El clientelismo sindical y la mezquindad educativa

Por Sandra Ortiz Martínez y Artemio Ríos Rivera*

El ejercicio de la crítica debe ser capaz de comprender la complejidad de las redes que se articulan en la realidad y de cómo ese tejido sirve para mantener el statu quo, el orden en que mantenemos vivo este mundo que a nadie nos gusta. Criticar a la autoridad sin mirar cómo el resto jugamos un juego que la sostiene es tener una mirada parcial que no tiene posibilidad de cambiar nada. Por ello, en esta entrega presentamos un breve análisis sobre lo que pasa en las zonas escolares, cómo la vida sindical merma el tiempo para la educación que reciben los niños y jóvenes.

El discurso sobre la normalidad mínima como base de la autonomía escolar, surge como una respuesta a la cultura que prioriza cualquier actividad extracurricular por sobre el tiempo real para el aprendizaje; es decir, se asume que tiempo escolar no siempre es igual a tiempo de aprendizaje. Dicha categoría intenta posicionar la idea de que el tiempo dedicado al trabajo educativo es importante y hay que cuidar las condiciones en que se desarrolla para no distraerlo y hacerlo valioso.

Aunque en los eventos pedagógicos y en las declaraciones públicas las autoridades del sector educativo dicen que primero están los alumnos, en los hechos lo que muestran es que lo que sucede en las escuelas es el último rubro en su escala de prioridades.

Por ejemplo, a pesar de que la normalidad mínima en las escuelas propone que: “todas las escuelas brindan el servicio educativo los días establecidos en el calendario escolar” y “todo el tiempo escolar se ocupa fundamentalmente en actividades de aprendizaje”. En los hechos, estos preceptos se violentan cotidianamente en las escuelas, y ello es propiciado por las burocracias locales, ya sean sindicales u oficiales. Hablaremos de las sindicales, que claro, siempre requieren de la “vista gorda” o de la complicidad de la oficial.

Después de que la Reforma Educativa se proponía “Recuperar la rectoría del Estado sobre la educación”, acotando la nefasta influencia de las burocracias parasitarias sindicales en el quehacer educativo. Después de acotar los derechos laborales, en complicidad con las cúpulas sindicales, hoy dichas cupulas regresan a la carga escamoteando la educación a los niños de este país.

En el más puro estilo clientelar, importándoles muy poco la educación de los niños y jóvenes del país, los pequeños funcionarios sindicales delegacionales plantean: “que no deben molestar a los maestros fuera de su horario de trabajo”, es decir que actividades como, asambleas sindicales, reuniones para festejos, juntas de representantes de centro de trabajo, homenajes a sus “próceres”, reuniones de cambios, juntas escalafonarias, visitas a las secciones sindicales, acarreos, juegos deportivos, entre otro tipo de actividades, se realizarán –todas– en horarios de clases.

Resulta que los “funcionarios sindicales delegacionales” son personal al servicio de la educación y se encuentran laborando en las escuelas, es decir, no están comisionados para realizar dichas actividades sindicales, sino que la mayoría de las veces se encuentran laborando frente a grupo o como directivos de escuelas. Así, dicho personal podrá ausentarse cuando quiera de sus centros de trabajo porque tiene actividades de carácter sindical o pretexta tenerlas.

Por ejemplo, si se realiza una reunión de representantes de centro de trabajo de una zona escolar en horario de clases, cada representante abandona –en el caso de telesecundarias o primarias donde los docentes trabajan por jornada frente a grupo– de 20 a 30 alumnos; es decir, cada reunión implica aproximadamente 600 alumnos sin maestro durante una jornada, si consideramos que hay entre 20 y 30 escuelas en cada zona. Los pequeños funcionarios sindicales no pueden sacrificar un par de horas a cotraturno o en sábado para tratar los asuntos de su conveniencia laboral, que paguen los niños, que no vayan a la escuela.

A los funcionarios delegacionales “quedabien” no les cabe en la cabeza que deban tratar sus asuntos laborales o de sus agremiados en contraturno (fuera del horario de clases), esto cuando acuden a las secciones sindicales. Sí les parece que no es posible invertir tiempo no laboral, que no se postulen para “representar” a sus bases. La indignación nos mueve a reclamar que en realidad solo buscan pretextos para hacer grilla en horarios de clases, sin que resulte en ninguna mejora sustantiva de las condiciones de trabajo de los docentes ni de la educación de los niños. Son especialistas en organizar festejos por asuntos individuales o colectivos, juegos de futbol, comidas y borracheras, pero claro: en horarios de trabajo. Hablamos, nada más, de delegaciones y los representantes de centro de trabajo. La autoridad local, las supervisiones escolares, no hacen algo al respecto o se suman como buenos afiliados al sindicato. Ojalá pueda quedar clara y definida la separación entre autoridades educativas y sindicales, por el bien de la educación de México.

Claro, son personas “muy ocupadas” por el bien de los demás, que nunca –o muy pocas veces– serán los niños para los que trabajan y debieran atender sin menoscabo.

A los sindicaleros “cacha votos” no les interesa el país, la educación de los niños, la nación. Sus intereses son siempre muy mezquinos, no miran más allá de sus narices: tener un séquito de clientes, un miserable capital político para intercambiar migajas, aplausos fáciles, complicidades.

Es una lástima que “se lleven entre las patas” a docentes honestos y trabajadores que no tienen la capacidad de resistir a las presiones de estos personajes y son responsables, sin duda, de dejar también a sus grupos para ir atrás de estos sátrapas del sistema educativo.

Deberíamos ser más celosos del tiempo que tenemos que destinar a los niños en las escuelas. Hay problemas estructurales que a nadie –o a pocos– le preocupa cambiar. Mientras esto siga así, como otros vicios del sistema educativo, las buenas intenciones no van a prosperar.

Sobre esta red de pequeños abusos y complicidades se teje gran parte del fracaso educativo en nuestro país y del corporativismo político.

*Columnistas.