Episteme de Macondo
Por: Juan José González Mejía*
Macondo es el útero de una cosmovisión, es la manera literaria con la que García Márquez, el demiurgo del boom de la literatura latinoamericana de los años sesenta, plantea la geografía orgánica de nuestro continente.
Macondo es una coreografía de historias y de voces que cuentan vidas de fantasmas y de seres de otros mundos, es decir, de otras aristas del mundo. Lo que se dice en Macondo se queda impregnado en los árboles, en el aliento seco del sol, en las asperezas de las chozas y en la pólvora de las plazas.
Macondo es un ecosistema de dolores humanos sin tiempos, sin más esperanza que la herrumbre de los siglos venideros…
¿Por qué todo y nada transcurre en Macondo? ¿Quién mide el tiempo en Macondo? Juan Rulfo decía en Pedro Páramo que “hay esperanzas a pesar nuestro”, pero, ¿habrá esperanza en esta región garciamarqueana?
Entrar en Macondo es respirar un ambiente de fantasía doliente, de sobredosis de antirrealidad. El Realismo Mágico es una esquina tan solo para mirar con otros ojos este mundo.
Crecer es un acto orgánico, eso es incontestable, pero crecer en Macondo es un acto dual de abstracción y perpetuación de las almas, y un acto de confirmación de que el infierno es aquí, en este momento y en todos los momentos de los tiempos.
Entrar en Macondo es cruzar un río de sombras y de murmullos a través de la prosa burilada de su autor: Gabriel Buendía García Márquez Babilonia. No importa, el nombre, porque nombrar cosas y seres en Macondo es un acto de renacimiento y finitud.
¿Qué propone García Márquez en sus novelas macondianas? ¿Acaso nos quiere decir que, a la manera de Fernando Pessoa, siempre “seremos extranjeros donde quiera que estemos”?
La estirpe de los Buendía estará, de veras, en su geografía adecuada ¿o será que son viajeros cuya patria tendrá, sempiternamente, la categoría de extranjeros, ajenos a sus formatos de ver y hacer el mundo?
Cien años de soledad no está en ninguna parte pero se sitúa en un punto cardinal insoslayable: en esta tierra que huele a olvido, a tristeza morena.
La prosa de García Márquez es la de un cronista literario no de países sino de ecos de personas. Si etimológicamente persona significa “máscara,” bien podría decirse que el gran Gabo escribe sobre máscaras que ocultan una realidad, esta, la que llevamos a cuestas en más de 5 siglos de historia americana y que, como el final de Cien años de soledad, tiene no una sino muchas oportunidades…