Extraños

Por Víctor Hugo Gaytán Martínez* 

Llegan los “extraños”. Llegan con violencia rompiendo fronteras. La instrucción nacionalista cobra su efecto: el trabajo está hecho, convencieron a una parte del pueblo de no tolerar al pueblo. Salieron los “defensores” de la soberanía. ¿Qué es hoy la soberanía? Las respuestas variarán, y antes de que las trompetas suenen “al grito de guerra”, dirán sus defensores: “hay que respetar las leyes”. Gran contradicción cuando se habla de guerra y respeto de leyes. Añádasele a esto, la falta de perspicacia para no darse cuenta que la guerra ahí ha estado y la falta de respeto a la ley también.

Guerras: “Guerra sucia”, “guerra contra el narco”, “guerra contra las drogas”. Falta de respeto a la ley: impunidad, corrupción, violación a los derechos humanos, clientelismos, etc. No, eso no; es momento de olvidar aquello y recordar que el Estado es santo y que para su defensa estamos, siendo él el primero, desde hace mucho, en declarar(nos) la guerra.

No falta quien agregue: “pero los ‘extraños’, ellos sí, tienen que ser respetuosos con las leyes, no están en su país”; quizá se olvida que durante años han llegado otros, tomados por menos extraños, con corbata y cuello blanco a violar las leyes… Bueno, hay que retractarse parcialmente de lo dicho: ellos no tienen por qué violar las leyes, porque las leyes se hacen para ellos.

Los “extraños” llegaron en caravana y nos dieron un mensaje: no debe haber fronteras. Con esa misma violencia que es mínima y auténticamente positiva, en contraste con la violencia estructural, terminaron por mostrar que el dogma y la ideología conservadora es peligrosa: pusieron en evidencia que para el norte (EUA) no hay fronteras cuando se trata de atacar el territorio de otro país o, como se sabe, en cuestiones de mercado. Qué suerte de la humanidad: el mercado tiene derechos, tiene libertad de ir y venir por las fronteras, pero las personas no.

Usted dirá: “pero, ¿por qué extraños?” –Dígame: ¿qué no los han tratado como extraños, como invasores, como los que vinieron a quitarnos lo que (no) tenemos? Y hasta se habla y se expresa sobre él, sobre el migrante, con desprecio, como si fuera una maldición que cayó a fin de año, la cual nadie pidió. Míralo, mejor, tan igual a uno: una persona de piel morena, una persona que busca vivir dignamente, que no se ha conformado con las migajas del capitalismo y de las goteras del crecimiento económico.

El migrante, el extraño, no es un personaje de cuello blanco, lo sabemos. Y aunque según no hará algo mejor” por la economía, lo que sí es seguro, es que no la empeorará como lo han hecho por años los que van y vienen por los principales puestos de gobierno, y claro, los empresarios y banqueros, los que se dicen expertos en economía porque traen la cartera llena y pueden firmarte los cheques que gusten, esos que se ganaron con el sudor de la usura y la explotación.

Quizá si desde hace años nos hubiéramos dado cuenta que la violencia ejercida en el país es insoportable, ya debiéramos haber sido migrantes; muy probablemente el que ya migró lo ha hecho por buscar una vida mejor, una vida que refleja las inconsistencias entre la riqueza y la pobreza; entre la paz y la violencia; entre los desairares y las esperanzas. Quizá. Probablemente, migrar no sea un gusto. Quizá sea el reflejo de los intereses del poder económico (capitalistas) y político (Estados no menos capitalistas) hechos a la medida del pensamiento occidental: orden y progreso.

La migración no es un delito, es un derecho

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se plantea en el Artículo 14: “En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país”.    Y en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos coincide no sólo con tal derecho sino que se añade: “Toda persona tiene derecho para entrar en la República, salir de ella, viajar por su territorio y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte, salvoconducto u otros requisitos semejantes”.

Migrar no es simple gusto

Las migraciones no son fenómenos sociales recientes. Quienes migran actualmente enfrentan un problema social y político de violación de sus derechos humanos. En el camino pueden enfrentar diversos problemas relacionados con las ideologías reproducidas entre las personas de los países, de odio y miedo hacia “el otro”, hacia el extranjero. Las fronteras, la identificación con una nacionalidad, si bien pueden llenar de identidad a una persona con su nación, también reproducen aquellas conductas, las de desprecio hacia lo que no es nacional, incluidas las personas.

Bien podemos decir que nuestra vida en las naciones se define por las fronteras.

En el derecho internacional se distinguen dos tipos de fronteras: las naturales y las artificiales. Las primeras se refieren a los obstáculos naturales sin intervención del ser humano; las segundas se refieren a los muros, vallas u otras señales creadas por los seres humanos. En el derecho internacional, sin embargo, no se consideran las fronteras ideológicas determinadas a partir de las dos primeras, del reconocimiento de la soberanía y del nacionalismo.

Vivimos entre las fronteras

Vivimos entre fronteras donde lo único libre para la circulación son los productos y servicios de los países. Las fronteras se abren a favor de esta circulación con el supuesto de que da mayor movilidad al capital. No se verá, por otro lado, la libre circulación de personas, a menos que cuentes con documentos que te lo permitan y que seas poseedor de capital económico.

Vamos viendo que los valores monetarios se sobreponen a los valores humanos. Así es, principalmente, nuestra frontera norte. Así son las fronteras. Son determinadas por las tendencias ideológicas de los países que, siendo en principio capitalistas, defienden el derecho a la libre circulación del producto y servicio y establecen barreras para la libre circulación de las personas.

Es una paradoja que con el derecho internacional, asimismo ideologizado, se podría responder. “Lo que se define es la soberanía de las naciones”. Pero parece que las fronteras como barreras cierran soberanías y no las abren, como si todos fuéramos peligrosos para todos. La soberanía se concibe como medio de dar seguridad, pero en la exageración de la seguridad y el orden, la soberanía se vuelve hogar con puertas cerradas.

Parece fácil pensar que el asunto de la libre circulación de personas se relaciona con un asunto de la seguridad internacional. Y la tesis es válida, sin embargo, contiene diversas repercusiones. Aparentes soberanías traen consigo nacionalismos ortodoxos donde se plantean supuestos de “razas” superiores, como lo sucedido en Alemania. O traen consigo la limitación cultural contra la aceptación pluricultural del mundo. Un mundo que debe ser uno con todas las variantes culturales, se ha vuelto fragmentado y repartido, donde los únicos ganadores parecen ser esos que imponen las fronteras ideológicas.

El peligro de las fronteras, como imagen de separación de países, es un asunto de orden de una moral práctica, donde no sólo interviene el interés general de la nación, sino el interés particular de quienes se la reparten. Por eso, y por otras razones de índole económico, es que es muy importante el “libre comercio”, el comercio sin fronteras, porque esto sí es capaz de repartirse. La libre circulación de personas entre países parece no generar ganancias.

¿Contra el sujeto o contra el problema?

Se argumenta contra el migrante, pero no contra el problema que lo ocasiona. Se defiende, por unos, el territorio como propio y no se concede la reflexión sobre las implicaciones de recibir a alguien que migra. Así como desconocemos el derecho internacional, somos indiferentes a los derechos de las personas. En la migración damos cuenta del problema de concebirnos en “comunidades imaginadas” (países, naciones, estados), pues las fronteras naturales y artificiales se fortalecen con las fronteras ideológicas.

Pregonamos el respeto por las normas del país, por la protección de la soberanía nacional y ponemos a ellas por encima de los derechos humanos a pesar de que las normas también consideren tales derechos. Sería violatorio de los derechos humanos (asimismo se reflejaría la inconciencia humana) no permitir la entrada y estancia de las personas que se mueven de un lugar a otro.

Si el respeto de la ley es uno de los principios de los que se identifican como buenos ciudadanos, el respeto de los migrantes debería ser para ellos uno de los principios superiores: nadie, por ninguna razón, en el lugar donde se encuentre debe ser víctima de tratos crueles e inhumanos. Todos, sin distinción del país, deben ser tratados con dignidad.

Dignidad humana

Ser humano se vuelve calificativo exagerado si las expresiones contra los otros son de odio y desprecio. Tenemos y presenciamos humanos con poca humanidad. La humanidad no es únicamente gozar de la inteligibilidad y la razón, sin conciencia, sin comprensión del otro. Si una persona se define únicamente por el entendimiento y la razón y no por la afectividad y la comprensión, tenemos entonces máquinas.

Si las relaciones humanas significaran, en este sentido, sólo el uso de la razón, careceríamos de tales relaciones. Tendríamos un mundo más fracturado que el actual. El mundo de las relaciones humanas no se da en la medida de la inteligencia, sino en la medida del afecto, de la confianza y la comprensión.

Comprender la migración, significa comprender que “el otro” que es, más bien, el “nos-otros”, busca vivir dignamente. Los miles de pasos y kilómetros recorridos son la expresión de que el lugar que tenían como hogar no satisface tal dignidad: que los gobiernos son, también, indignos.

La dignidad como principio de las relaciones humanas envuelve los elementos materiales y espirituales del buen vivir. Vivir dignamente no es sólo comer, dormir, gozar de salud; vivir dignamente significa vivir sin ser amenazado de morir en cualquier momento. Que el ciudadano viva con el riesgo de morir en su país, nación o pueblo, no es una cuestión tolerable. Hay que moverse o revelarse. Hay que buscar nuevos espacios y nuevas oportunidades. Dejar el hogar duele. Dejar la tierra donde naciste, duele. Dejar todo, quedarte sin nada, para buscar una nueva vida, no es simple. Es más difícil que lo que se experimenta cuando sales de casa por primera vez, aun sabiendo que vas a volver. Migrar, pues, es doloroso.

Contacto: hugoufp@hotmail.com

*Colaboración