Niñas de azúcar
Por Sandra Ortiz Martínez y Artemio Ríos Rivera*
En la columna que les compartimos cada semana, intentamos ofrecer reflexiones-herramienta o herramientas-reflexión para el trabajo educativo. Una línea que generalmente hilvana las diferentes experiencias o relatos compartidos es la poesía. Generalmente buscamos invitarlos a que nos acompañen a pensar en los temas que atraviesan nuestra propia práctica como educadores y ella, con frecuencia, nos lleva a la actividad poética.
Esta semana en que los mexicanos hemos vivido consternados por la ola de violencia generalizada en el País, especialmente por la saña con la que se arrebató la vida de Mara Fernanda Castilla Miranda[1], queremos invitarlos a reflexionar sobre por qué no se puede ser indiferente a la violencia e, inclusive, lo necesario que es nombrarla y problematizarla en nuestros salones de clase, con nuestros alumnos.
Hace algunos años, en febrero de 2014, fuimos testigos cercanos de un feminicidio cometido contra una estudiante de una Telesecundaria en una localidad del municipio de Perote, Francisca Hernández Ortiz. Junto con las maestras de la escuela, buscábamos maneras de apoyar a los padres para que el caso no quedara sin justicia. Como en tantos otros casos que suceden en el territorio nacional, la justicia llegó de mala gana y mutilada: con la omisión de las autoridades y la amenaza permanente a quienes la exigían. Con la molestia de la autoridad porque el asesinato y la violación trascendió a los medios de comunicación y se hizo visible.
En ese caso, Francisca no fue más a su escuela, no siguió estudiando ni tuvo la oportunidad de tener su primer novio, de jugar a enamorarse como lo hacen las chicas a su edad. Sus compañeros supieron lo que sucedió con ella y, aunque seguramente comentaron en todos sus círculos lo sucedido, no hubo posibilidades de despedirla como colectividad, de decir adiós a su compañera.
¿Qué piensan los chicos que vivieron de cerca el abuso y asesinato de su compañera?, ¿qué piensan los niños y jóvenes que observan cada día cómo desaparecen jovencitas por todos lados?, ¿cómo lo viven?, ¿cómo resuelven el miedo de vivir en una sociedad tan insegura para ellos?
No es posible que los maestros guardemos silencio como si no pasara nada. No es posible que no acompañemos a las –tristemente- incontables madres y padres que lloran el pedazo de vida que les han arrebatado.
“Feminicidio” es una palabra que debe ser significada y analizada críticamente en las aulas, como cuando se estudia la guerra, el Holocausto. Los niños y jóvenes no están al margen de la realidad y requieren que los adultos les apoyemos a comprender lo que sucede. Es indispensable contar con una perspectiva crítica sobre lo que pasa alrededor, es importante que leamos fuentes confiables de información y las analicemos concienzudamente, sin naturalizar el crimen ni acostumbrarnos al horror. No se trata de acrecentar el miedo que seguro sienten los niños y jóvenes, sino de problematizar con ellos, que puedan hablar de lo que saben y reconocer normas mínimas de seguridad que deben seguir, en consenso con sus padres y su familia. Que sepan que es necesario solidarizarse en la búsqueda de justicia, pues formamos parte de una misma sociedad en donde el riesgo de una sola persona es el riesgo de todas.
Queremos cerrar regresando al principio, invitándolos a la poesía, a acompañar a las madres que han perdido a una hija o a un hijo. Dice la poeta Esther Hernández Palacios:
“No he dejado de llorar, pero por eso sigo viva. Seguimos en esta lucha por la justicia y por el cese a la violencia, pero unidos, con el colectivo, con otras madres, solos no valemos nada, tenemos que seguir alzando la voz, y cuando los de la fila de adelante se cansen, vendrá la de atrás. Queremos, quiero un mundo mejor para mis nietos”[2].
Sólo acompañándonos, construyendo empatía y acercando los vínculos podremos construir nuevas realidades. Para ello, dejamos aquí el poema que Mirtha Luz Pérez Robledo, la madre de Nadia Vera[3], escribió luego del cruel asesinato de su niña de azúcar[4]:
Balada para una niña citadina
a Nadia Dominique,
la mujer…
que soy
Se están volviendo margaritas los huesos de la niña
Que se consume como una lámpara olvidada
Una piel transparente la seduce
Para bordar en sus cabellos los pétalos de muerte
Y mis manos quietas no la tocan
Y mis ojos tristes no la miran
Y mi alma inerte no la siente
Se están volviendo secos los ojos de la madre
Que se consume como una lámpara olvidada
Una piel transparente se le escapa
Para bordar en sus cabellos el llanto de la muerte
No te vayas de mí niña de azúcar
A deshacerte entre la piel del llanto
No te vayas de mí pájara libre
Hacia el páramo frío de la ausencia
Entre tus venas danza mi silencio
Y hay un sonido mío en tus palabras
No te vayas de mí niña de azúcar
A plantar margaritas en tus huesos
No me dejes sin tus ojos
Ciega
No me dejes sin tu voz
Silente
No me dejes sin tu luz
A oscuras
No me dejes sin tu piel
Desnuda
No me dejes sin ti
Niña de azúcar
[1] Aunque es un suceso conocido, el lector puede consultar alguna información en el siguiente link: http://www.proceso.com.mx/503493/mara-fernanda-fue-violada-luego-estrangulada-chofer-cabify-fiscal-puebla
[2] La hija de Esther Hernández Palacios fue asesinada junto con su esposo el 8 de junio de 2010. “¿Qué le hicieron a mi niña?”, Revista Proceso, 7 de febrero de 2013. Tomado de: http://www.proceso.com.mx/332957/que-le-hicieron-a-mi-nina
[3] Nadia Vera fue asesinada junto con otras tres mujeres y el fotoreportero Rubén Espinoza en la colonia Narvarte, en la Ciudad de México, el 31 de julio de 2015.
[4] Portal Aristegui Noticias: “De Mirtha a Nadia: ‘No me dejes sin ti, niña de azúcar’”, 8 de agosto de 2015. Tomado de: http://aristeguinoticias.com/0808/mexico/de-mirtha-a-nadia-no-me-dejes-sin-ti-nina-de-azucar/
*Colaboradores.