Menos creyentes, más fanáticos
Por: Mario Evaristo González Méndez
Los resultados del Censo poblacional 2020 (INEGI) indican que, en México, decreció el número de personas que se declaran católicas, por el contrario, aumentó el número de personas que profesan alguna religión protestante e incluso se afirman como “sin religión”.
Una lectura ideológica del asunto aplaudirá el efecto de “desbandada” en la Iglesia Católica y se verá como un signo de progreso el declararse sin religión. Una explicación desde las ciencias sociales hallará la causa estructural de este fenómeno y, sin duda, habrá que prestarle atención.
Aquí propongo, sin embargo, algunas sencillas notas que surgen de la reflexión personal sobre el tema, pues considero que la categoría “religión” en tanto que remite a una experiencia vital explica la configuración personal de la relación con la comunidad humana y con el cosmos.
La historia es testigo de cómo las creencias religiosas influyen en la generación del proceso histórico; incluso la dicotomía cultural del mundo entre oriente y occidente tiene su génesis en la cosmovisión religiosa predominante. Han sido los preceptos religiosos el vehículo para legitimar usos y costumbres; pese a la pretensión del deconstruccionismo, es imposible excluirse de la influencia del ánimo religioso.
Entiéndase por ánimo religioso el afecto profundo que nos liga a un objeto-sujeto y que explica el modo de ordenar la existencia, pues subyace en la concepción del propio ser y el sentido del hacer. Una revisión honesta de las motivaciones de cada acto personal nos remitirá a un vínculo religioso, material o espiritual, racional o empírico, concreto o abstracto, científico o vulgar, pero en todo caso asumido como un credo y expresado en rituales, aunque no se reconozcan como tal.
Por los comentarios que escucho de amigos y conocidos que se declaran “sin religión”, me parece que tal categoría no es más que un enunciado equívoco para expresar la inconformidad con la dimensión político-institucional de la creencia religiosa predominante, lo que, en alguna medida, es un reclamo legítimo si atendemos los casos de abusos y manipulación que, bajo la sombra del sentimiento religioso, atentan contra la dignidad de mujeres y hombres. Jamás se puede estar de acuerdo en perpetuar esas prácticas aberrantes.
Por otro lado, se corre el riesgo de creer que al rechazar la dimensión religiosa de la propia existencia se es más libre y se dirige hacia el progreso. Al contrastar la experiencia de quien se dice “sin religión” se dará cuenta de que incluso aquella premisa se ha tornado el credo que dirige su pensamiento, su sentimiento y su acción, alzará sus propios templos, reconocerá sus propios ministros, establecerá su propia liturgia y, al poco tiempo, estará inserto en una comunidad, compartiendo aquel sentido que da ser “sin religión”.
Y es que el mal del mundo, contrario a lo que el común afirma, no procede de las religiones, sino de aquellos que pretenden dominar bajo el pretexto de portar la verdad. El nuestro, es un tiempo de pocos creyentes, es más la incredulidad, la desconfianza, la sospecha; pero no estamos transitando hacia una forma de pensamiento superior que pase de la duda a la afirmación, a la construcción de conocimiento, al acuerdo. Por el contrario, cada vez hay más actos que denotan fanatismos que encapsulan la vida en el conflicto, en el enfrentamiento, en el rechazo.
Si acaso todos nos declaráramos “sin religión” sería porque cada uno se ha erigido en su propio ídolo, cada uno seríamos el fanaticus del propio templo, el celoso guardián de nuestras propias verdades, poseídos por un fervor delirante de Ser a pesar de los demás.
Y quizá, el delirio autorreferencial ha iniciado con el engaño de la virtualidad que modifica, manipula y ordena la realidad según la apetencia del internauta, para que pueda eliminar aquello que no es de su agrado, que no responde a sus intereses.
Concluyo: una persona sin consciencia de su dimensión religiosa es más proclive a prácticas de fanatismo, o excluye la razón o excluye el sentimiento, degenera en delirio de omnipotencia y omnisciencia.