Esclava de los miedos

Por: Mireya Hernández Hernández

Si alguien me pidiera que hiciera un resumen de mi vida, lo único que le podría decir relevante al respecto, es nada. No me aventuré a amar profundamente, como seguramente lo has hecho tú, porque no quería que me lastimaran, y gracias a eso, no supe lo que significaba estrechar entre mis brazos a aquella personita que ahora te puedo asegurar me robó el corazón. Mucho menos permití que me estrecharan entre sus brazos aquellos que realmente me amaron y que se dedicaron a intentar demostrármelo. No tomé de la mano con fuerza a aquel hermoso ser que siempre estuvo conmigo, porque tenía miedo de no poderlo sostener cuando tropezara, o peor aún, que nos derribáramos ambos, y no supe cómo detener su mano cuando empezaba a soltarse, porque tenía miedo de cometer más errores. No supe como quitarme todo el peso que llevaba encima porque tenía miedo que se dieran cuenta de que era vulnerable. Nunca dije “te amo” porque tenía miedo de no decirlo a la persona indicada. No permití dejarme llevar por lo que sinceramente me emocionaba, porque tenía miedo de no poderme detener y navegar hacia un mundo incierto, y yo siempre le había temido a lo desconocido. No hice nada por cambiar mi rutina, porque me aterraba la idea de perderlo todo.

Ahora te voy a relatar lo que siempre hice: opté por los caminos cortos, porque sentía que me perdería en aquellos cuyo final se percibe tan lejano, siempre me empeñé en rodear los obstáculos porque no me creía capaz de superarlos, seguía a quien me percataba de que estaba seguro de sí mismo, para no sentirme perdida, y seguir aquella línea que alguien más ya había trazado con mucho cuidado, para no lanzar a la basura mi vida, pero dejé de vivir mi propia historia.

Si aún no has logrado descifrar el nombre del que tomé como mi mejor y único a amigo, te lo presento, comúnmente lo has escuchado por el nombre de miedo. Creí que colocándome el disfraz del miedo sufriría menos y tendría una vida más feliz y tranquila, pésima idea. Bueno, sí tuve una vida tranquila, porque nunca hice nada.

No soy la persona más indicada para darte consejos, porque no tengo experiencia en ningún tema ya que todo lo esquivé, pero sí quiero decirte que no hagas lo mismo que yo. Quizás ese consejo no sea necesario, porque seguramente serás más inteligente que yo, y cada persona es única, y eso me relaja un poco.

Si volviera a nacer, estoy segura que volvería a hacer lo mismo, porque aún en estos momentos sigo teniendo miedo: tengo miedo de salir a la calle y de que me suceda un accidente, de mirarme en el espejo y de que no reconozca lo que vea, de dormirme una noche y de no despertar nunca más, de perderlo todo, de perderme y no encontrar el camino de vuelta a casa, de que algo me suceda estando en este lugar, me aterra ver algo que me sigue, aunque sé que se trata de mi sombra, no me atrevo a mirar por la ventana a aquella luna deslumbrante y alegre que a todos nos observa con una sonrisa con superioridad, sabiendo que ella controla algo que nosotros no, porque siento que me llama y que pronto vendrá por mí, así es, por eso también esquivo a las estrellas, y a las nubes, y al sol, y por eso también te esquivé a ti.

Como no vine a darte lecciones de vida y no he superado ninguno de mis miedos que con el tiempo son más profundos, no me resta más que decirte que voy a caminar de la mano con mi segunda gran compañera, la soledad.

Y por supuesto que me arrepiento, si es que aún no te lo he dicho, porque tengo miedo de que lo sepas, así que aunque en esta historia te estoy hablando a ti, tú nunca la vas a leer porque además de todo soy orgullosa, y voy a desaparecer estas líneas, es por eso que me atrevo a confesarte que eres lo mejor que me ha pasado en esta vida, y que gracias a ti viví los mejores momentos de mi existencia, aunque nunca los supe disfrutar, y tú nunca lo vas a saber, has sido mi mejor regalo, y, ahora lo acepto solo para mí y pronto para nadie más, te amo.

Fin.