La singular fe en los presidentes populistas

Por Ariel López Alvarez*

sábado, 17 de marzo de 2018

Jugamos a creernos que los políticos tienen poderes sobrehumanos y luego no les perdonamos la decepción inevitable que nos causan. Si confiásemos menos en ellos desde el principio, no tendríamos que aprender a desconfiar tanto de ellos más tarde.

El párrafo que precede es de aquellas líneas que Fernando Savater le dirige a su hijo y que se editó bajo el título de Ética para Amador. La verdad es que soy poco afecto a las ideas de este filósofo español en cuestiones de ética y moral, aunque no por eso dejo de leerlo cada vez que tengo oportunidad, pero estoy de acuerdo para el caso en la idea de creer que los políticos tienen unos poderes sobrehumanos que harán que nuestro país cambie, por arte de magia.

Cuando este deseo de lo sobrehumano lo contextualizamos desde nuestro México, recordando cuando hemos depositado tal fe en algunos presidentes, sobre todo en presidentes populistas, nos vienen a la memoria aquellos presidentes que han terminado tan odiados como fueron queridos.

De Savater bien podemos decir que su nivel cultural da aires especiales a sus textos. Aunque, en materia de ética y moral me da la impresión que, como Nietzsche, anda buscando los valores que deben regir a los individuos según sus propios intereses individuales, a la orilla del interés general. En lo personal, todavía soy de los que piensan que el interés propio y su libertad deben darse sin pisotear el interés general.

En ese tenor, Savater le escribe a su hijo que la ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible y que, por otro lado, el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. A su favor, ¿qué no desea un padre para su hijo?

Puedo estar en desacuerdo en el individualismo extremo de Savater, pero debo reconocer que es el modelo que impera en nuestro tiempo, causante de los males en el mundo; a su vez, esa suma de intereses individuales, donde cada uno de nosotros primero elige lo que más nos conviene, es paradójicamente exigente de una buena política y busca la mejor organización posible para la convivencia social. Parece un sinsentido. En mi opinión lo es.

El mundo de todo está permitido para que no nos sintamos mal, pero exijamos el mejor gobierno, reconocido por Savater, se sustenta, primero, en “la diferencia ética que yo me hago a mí mismo sin los demás” y, segundo, en “la preocupación política por la cual el todo debe funcionar de la manera considerada más recomendable y armónica.”

¿Será que ahí yace la razón del odio a los presidentes populistas? Cuando queremos lo mejor de todos para nosotros mismos, pero nosotros actuamos bajo un concepto de libertad donde no importa afectar a los demás, volcamos finalmente nuestros odios hacia aquellos que nos prometieron el cielo y las estrellas.

*Colaboración.