La ciencia y la política
Héctor M. Magaña
En diez días se estrenará la película Oppenheimer del aclamado director de cine Christopher Nolan. Solo la película de Barbie ha logrado competir por su atención en las redes sociales, y es gracias a que la película de Nolan ha capturado la vida de uno de los más grandes mártires de la ciencia del siglo XX. La vida de Robert Oppenheimer se muestra como una gigantesca contradicción en el espíritu humano: un hombre que buscaba, con la ciencia, establecer una “paz perpetua” y que sin embargo le dio a la humanidad el regalo (o la maldición) de tener un nuevo método para matarse de forma masiva.
El físico neoyorquino, fue reclutado para liderar el mortífero Proyecto Manhattan, el creador de la bomba atómica. Ya que al momento de la creación del Proyecto la guerra contra Alemania y los peligros que suponía su desarrollo armamentístico (Alemania había desarrollado el cohete V2, por obra del ingeniero Wernher von Braun) era vital. Y esto hace, que nos preguntémonos, ¿en qué consiste la fascinación por la figura de Robert Oppenheimer? Después de todo no fue el primero en usar la ciencia para fines armamentísticos, ya lo había hecho antes Wilhelm Steinkopf con el gas mostaza o Joseph-Ignace Guillotin, con la guillotina. La fascinación de Oppenheimer, resulta del aparente hecho de que su creación fue tan contradictoria como la vida de su creador: La bomba era el estreno práctico de modelos teóricos desarrollados por Albert Einstein, fue también una bomba de tamaño “pequeño” (“Fat Man” pesaba 4.670 kg y medía 3.25m de longitud y “Little Boy” pesaba 4.400 kg y medía 3 metros de longitud), a comparación de su gran poder de destrucción y, a diferencia de la aparente invisibilidad del gas mostaza, la bomba atómica es una monstruosidad visual. La bomba desde el momento de su creación fue la inauguración de lo que sería la técnica para el resto del siglo XX y XXI: una forma masiva, simple y elegante de destrucción.
Hanna Arendt escribió en algún momento que la sociedad actual no ha salido de Auschwitz, sería correcto decir también, que la sociedad no ha salido de Hiroshima (o de los Álamos). ¿En qué momento la ciencia se convirtió en un arma que merecía la pena ser apoyada por el Estado? ¿Por qué razón ocurrió lo opuesto a lo que era el discurso pacifista de los intelectuales de la época?
“La ‘verdad científica’ es una verdad exacta, pero incompleta y penúltima, que se integra forzosamente en otra, última e incompleta, aunque inexacta, a la cual no habría inconveniente de llamar ‘mito’. La ‘verdad científica’ flota, pues, en mitología, y la ciencia misma, como totalidad, es un mito, el admirable europeo.” La cita procede de José Ortega y Gasset y su relevancia consiste en la naturaleza huérfana de la ciencia. A veces el mito que adopta la ciencia tiene corte político.
No, no hemos salido de Hiroshima, pues la tecnología sigue siendo esa sutil arma con la que nos dirigimos a nuestros semejantes. La física (Oppenheimer) fue seducida por el mito de la política en guerra (Truman) y ahora, en pleno siglo XXI, la física como ciencia pura fue sustituida por la ingeniería y las ciencias informáticas. Hemos cambiado la bomba atómica por el dron, por el algoritmo, por la cúpula de hierro o por las llamadas “padre de todas las bombas” y “madre de todas las bombas”. ¿Qué sucede en Latinoamérica? En Brasil, el antiguo gobierno de Bolsonaro se encargó de dilapidar las Humanidades en pos de las ciencias “útiles” como la ingeniería, la medicina, etc. Muchas veces se ignora que “la ciencia experimental es sólo una exigua porción de la mente y el organismo humano.” El político ve en la ciencia experimental y técnica la utilidad de su discurso. Quiere hacer de la ingeniería el nuevo culto, el arma de vigilancia y dominación. El Leviatán necesita de la vigilancia del algoritmo y del software. Recordemos que en México sucedió el escándalo del programa informático Pegasus con el que se buscó reprimir a manifestantes y activistas políticos.
“Es el siglo en que una música –la de Wagner- no se contenta con ser música –sino sustituto de la filosofía y hasta de la religión-; es el siglo en que la física quiere ser metafísica, y la filosofía quiere ser física, y la poesía pintura y melodía, y la política no se contenta con serlo, sino que aspira a ser credo religioso y, lo que es más desaforado, a hacer felices a los hombres.” Una de las lecciones que José Ortega y Gasset no ha dado es la de hacernos ver que la ciencia no es un simple conocimiento que se desarrolla en las aisladas torres del claustro universitario. Tano el político, como el empresario, padecen el síndrome de Saúl y ven en las ciencias informáticas y en la ingeniería a su Samuel que los corona como reyes. Hay que recordar, que le poder profético de la ciencia puede volverse contra nosotros. Detrás de programas como Cambridge Analytica, está el programador y el ingeniero devoto. Nuestra labor, como David, consiste en tomar la piedra para matar a ese Goliat de la técnica enloquecida, de la técnica de la dominación. El político hace de las ciencias “útiles”, ciencias “verdaderas”, “la clase de verdad propia de la física y disciplinas congéneres” y ahí reside su peligro real.