por adaptarme a su compañía, porque tenemos cosas en común.

Nunca me consideré una persona con facilidad para socializar, y todos los trabajos en los que había estado me cansaban, porque debía entablar conversación, hasta que llegué aquí. En este lugar nadie me hace preguntas incómodas, no percibo gestos que me puedan hacer sentir mal, y lo mejor, ellos siempre están dispuestos a escucharme, y nunca me dan la espalda cuando les digo mis problemas, quizás no me dan consejos, pero tampoco me hacen dudar de mis decisiones, ellos saben que al final de cuentas, yo sabré qué camino seguir. Ellos no me lastiman, pero tampoco sienten nada por mí, porque ellos ya no pueden sentir nada por nadie.

A veces, cuando pienso en ellos, digo que son afortunados, no sufren, no lloran, pero tampoco ríen, no se enamoran, no sienten como yo.

Pero también pienso en que el tiempo los borra, y que ellos no pueden hacer nada para detener el transcurso de su destino, y es entonces cuando me digo, que el afortunado soy yo.

Tal vez puedes pensar que estoy loco, porque prácticamente su compañía es mi refugio y mi casa, porque desde hace muchos años ellos son mi única compañía, pero quiero que sepas que pasé por un largo proceso para llegar hasta este lugar, principalmente para decidir quedarme aquí y acostumbrarme al silencio, pero no al silencio del que todos gozamos en algún momento, sino el silencio pesado y profundo, que se respira en este lugar.

Y como te comenté, yo no sé nada acerca de sus historias, porque nunca ha salido nada de sus pálidos labios, y aunque yo siempre les he dicho todo sobre mí, nunca lo han podido percibir, porque todos ellos ya no sienten nada.

En ocasiones quisiera haberlos podido conocer en otras condiciones, saber sus nombres, conocer a sus familias, darme cuenta de que me miran, de que aún puede latir su corazón, de que su cuerpo no es frío y rígido, de que se pueden mover, de que pueden caminar, de que pueden sentir, pero eso ya no será posible. Ellos ya pasaron a la eternidad, y yo llegué a conocerlos, cuando ellos ya no se darán cuenta.

Pero aún no te he dicho realmente por qué elegí estar rodeado de la compañía de aquellos que en realidad no saben que estoy a su lado, pero la respuesta es muy sencilla: ya me harté de aquellos que se acercaban a mí con una máscara de amabilidad, de los que me lastimaron y no se molestaron en darse la vuelta para pedirme perdón, ya estoy cansado de ver que todas las personas que he amado sufren, ya fue suficiente de que quiera solucionar la vida de todos, y que por lo regular me di cuenta de que no podía hacerlo, ya me cansé de llorar por causas perdidas, ya basta de que los buenos momentos sean fugaces. Por eso estoy aquí, en un lugar donde no hay lugar para la vida, para las sonrisas y las tristezas, donde nadie grita, donde nadie llora. Un lugar donde el único que reina es el silencio, el más sabio de todos.

Sé que todo esto te puede parecer escrito por un loco que vivió cada día de su existencia siendo un pesimista, pero no fue así. No te voy a explicar mucho, porque alguien que tiene la experiencia pisándole los talones, y que goza de un carácter como el mío, no tiene tiempo ni ganas de darte explicaciones de su vida, una vida que aún no termina, en fin, pero sí puedo decirte, que antes de tomar la decisión de habitar en este lugar, al igual que tú, también reí, y lloré muchas veces, abracé a quienes amaba, y tengo recuerdos maravillosos y también otros que me duele al pensar en ellos, pero he tomado la decisión de alejarme de aquellos días.

No te digo que sigas el mismo camino que yo, porque seguramente entre tus planes reina algo muy distinto de lo que pienso yo, pero sí te confieso que al menos aquí, nadie te juzgará, pero siempre, siempre estás solo, aunque antes de que ellos llegaran aquí, gozaban del mejor de los placeres, la vida.

Ellos son de los amigos que no se ponen etiqueta, que están muy cerca, pero no se saludan, y sin embargo los divide un pequeño espacio. Ellos no se miran, no se tocan, no se mueven. Su cuerpo es frío, consumido por el tiempo. Su sonrisa se borró para siempre, y sus labios no se moverán más para decir aquella dulce frase—te amo. Sus ojos ya no mirarán más. Todo indicio de vida y esperanza ha cerrado sus puertas. Lo único que los acompañará será la eternidad.

Yo sé que quizás la decisión que tomé no fue la más indicada a tus oídos, y si quieres puedes decirme loco, pero antes de despedirme, quiero que sepas algo: el poder llorar, el poder reír, caer y poderte levantar, el sentir, el percibir que tu corazón puede latir, el poder tocar, caminar, mirar, hablar, respirar y escuchar, te hacen ser una persona afortunada, porque ellos, y escúchalo bien, ellos ya jamás podrán hacerlo.

Y te lo digo yo, porque ahora sé que ese también será mi destino, pero si tú aún tienes tiempo, no escribas en tus labios: su gélida compañía y yo.

Fin.