La caricatura que somos: la palabra, los gestos y la actuación.

Por Víctor Hugo Gaytán Martínez *

“(…) hubo eternidades en las
que no existió [el humano],
cuando de nuevo se acabe todo para él,
no habrá sucedido nada”
Friedrich Nietzsche*

Donde es una palabra de lo más extraña. Si se repite una y otra vez, se llega al origen de su rareza (aunque no de su explicación). Donde, Donde, Donde (Invocación). ¿Dónde está Donde? Si algo quieres saber, pregúntale a Donde; si a un lugar quieres llegar, interroga a Donde. Y claro, si te quieres extrañar de las palabras y de la rareza de la vida humana, recurre a Donde.

Donde es la inspiración de las expresiones, porque las expresiones son una rareza, una caricatura. Donde es una caricatura, el escenario y el sujeto de actuación, como lo es la vida humana. Donde podría ser, desde luego, el sinsentido del que tanto han hablado algunos filósofos. Un sinsentido caricaturesco… menos todavía, una comedia. 

Donde es el personaje principal según se dice por él mismo con toda la intención de personalizarse. Ciertamente, Donde nunca ha sabido que está actuando, solo sabe que está y se piensa como lo principal. Donde es el centro del universo. “Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo”.* Si muere, ¿qué será del universo? Simplemente, cambiará de centro, como lo ha venido haciendo desde que existe el ego, el humano… y esta comedia no evita pensar que todo lo que Donde conoció, todo lo que Donde objetivó y dijo que era lo que era, pasará a ser la minúscula parte rescatada en una charla entre sus conocidos quién, cuándo, qué y por qué.

Donde se prepara para los escenarios. Ayer por la tarde, cuando pasó a la farmacia, se acercó a la caja y se instaló frente al farmaceuta, se puso el traje del nervio y de la firmeza de la voz para solicitar unas medicinas. Donde no está enfermo, pero necesita prepararse para la enfermedad. Hace una semana, Donde estuvo con sus amigos; en el espacio que compartían, Donde dejó de ser aquel muchacho nervioso de los espacios públicos para tomarse seguro en las palabras. Las risas, los intercambios, todo eso estaba programado.

¿La cara seria era necesaria luego del cambio de tema? ¡Por supuesto! ¡Cómo se puede dudar de eso! Cuando se hablaba de un tema delicado (que ni tú ni yo debemos saber), todos cambiaron el gesto. Alguien tuvo que redirigir la conversación porque en la actuación real y presente nadie falla y nadie olvida la línea en la que le toca participar. Incluso, cuando Donde no tiene palabras qué decir y, en efecto, no dice nada, Donde no deja de ser presencia; el silencio presente o la ausencia de sonido es la contingencia necesaria** para que la palabra del otro tenga que ocurrir. En esa oportunidad, se van creando futuros escenarios que nadie conoce y se van delineando los próximos roles.

He ahí la actuación. He ahí la performatividad. He ahí la seriedad con la que se toma la vida. He ahí la verdad de que la vida sin seriedad parece dejar de ser vida. De todo ello nos hacemos llegar la autodenominación de humanos, porque buscamos las expresiones: cuando humanizamos animales, les tomamos la palabra desde el lenguaje más humano: la expresión de emoción, una característica más de la actuación que les hace(mos para) parecernos.

En el trabajo, Donde no evita verse en la pantalla de la computadora y tampoco evita sonrojarse por la actuación inconsciente de cada uno. La explicación de ese descubrimiento es difícil de señalar. Digamos que esta parte es una parte sin parte**, porque está (la actuación y la conciencia de que se actúa), pero está sin poder señalarse (todo acto es normal, atiende a una norma; y todo acto tiene un exceso, a veces, una exageración). De cualquier forma, en esta comedia cada uno toma su papel.

Se presentan respuestas rápidas, comunes: “¡Oh, sí, lo hago en seguida! ¡Claro que sí, es algo en lo estoy trabajando!” “Bueno, lo que yo quiero decir –afirmar–…”. Todo sin que falte el gesto de seriedad, de presente, de ser alguien. Este lenguaje, estas palabras que a simple vista parecen carecer de valor, que parecen no traer tras de sí ningún drama y no generan ningún interés, son el contenido del espacio teatral histórico, relacional y potente; un espacio teatral que, como la oscuridad, se fue propagando cada vez más hasta que por fin llegó la noche, hasta que el sol desapareció en lo que parece es la lejanía, hasta lo que siempre es la relativa misma distancia.

La vida, después de todo, es un teatro. Tampoco significa que sea un teatro oscuro, volviendo a la analogía de la llegada de la noche (aunque no estaría del todo mal pensarlo). Es un teatro lo suficientemente claro si uno deja de ser un espectador pasivo (esto es estúpidamente redundante y me excuso porque, por ahora, no tengo otra solución sobre la forma de decirlo). Esto no implica que tengamos que sumarnos a ese teatro, porque, como lo he dicho, ya somos parte de él; más bien, lo que es necesario es detenerse, por un mínimo tiempo, a (auto)observar el aquí y los allá para llegar a la conclusión de que cada máscara, cada cara, es un telón (dije “un mínimo tiempo”, pues con la extensión del tiempo existe el riesgo de encontrar la finitud en el actuar, el sinsentido ahí mismo y también la comedia y la ridiculez).

La vida es un teatro porque cada espacio está lleno de actuación. Cada espacio no se separa de uno u otro papel practicado. La actuación se lleva en los pasos que se dan, mientras se piensa en lo que se debe hacer. Se necesita ser un poco más que un actor para desprenderse por un instante del rol, de la piel (ex)puesta; en ocasiones, si esto no llega ser posible, vale más la improvisación. La cuestión, no preocupante ni angustiante, sí acusante, es cómo saber que se improvisa cuando uno esta mediado por el escenario y por lo que esperan los demás actores y actrices. ¿Cómo saber que la improvisación no es fingida ni falsa, que se actúa con libertad? La cuestión más radical es todavía no cómo saberlo, sino cómo hacerlo. ¿Cómo ser, en lo posible, autónomo? Aquí retornamos ya no a la contingencia necesaria sino a la necesidad contingente de poder improvisar.

“Sí, sí, ahí estaré”. Observen esta otra maravilla, otra expresión que parece ser nada pero que significa la promesa, el ajuste del tiempo, asumir un papel de compromiso, asumir una coordinación entre sujetos alejados para coincidir en el lugar. Es una cuestión meramente abstracta de unión de millones de piezas de rompecabezas que están para ponerse solas en alguna hora ya dicha para hacerse material. Si ustedes no creen en los adivinos del futuro, la actuación, el teatro, nos permite saber qué va a pasar. Pues bien, con quien he acertado a vernos en algún lugar, con ese estamos sabiendo ya el futuro: el encuentro. Es algo de lo más próximo sobre el conocimiento del porvenir, como lo es que cierto árbol se pudrirá en algún momento (sin embargo, hay menos certeza de cuándo) o que en algún día moriremos.

¿Y Donde dónde está? Con Donde hay más certeza que con Cuando. Con cuando, eso sí, hay más emociones, porque el mismo acercamiento al pasado y al futuro ya trae sensaciones de extrañeza y esperanza. Ambas, sin embargo, hacen el teatro y son la actuación. La ridícula y maravillosa actuación. La fascinación por la vida y también la decepción, el sentido y el sinsentido; al final, una caricatura: seres flexibles con gestos de muñecos animados, efímeros, meros plásticos contaminantes, meros artefactos para uno mismo y para quién sabe quien más.

*Friedrich Nietzsche (1873), Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral.

**Debo esta idea a la lectura de Žižek en Menos que nada: Hegel y la sombra del materialismo dialéctico.

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*Colaboración