El discernimiento político

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Educación para la ciudadanía: reflexiones filosóficas y pedagógicas (II)

«El discernimiento político»

Por: Mario Evaristo González Méndez

En la primera reflexión ofrecida sobre el tema, destacaba el sentido político de la función docente y cómo ello implica opciones para la práctica: o se promueve la liberación de la persona o se legitima la relación de opresión. También se dijo que la ciudadanía democrática no tiene eco en acciones violentas por más que su motivación sea justa, pues no se puede cultivar justicia, legalidad y libertad por la vía de sus defectos: lo injusto, lo ilegal y lo alienante. Se advirtió la necesidad de incorporar el elemento del discernimiento político al abordar el tópico de la educación para la ciudadanía; esto es el punto de reflexión en las siguientes líneas.

La palabra «discernimiento» viene del latín cernere: cernir, acertar; discernere: distinguir, cribar; -mentum: medio, instrumento. Así, en sentido llano, el discernimiento es la capacidad para distinguir acertadamente las cosas. Por su parte, el término «político», de tradición griega, se refiere a los asuntos de la ciudad y los ciudadanos. Por tanto, el discernimiento político es la capacidad de los ciudadanos para distinguir acertadamente los asuntos de la vida pública, siendo un instrumento de gran valor para la toma de decisiones en ese ámbito.

Esta capacidad de distinguir acertadamente no es innata, requiere ser enseñada, cultivada, practicada. Es una consecuencia pragmática de la relación entre conocimiento y antropología. En términos pedagógicos, es el resultado de un aprendizaje significativo que potencia la libertad y la autodeterminación del estudiante; esto último es una competencia curricular deseada, pero no necesariamente bien recibida por el sistema cuando se alcanza, pues por naturaleza cuestiona, problematiza y desinstala el modo de compartir el espacio social: aula, escuela, familia, barrio.

Es evidente que enseñar a discernir lo político rebasa los límites de la escolaridad y lo curricular. Por principio, el método para hacerlo exige transformar la relación típica maestro-alumno en una relación donde los actores se asumen como ciudadanos en igualdad condiciones para re-conocer la vida pública y con capacidad para colaborar en su transformación. Esto implica un problema mayor: el método dialógico de la educación para la ciudadanía sólo es posible si los actores involucrados renuncian al recurso del poder para imponer su criterio, lo que no es fácil si la inteligencia ha sido obnubilada por sentimientos y emociones de rechazo, frustración, miedo. La dimensión psicológica afecta necesariamente la disposición para el encuentro con los otros. Esto ya deja ver la que la enseñanza del discernimiento político es una cuestión transdiciplinar y no exclusivamente legalista, como se ha venido haciendo en la educación para la ciudadanía.

Al decir que el discernimiento político debe ser cultivado se advierten condiciones para que suceda: acceso efectivo a información veraz y pertinente, capacidad de razonamiento para procesar y ordenar la información obtenida y reconocimiento de sí mismo como parte de la comunidad. Este caldo de cultivo se nutre del quehacer de los medios de comunicación, de la escuela, de la familia y de otras instituciones que influyen en la cultura. Todos estamos en alguno de estos espacios: ¿es acertada nuestra colaboración ahí, para fortalecer el bien común?,

¿al servicio de qué interés escribo, comunico, educo?, ¿me presento a esta realidad con la consciencia de que mis actos afectan el modo de vivir de otros?

Por último, el discernimiento político debe ser practicado y, en cuanto práctica, caben el acierto y el error, por ello son posibles el acuerdo y el desacuerdo respecto del modo en que se administra el bien público. En esta práctica existe una referencia objetiva: el bien común; sin embargo, el camino se nutre de lo subjetivo: el modo de acceder a ese bien. Así, tanto gobernantes como ciudadanos debemos estar dispuestos al diálogo continuo para lograr acuerdos. Y me parece que aquí está lo grave de la democracia mexicana (y quizá de muchos otros países): los acuerdos no tienen raíz en el diálogo ciudadano, sino en el pacto económico de la globalización cuya visión es ajena a la periferia de la ciudad; el discurso de la democracia ha mantenido a los pobres como categoría lingüística privilegiada, pero en la praxis, son descartados y violentados.

Los ciudadanos debemos aprender a discernir lo político para no crear falsas expectativas sobre la democracia, para actuar contra cualquier tiranía ideológica que disfraza de liberación el caos y pretende la igualdad anulando las diferencia. Este discernimiento nos ayudará a reconocer el interés genuinamente político asentado en el bien común de aquellos otros intereses privados que pretenden colarse a la esfera de lo público para legitimar su perversidad.