Las eternas incógnitas del hombre
Gilberto Nieto Aguilar
El hombre siempre ha buscado con afán y denuedo cuál es la verdad de su origen y se ha planteado de mil formas la razón de su existencia. La religión y los mitos le dieron las primeras respuestas. Esas formas antiguas de pensamiento resolvieron los problemas existenciales durante siglos, y sólo grupos selectos de individuos, en distintas épocas, tuvieron la flexibilidad de pensamiento y la osadía suficiente para dejarse llevar por sus inquietudes y cuestionar la filosofía del momento que les tocó vivir.
Gracias a ellos, el hombre ha vislumbrado panoramas de grandeza. Gracias a esa eterna curiosidad de unos cuantos, se han escrito páginas esplendorosas a lo largo de la historia y, también, el resto de la humanidad ha logrado avanzar. Pero es obvio que no ha sido suficiente. Basten los siguientes ejemplos:
A mediados del milenio pasado, dentro del desarrollo de la cultura occidental, los avances de la ciencia comenzaron por arrebatar al hombre las cómodas fantasías de los mitos y las creencias más arraigadas de la religión, de tal manera que primero resultó herido su ego al comprobar que no era el centro del universo (Copérnico y Galileo); después quedó en entredicho su origen divino cuando un científico aseguró que descendía del mono, en un proceso de selección natural y evolución (Darwin). Más tarde, otro científico aventuró que ni siquiera era dueño de sus actos y reacciones, porque estaba influenciado por la herencia genética, la crianza y las creencias inculcadas por sus ancestros (Freud).
La convivencia con sus iguales siempre ha sido difícil y complicada, más que nada por el afán de poder, el egoísmo, la ignorancia, la falta de sentido común y la esclavitud que desde las formas más simples a las más sofisticadas ha sido ejercida en el hombre por el hombre. La imagen de un estado perfecto e ideal sólo ha sido una utopía, pues para que exista la sociedad perfecta, se necesita que la integren seres humanos perfectos.
Babel no desapareció y sigue presente, mucho más allá de las formas lingüísticas, bajo nuevas expresiones y nuevos conceptos, pues a pesar de los avances y la comprensión sincera sobre la superioridad de la especie humana en relación con los demás seres vivos, el hombre ha seguido siendo el lobo del hombre (Hobbes). Ha sido lamentable la dispersión y vaguedad de los razonamientos, la banalidad, los contrastes, la intolerancia, la resistencia a preocuparse por los demás, la facilidad para engendrar formas negativas de ser y hacer, la falta de constancia, de veracidad y congruencia en la gran masa humana.
A pesar de que las estamos destruyendo, las formas de organización animal han superado a las humanas, quizá porque sus programaciones genéticas no dan margen al error, en tanto que el humano se proyecta ambiguo, indeterminado, indefinido. Perfectible a base de perseverancia, imaginación y creatividad, que en su momento no le sirven de nada si le faltan constancia y fe en sí mismo.
El hombre creó la historia de sus ideas para solazarse en secreto o en grupos pequeños, dentro de cuatro paredes y en ambientes ficticios, donde todo es esencia volátil y regocijo intelectual de unos cuantos y pocas veces acción que ejerce cambios en la realidad. También hizo exhaustivos inventarios de sus avances culturales pero olvidó que todavía no conoce su origen ni cuál es su misión en este mundo, por lo que sólo logró alterar su ecosistema y puso en riesgo no sólo su existencia, sino todas la formas de vida del planeta, su casa común en eterna disputa, vagabunda en un cosmos infinito que no alcanza a comprender todavía.
Después de miles de años de avances inseguros pero insistentes, encuentra la manera de manipular a la naturaleza, imitar sus reacciones y romper sus leyes. Muchos grupos centenarios, cuasi secretos, poseedores de conocimientos capaces de hacer del hombre un ser superior, fueron perdiendo adeptos al límite de la extinción, dejando para siempre la duda sobre sus bondades. Además, el propio hombre se sintió un ser supremo, más grande que los dioses que había creado, pero se volvió dependiente de la ciencia y no fue capaz de percibir el hueco entre sus carnes ni la terrible orfandad espiritual en que quedaba.
El hombre moderno perdió la capacidad de asombro. Dejó de ser niño, en la acepción más pura del término. Tampoco conserva la rebeldía que todo lo cuestiona, que problematiza con el limpio afán de resolver, de esclarecer y determinar su postura ante la vida, sentado ahora en un mullido sofá frente al televisor o en una computadora consultando Internet o con su celular en la mano cultivando relaciones ficticias mientras olvida aquellas inmediatas que le rodean.
Por eso es más común conocer de quienes escapan por las puertas falsas, a los que dejan que las circunstancias de la vida los lleven y los traigan, o a los que buscan en el barullo ensordecedor, el espacio para evitar un encuentro molesto con sus propias conciencias. No importan las teorías ni valen las doctrinas si no tienen como centro el desarrollo y bienestar de la raza humana.
Hemos sustituido con leds y la computadora la luz de la vieja bujía, la pluma y el tintero. El mundo se ha hecho pequeño. Pero a pesar de tantos milenios de evolución natural, material, cultural, científica e intelectual, no hemos sido capaces de construir formas civilizadas y armónicas de convivencia; organizaciones sociales donde se respete la dignidad de la persona y se busque el bien común; donde se cultiven los valores como forma de vida y se desarrollen las funciones superiores del cerebro para desterrar de una vez y para siempre los vicios que corrompen, que destruyen la esencia preeminente del ser humano. Todavía hay muchos que prefieren arrastrarse a desplegar las alas de su imaginación y creatividad para emprender el vuelo hacia regiones diáfanas, de amplios panoramas, mejores tanto en calidad de vida, producciones, expresiones, dominio de la ciencia, relaciones y desarrollo del pensamiento humanista y constructivo…
El hombre como especie está hecho para eso y mucho más. Para ser grande en la sencillez, siempre ilimitado y abierto al conocimiento que transforma, que modifica esencias negativas, porque sus carencias, dudas y defectos, sólo son el pretexto para su superación.
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