El poder sobre la memoria
Por Hugo Gaytán*
En México hemos vivido la pérdida de memoria; en otro sentido, con una asunción sexista y desvergonzada, se dice “los caballeros no tenemos memoria”. El caso es que, relativo a los problemas comunes que pudiera enfrentar la o el mexicano, o el caballero en su caso, la memoria brilla por su ausencia.
Según la RAE, la memoria es una “facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado”; quienes estudian la memoria y las funciones cerebrales dirían que hay varios tipos de memoria y que en cada una se encasillan los recuerdos por corto, mediano o largo plazo, dependiendo del evento y la forma en que éste se haya vivido y experimentado.
La relación de lo anterior, de lo que llamaríamos la pérdida, ausencia o ignorancia de la memoria, del recuerdo del pasado, con sucesos lamentables y desconcertantes en nuestro país parece encontrarse en la memoria a corto plazo, a pesar del episodio traumático que esos últimos pudieron haber representado. No hay retención del pasado.
Recordemos lo que sucedió con los estudiantes de Ayotzinapa -que justamente hace una semana cumplieron un mes más de estar desaparecidos, para sumarse al tiempo de impunidad y negligencia del estado mexicano- y la desmemoria colectiva que vivimos en complemento con la capacidad represiva del pensamiento de la misma estructura estatal.
Sin tratar de exagerar, enmarquemos aquel suceso, que se integra en la desmemoria, en diversas ficciones profundamente esperadas que han sido, en algunas partes, rebasadas por la realidad (sí, dije que la ficción ha sido rebasada por la realidad y no ésta por aquella). Dos ejemplos literarios: George Orwell y Aldous Huxley quienes en 1984 y en Un mundo feliz, respectivamente, relatan la catástrofe de lo que implica ejercer el poder sobre la memoria. Huxley se adelanta algunos siglos para esquematizar un mundo que se gobierna sobre la memoria y donde el pensar es ausente, donde la mente se alimenta de la repetición de enunciados destinados hacia el consumo y en donde la liquidez de las acciones se equipara a la desvalorización del tiempo.
Con Orwell, de forma similar, se adelanta el capítulo de nuestra realidad para dar cuenta de la capacidad del Gran Hermano para controlar la memoria, el pensar y el actuar de quienes viven bajo un régimen que oprime con la vigilancia. Lo similar en los escritos de Orwell y Huxley es la utilización de la memoria como forma acabada de la pasividad del pensamiento, a beneficio de quien tiene el poder; la memoria, entonces, se vuelve útil para la obediencia de las palabras y de la acción, no para la rebelión, a menos que estuvieras contaminado por un agente externo.
Esta es la realidad superada: porque incluso la desmemoria es la estrategia básica fruto del acoplamiento sistemático del poder gubernamental y del poder capitalista: poderes fundamentales a en la esfera de lo público que conforman el conjunto b: sociedad, que es controlada a través del gobierno del terror. Poderes que borran, con la promoción de una Coca-Cola sin azúcar o de un Buen Fin, los grandes y desgraciados acontecimientos de quienes estamos al borde, también, de ese final, no del Buen fin, sino del fin de los 43 estudiantes y de otras y otros que han padecido la política de muerte del Estado, de la necropolítica -dirían los teóricos como Achille Mbembe- (“En 2017, más de 29 mil asesinatos en México” se lee en un encabezado de Aristegui Noticias).
Esto es la memoria, travesía de la realidad mexicana superada por la ficción literaria y la incapacidad de oponerse a la muerte, a la defensa de los derechos o, por lo menos, a la expresión del dolor. ¿Cómo podemos participar? Por lo menos recordando(le) al Estado que si ellos olvidan, nosotros no; que si ellos ignoran, nosotros no; y que si ellos no piensan, nosotros sí, porque somos creadores de nuestra realidad.
#A los estudiantes de Ayotzinapa, desaparecidos el 26 de septiembre del 2014.
Colaboración*