¿Este soy yo?

Por: Mireya Hernández

La imagen que me devuelve el espejo del cuarto de baño me hace pensar en un desconocido, con la mirada que hiela la sangre y el rostro sin expresión. Este hombre tendrá las huellas de carmín en sus manos para siempre.

Lo recuerdo todo como si hubiese sucedido hace pocos días, y lo cierto es que mañana serán diez años. Fue la primera vez que lo hice, y no sé cómo explicar lo que sentí. Debía pensar en que ese era tu destino, y que de no haberlo hecho yo, habría sido cualquier otra persona. Tú no elegiste terminar así, yo no elegí terminar contigo, y sin embargo, sucedió.

Los motivos de como llegaste hasta mí los desconozco, a mí nunca me informan de lo que antecede a mi trabajo, y siéndote sincero, prefiero no saberlo.

Era un día soleado, pero el aire se respiraba diferente. Me dijeron que en esa ocasión haría algo distinto. Podía imaginar cualquier cosa, pero no aquello. Cuando ya estaba preparado para recibirte, casi se me doblan las rodillas cuando te vi llegar. No eras como me imaginé, estabas muy pequeño, me robaste el corazón, pero yo no debía tener sentimientos.

Después de luchar para controlarme y que no se notara que me estaba derritiendo por dentro, debía proceder. Te miré, y creo que fue mi primer error, esos ojitos nunca se me van a olvidar. En ellos podía ver súplica, resignación, nostalgia, y miedo, mucho miedo, un miedo que estuvo a punto de hacerme tirar el objeto que sostenía entre mis manos, pero no lo hice. Tenía que olvidar que en ti latía un corazón, que respirabas, que ahora, además, de tus ojos salían dos espesas lágrimas. Reconozco que eras muy tierno.

Lo que hice después, tú ya no podrás contárselo a nadie, y yo, a partir de ahí, me he convertido en un monstruo.

Tú, así como muchos otros, te apagaste poco a poco. Tu mirada dejó de tener aquella pureza que caracteriza a la gente de tu edad, hasta que se perdió. Tu respiración, que cada vez era más rápida, se desvaneció. Tu voz, que empezó siendo un grito y que terminó en un gemido, se borró.

Desde ese momento, todo es más fácil, ya no los miro a los ojos, ya no pienso en lo que pasó antes con ellos y sus familias, ya no los veo como seres vivos. Ahora solo cumplo mi trabajo, eso es lo mejor para mí.

II

Hace un par de minutos eliminé nuevamente el líquido rojo de mis manos, pero cuando las miro con atención, aún puedo ver tus huellas de sangre. A veces siento que desaparecen, pero al poco tiempo regresan y me siguen como depredadores: las veo en las paredes, las veo en la sábanas, en las puertas, en los muebles, en mi ropa, ¡en todo!

Ya sé que es lo que sucede después: caerá la noche, en la que desde ese día no puedo dormir con tranquilidad, y tendré esa pesadilla: tú mirándome, con la mirada más compleja detrás de un velo de lágrimas, que no he querido volver a ver. y cuando a veces, la situación se torna crítica, el mínimo ruido me pone alerta, y tomo entre mis manos aquel objeto que me acompaña desde hacía muchos años, y miro a mi alrededor esperando a que tú salgas de aquel lugar donde te escondes, y me mires fijamente. Sé que cuando lo hagas, ya no existirá un mañana, y lo espero con anhelo, pero ese día se sigue postergando.

III

Hoy es distinto. Desperté como todas las noches, y mi pesadilla fue más intensa, y finalmente, sentí que se cumplía lo que había imaginado tantas veces. Casi estoy seguro de que no ha sido un sueño.

A diferencia del resto de las noches, aunque pongo toda mi atención en escuchar algún ruido que me haga tomar entre mis manos aquel objeto que se ha convertido en mi único acompañante, nunca llega. El silencio es tan espeso, que me siento incómodo. Todo me molesta, la oscuridad, el silencio, la soledad. Percibo algo distinto en esta noche, y entonces, caigo en cuenta… no puedo moverme…

Fin