María Enriqueta, vida larga y productiva
Por Lisardo Enríquez L*
En el trayecto de la vida tiene uno la suerte de recibir buenos libros, aunque algunos en ocasiones no se recuerda de que manos vinieron. Es lo que ahora me ha ocurrido con esa hermosa edición que el escritor, promotor de la lectura y editor Don Felipe Garrido preparó hace poco más de diez años con una selección de textos, al que tituló María Enriqueta para jóvenes.
Se trata de un libro en el cual se aprovecharon escritos originalmente publicados en las obras: Del tapiz de mi vida, Rosas de la infancia y el consejo del búho y otros cuentos. Esta antología reúne bellos escritos de María Enriqueta Camarillo y Roa, quien nació en la Ciudad de Coatepec el 19 de enero de 1872, lugar en el que transcurrió su infancia. Esta brillante mujer veracruzana fue poeta, novelista, cuentista y traductora.
Ella misma relata muchas cosas de su vida y de su pueblo de origen en el libro Del tapiz de mi vida. El segundo lugar donde vivió fue la Ciudad de México. Cuenta que allá empezó a escribir con especial interés. Su primer producto fue el poema Hastío que firmó con el seudónimo de Iván Moszkovski, el cual envió por correo al periódico El Universal solicitando lo publicaran en la Sección Literaria. Con entusiasmo encontró publicado su poema en la edición del domingo 22 de julio de 1894, es decir, cuando tenía 22 años de edad. Al año siguiente publicó su primer cuento, El maestro Florián, en la famosa Revista Azul.
La obra de esta escritora abarca numerosos libros. En muchas generaciones de niños quedó el recuerdo de los temas de Rosas de la infancia (textos publicados en 5 tomos) porque fue un libro autorizado para que en las escuelas los niños se iniciaran en el maravilloso mundo de la lectura. En estos libros había todo aquello que brotó de la convicción y sensibilidad de María Enriqueta: su referencia con ternura a los niños, a la naturaleza y a los animales, que ella amaba entrañablemente.
María Enriqueta fue educada con cariño y así era el recuerdo hacia sus padres. Se casó con el historiador coahuilense Carlos Pereyra. No tuvieron hijos. Por cargos diplomáticos asignados a su esposo vivieron 40 años en diferentes países. De esa época dice: “Hoy, al viajar por Holanda y ver a cada paso los molinos de viento señalando con sus aspas el lejano horizonte, me viene a la memoria, claramente, aquel dedo indicador de mi padre que, al igual de un símbolo, parecía señalar en todo instante los caminos del cielo”.
A la muerte de su esposo regresó a vivir a la Ciudad de México, en la que ella falleció en 1968. En el Palacio de Bellas Artes se le rindió un homenaje y posteriormente sus restos fueron traídos a la Escuela Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen” de Xalapa, donde se veló para después ser sepultada en su amada Coatepec, adonde fue acompañada por quienes en ese entonces éramos alumnos de la citada escuela.
Colaboración*