El encuentro virtual de las esculturas
Por Ariel López Alvarez*
Como todo imperio, los Estados Unidos de América habían hecho ver al mundo que ellos eran América; sin embargo, ante la apertura de la comunicación electrónica, la demás América ha saltado portentosa para gritar: nuestra cultura es rica, multiétnica y digna de apreciarse. Hoy, si bien la cultura hispana influye en el mundo, paradójicamente está siendo también presa de la influencia externa.
Nada más actual que hablar del “encuentro de las culturas” en un mundo globalizado por las tecnologías de la información y comunicación. Lo que hace dos décadas era un título que evocaba los 500 años del encuentro de 1492 e inicio de la colonización del nuevo continente, ahora se ha convertido en una coincidencia diaria, en algo cotidiano, gracias a la televisión, radio, Internet y las redes sociales.
A partir de este encuentro virtual de las culturas, las actuales generaciones vivimos las consecuencias de la diaria influencia de nuevas visiones de nuestro entorno extendido, sin saber a ciencia cierta adónde nos ha de conducir su impacto como sociedad. Estamos algo así como cuando le preguntaron a Robespierre que adónde conduciría la novísima revolución, y él se asiera de la propia pregunta para responder: no sé, pues usted mismo me da a entender que la Revolución francesa no tiene antecedentes que permitan prever sus consecuencias.
Todavía en la década de los noventa del siglo pasado era un decir de los intelectuales que deberíamos tener presente la existencia de los otros, de reconocer que había otras formas de ver los entornos lejanos, en todos los sentidos. Sabíamos que era cierto, pero teníamos que imaginar esas otras realidades, a través de las descripciones que encontrábamos en los libros.
En el presente, es difícil pensar que alguna cultura nos puede ser inaccesible. Por supuesto, cualquier estudioso sentirá la necesidad de vivirla, y se formulará múltiples preguntas especializadas, cuyas respuestas solo podría encontrarlas visitando el lugar, pero esto no obsta para que cualquiera pueda acceder a sus rasgos generales.
Y cuando un grupo cultural conoce la existencia de otros, por consecuencia empieza a cuestionarse sobre sí mismo; sobre todo cuando compara sus diferencias y hasta su idea de Dios, de la vida o de la muerte. ¿Hasta la espiritualidad pareciera tener tintes de relatividad? Así parece que se presenta en la postmodernidad.
Por ejemplo, sin duda hay diferencias entre los impactos que tuvieron los niños mexicanos al volverse jóvenes hace cincuenta años o más, cuando recordaban las situaciones que les esperarían al final de su vida—me refiero a la muerte, juicio infierno y gloria—, con respecto a los actuales niños que religiosamente van al catecismo y en unos años se convertirán en jóvenes.
Cito la religiosidad por ser uno de los elementos más consistentes de nuestra cultura mexicana, para reconocer el impacto producido por los actuales accesos a la información y comunicación en la vida de una de las más integradas culturas nacionalistas del mundo.
*Colaboración.