José Vasconcelos, masón y espiritista

Wenceslao Vargas Márquez

El oaxaqueño José Vasconcelos narró en su libro El desastre su ingreso a las logias masónicas. En su oportunidad documentamos este hecho al igual que su simpatía por el nacionalsocialismo de Hitler en los años cuarenta. Dirigió la revista Timón de perfil filonazi. Quizá la mejor documentación al respecto de este escabroso tema es el ensayo titulado La revista Timón y la colaboración nazi de José Vasconcelos, del sorprendido y enfadado autor Itzhak Bar-Lewaw, quien documenta 17 ediciones (bit.ly/2ID0IAO) de la revista en el año 1940.

Pero nuestro tema hoy no es el nazismo ni la masonería en José Vasconcelos, el fundador de la SEP, ni el espiritismo en otro titular de la SEP, Jaime Torres Bodet, que también hemos documentado (bit.ly/2X0DpVF). Nuestro tema es otro: es el espiritismo de Vasconcelos. Como en todos los casos que hemos presentado nos apoyamos en documentación sólida, lejos de la tradición de la masonería mexicana que se apoya en tradiciones sin sustento y roza en una irresponsabilidad fantasiosa. Un ejemplo de afirmación necia, sin bases, es la de que Hidalgo y Morelos fueron masones. Sólo repetiremos que no hay pruebas, y abordemos ya el espiritismo de José Vasconcelos.

En otro de sus libros, en el Ulises Criollo, narra Vasconcelos su contacto con el espiritismo al que también fueron adictos dos expresidentes: Madero y Plutarco Elías Calles (bit.ly/2KvUapP). Dice lo siguientes a propósito de la fundación de una revista de la que se le encargó la sección de filosofía:

“Con pretensiones de investigador científico abordé el estudio de los fenómenos espiritistas comenzando con Mesmer y rematando con Allan Kardek, cuyos libros consulté en la Biblioteca Nacional. Una secreta esperanza me insinuaba que acaso, por la misma vía experimental, podría volver a encontrar lo perdido, el principio sobrenatural que resuelve los problemas del más allá. Tomando como guía el volumen de la Biblioteca Alcan, del doctor Charcot, Hipnotismo y sugestión, empecé a visitar logias espiritistas, aparte de iniciar experiencias en la casa misma que habitábamos. En general, mis colegas eran escépticos, y cuando lográbamos ser admitidos a alguna prueba no era raro que la medium en trance, incomodada, advirtiese: «Hay influencias hostiles.» Nos echaban entonces del recinto mesmerizado y procedíamos a mover mesas por nuestra cuenta, siempre con resultados pueriles. Lo cierto es que la disciplina de la prueba científica nos era impuesta de tal modo en la Preparatoria, que no era posible que prestásemos atención a casos de simple experimentación incontrolada”.

Continúa Vasconcelos: “Lo que me preocupaba y aun me atormentaba era mucho más serio y profundo que hablar con muertos que se aparecen a los vivos. Como el nadador que a medida que penetra en el mar siente que las ondas lo toman y acaba por perder el pie, así nosotros, avanzando en el estudio del fenómeno psíquico, en los textos de la psicología empírica perdíamos hasta el último apoyo de la noción querida de lo sobrenatural. El bien y el mal son productos como el aceite y el vitriolo, acababa de explicar Taine, y nuestro catedrático, don Ezequiel Chávez, exponía su materia con celoso apego a la teoría del paralelismo psicofísico de Fechner. Para curarnos de veleidades espiritistas nos recomendó el libro de Flournoy sobre la medium que, sin conocer más idioma que el propio, cuando estaba en trance hablaba el lenguaje del planeta Marte. Estudiando sus «mensajes» se descubrió en ellos una mezcla de ciertos signos del árabe y palabras de inglés y de francés. Investigó entonces Flournoy todas las lecturas que pudieran haber influido en el cerebro de la medium aun de modo subconsciente y, en efecto, en la biblioteca de su padre, antiguo funcionario de Colonias, halló un libro con dedicatoria en árabe. Las supuestas comunicaciones marcianas no tenían de árabe sino los signos contenidos en las líneas de la dedicatoria; con ellos construía un galimatías suficiente para maravillar a los ingenuos. Cada una de estas tremendas comprobaciones afirmaba nuestra fe científica, pero nos dejaba sumidos en terror y melancolía”. Hasta aquí la experiencia de Vasconcelos con el espiritismo.

Muchas páginas más adelante del mismo libro Ulises Criollo, Vasconcelos aborda la caída de Madero en 1913. Narra con indignación el cable papal con que el Vaticano felicitaba a Huerta. De Victoriano Huerta hemos documentado también su pertenencia a las logias masónicas (bit.ly/2KBSxXI). Esto le pesa a la masonería tradicional pero ni modo, los documentos existen. Y dice algo más Vasconcelos respecto de la muerte de Madero en Ulises Criollo: “La Iglesia mexicana también se mostró alborozada. Desaparecía, por fin, aquel presidente sospechoso de espiritismo. ¿Qué importaba que ahora viniese un ebrio inmoral, si lo que ella suele perseguir es la heterodoxia, antes que la maldad y aun ateísmo?”

Dos apuntes para acotar a Vasconcelos. De Huerta sabemos que era un “ebrio inmoral” pero, aunque le pese a la masonería tradicional, el Chacal, como tímidamente le decían sus adversarios, también fue masón. De Madero no sólo había “sospechas” de espiritismo sino evidencias, incluso un libro espiritista que firmó en 1911 con seudónimo, el mismo año en que resultó presidente. Seguramente Vasconcelos lo sabía y no se atrevió a ser explícito de que tanto él como Madero visitaron con interés el espiritismo.