Ilusiones desde la pasión y la Guardia Nacional
Por Víctor Hugo Gaytán Martínez *
Hay razones propias de los apasionados que se oponen a la lógica de la política militar del gobierno actual, pero esas razones se opacan, se diluyen o se vuelven un secreto en la pasión misma hacia el gobierno. El silencio se propaga con tal fuerza cuando se trata de delatar al supuesto protector por una pasión que enmudece; hay algunos que logran hablar con toda ética y honestidad, pero esos son un grupo sedimentado que busca ser doblegado y que resiste al poder del poder, de los que tienen la voz que lo domina todo; de los que, por si fuera poco, están legitimando el uso de las balas.
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Hay que alarmarnos, sí, hay que alarmarnos. Estamos frente a una política despolitizada. Digámoslo de otra forma, estamos ante una política personalizada y partirizada, porque como política tiene poco; me estoy refiriendo a la Guardia Nacional y a los elementos básicos con los que una política pública debe contar. Quizá por eso ustedes, los que han estado más al tanto, vieron a un Alejandro Madrazo (investigador del CIDE) saliéndose de su rol de investigador, ese rol en el que muchos son formados desde la academia. Quizá por eso vimos a un Alejandro expresivo, emotivo, preocupado en las audiencias públicas frente lo evidente: un legislativo y ejecutivo (este último solo para oreja para lanzar sus intuiciones en contra de las demostraciones) que arrasaron en las elecciones pasadas no hacen caso a los números, a la experiencia, al dolor y a la muerte que se ha vivido con políticas militarizadas contra la inseguridad, como las impulsadas por el PRI y el PAN.
Con lo sucedido, con lo reciente, con la subyugación del mando civil en una Guardia que ahora es militar (y que así lo ha sido desde que se propuso), estamos ya no ante una política pública, sino ante una política de Estado-gobierno; ante, pensémoslo así, un capricho de los poderes legislativo y ejecutivo que dominan con su mayoría.
Una política que debió ser pública, que si bien pasó por la discusión de expertos, dejó de serlo cuando no consideró prácticamente ninguna de las palabras, ninguna de las advertencias de las organizaciones nacionales e internacionales que respaldan los derechos humanos, políticos y sociales. Incluso, la actitud observada de un partido como Morena es contradictoria a lo que uno esperaría de su postura ideológica, ya que desde los enfoques críticos de política pública no solo se debe considerar la opinión de los expertos, también se debe tener en cuenta las experiencias pasadas, y sobre todo, que los menos afectados serán los de abajo.
El discurso y el planteamiento de que se actuará conforme a una perspectiva de los derechos humanos son inaceptables (no creíbles) cuando desde hace algunos días ha comenzado el ensayo: cientos de militares han sido enviados a lugares “prioritarios”, a los que más padecen la violencia (entre ellos, zonas del norte del país como Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo León). Lo curioso es lo rápido que han preparado a los policías y militares en derechos humanos, incluso cuando la Guardia Nacional no ha sido aprobada. También es curioso todo este planteamiento, cuando los más afectados por este tipo de políticas de militarización han sido los de abajo, los que gobiernos de izquierda priorizan; y curioso es también que con este tipo de políticas los delitos de alto impacto (homicidios, feminicidios, secuestros, desapariciones) aumenten y aun así aquellas sean implementadas.
Lo que aquí también se nota preocupante, además de una mayoría legislativa despreocupada, es el efecto sobre/en los electores. Aquí observamos un juego tramposo del gobierno actual para decir: “el pueblo me apoya”. Y no es que no suceda, pero entre las mayorías y minorías, debe también haber un equilibrio en la toma de decisiones. Además, que un gobierno como el actual aproveche su mayoría electoral para justificar sus decisiones, denota un gobierno irresponsable y como lo dije, tramposo, porque ni todas sus políticas serán siempre las correctas, ni las mayorías tomarán siempre las mejores decisiones. Como decía un defensor de la democracia representativa (Giovanni Sartori, un estudioso de la Ciencia Política): está bien, un gobierno es legítimo a través de las elecciones, pero el gobierno también tiene que considerar a sus minorías, a aquellos que defienden sus derechos, a los que discuten, se apropian y amplían el espacio público.
En el caso de la Guardia Nacional, si se tiene como fundamento que para la seguridad ciudadana los militares tienen que estar en las calles, se está dejando fuera la experiencia y los argumentos de quienes han vivido (sufrido) y reflexionado ampliamente sobre la política y la inseguridad. Si el Estado, además, no considera las recomendaciones de las organizaciones nacionales e internacionales, está siendo omiso de otros argumentos también importantes, por lo cual, la decisión que tome tendrá la característica de ser inapropiada e injusta.
Aquí también recuerdo mis clases de políticas públicas en la maestría: sucede que los diseñadores y analistas de políticas no carecen de ideas (como se vio en las audiencias públicas) para solucionar o aminorar los problemas, pero también sucede que los decisores (los políticos, el gobierno, el Estado) no siempre consideran esas ideas: es aquí donde distinguimos sus ideas, su forma de gobernar, sus intereses. El ejemplo claro es, por consiguiente, lo que se ha visto con la Guardia Nacional y lo que la mayoría legislativa de Morena ha decidido a gusto del ejecutivo, de AMLO.
De la pasión hacia el gobierno
El gobierno de los sentimientos, que se identifica por el exceso de confianza de sus electores, puede ser un error; una pizca de escepticismo es algo un poco más sano. Tampoco es que reduzcamos este fenómeno a la simplicidad; en la espera del cambio, un cambio que ha resultado eufórico, no queda más que dejar en manos del Gran Otro esperado (es decir, el líder carismático, el gobernante, El Político) la estrategia y la acción contra los problemas y hacia las buenas nuevas prometidas; sin embargo, el error nunca se ausenta: que el pueblo ceda el espacio que le corresponde, siendo que por años ha sido excluido en la acción y en la estrategia, es un acto de auto-supresión; esto, en términos de una ética del individuo, pasa desapercibido; esto a su vez es benéfico para los que poseen el poder legítimo-electoral.
Diferenciemos dos elementos que resultarían confusos en el análisis del exceso de confianza: el amor y la pasión. Si bien del amor puede venir la pasión, de la pasión no siempre deriva el amor; lo que parece amor desde la pasión, no es más que la inercia del sentimiento enérgico similar a la obsesión. Amar con pasión es amar con responsabilidad, pero ser apasionado sin amor es correr el riesgo de cegarse en la inercia del sentimiento.
Lo que sucede con los gobiernos amados con pasión, es que ellos deben responder responsablemente a sus amantes porque los amantes lo exigen (se autoexigen y se comprometen); es más, el amante no ama al gobierno como tal, sino sus acciones y estrategias que lo hacen llamar buen gobierno. La diferencia con la pasión pura es que ésta se vuelve, en cierto sentido, una venda, un lugar donde, por puro desconocimiento de hechos propios, hace falta mirar. Esto responde a la análoga observación del amor entre las personas: dejarse llevar por la primera impresión y tener pasión sobre algo desconocido, como con la persona que atrae, necesita un grado de inspección real que no se puede llevar más que a través del tiempo. La pasión anticipada, la defensa anticipada de lo que me genera pasión, tiene tras de sí el riesgo de admitir en un tiempo siguiente: me equivoqué, no era lo que esperaba.
Por supuesto, tampoco debemos reducir la pasión hacia el gobierno en la pasión hacia las personas; pero tampoco dudemos que cuando se trata de hablar de la pasión, hay similitudes en las relaciones hacia las cosas y hacia las personas. Entre las primeras de ellas está el error, la ilusión. Para evitar el error (o mejor dicho, la ilusión) no hace falta mucho como para dejar de ser apasionados o de amar; un grado de escepticismo, de desconfianza, no es una mala postura; eso mismo, tampoco implica traición; ello responde a la legítima defensa natural y de la vida, de que las relaciones con las personas y con las instituciones, con el Estado y con el gobierno, están expuestas al error, por la predisposición y el desconocimiento del devenir.
En la era del relativismo, donde gobiernos como el nuestro son legítimos, habría que escuchar de su parte: confíen en nosotros, pero también desconfíen. En el examen consciente del elector, del individuo, ciertamente esto no debería ser necesario, cuando uno mismo debería decir: no tengo por qué confiar o creer en él en su totalidad. La confianza tendría que ser relativa, aunque pareciera que nos ponemos del lado de los opositores. Claro que aquí está el doble juego: el primero corresponde al de la exigencia (es decir, con la exigencia se juega el poder entre los que lo ejercen y lo exigen) y el segundo corresponde al mantenimiento del gobierno (se juega el gobierno, el mismo poder, con riesgo de que se ceda a otro).
Es posible que se confundan los apasionados en la idea de decir: no puedo desconfiar, porque si desconfío, mi pasión queda en evidencia como no-pasión o como pasión débil y, asimismo, formo parte de lo que se opone a la cosa que me apasiona; pero a la vez esto es necesario, a pesar de los oportunismos. Debemos saber y no olvidar que cualquier asunto compromete (o lo contrario), pero se pierde más en la ética individualista que en la ética colectiva, no sólo por ser apasionado de forma egoísta, sino porque debajo de esta pasión hay probables consecuencias irreparables por las decisiones tomadas sin un examen previo.
Quizá lo que se olvida es que las decisiones tienen consecuencias futuras como las han tenidos las pasadas. Quizá no se piensa que no vivimos en los gobiernos eternos. Quizá se olvida que la militarización, aparte de afectar de forma directa a los de abajo, afecta de forma también directa a los de arriba, pero en forma positiva. Políticas militares benefician a los grandes explotadores de tierras (léanse textos de estudiosos como Achille Mbembe, Michael Foucault, Slavoj Žižek, Giorgio Agamben, David Harvey, Enrique Dussel, Walter Mignolo, entre otros). Con esta política bastará que las transnacionales soliciten la fuerza, porque será constitucional, para seguir explotando y contaminando; práctica y paradójicamente se vivirá un estado de excepción legítimo, ya no con excepción de la ley, sino con ella misma, sobre su fundamento. Tendremos derecho a defender la tierra, los derechos, en las calles, pero también estaremos expuestos “al riesgo que corra el estado” con nuestras acciones, a su decisión de lanzar balas por vías de la pasión que produce el enemigo interno, aunque bueno, esto ya sucede desde hace décadas.
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*Colaboración