Contrasentido de la violencia: sobre la violencia justificada

Por :Hugo Gaytán

Al volver y venir al pasado a través del pensamiento, se escucha todavía el decir de la violencia, de lo que ella misma hace: más violencia. Pero si la duda atrapa y si la actividad de pensar se tensa, habrá que reescribir la idea. Si la violencia produce más violencia, significa que la violencia es como una ola del mar, pues delante de ella le seguirá otra y otra, sin encontrar ya un principio ni alcanzar un final.

Pero se nos tornará curioso que la violencia no es un asunto propiamente natural como las olas del mar (aunque también se producen por cuestión artificial), y que, por tanto, nos toque idealizar que aquella no es como éstas y que, por lo cual, tiene un fin, un término. 

Estamos de acuerdo, valga el énfasis, en decir que la violencia es un asunto artificial, no porque se produce por cualquier agente externo, sino porque es producto del artificio humano. Y habrá entonces que aceptar que la violencia no se erradicará. Sin embargo, prosigue a este pesimismo la idea de que violencia no-violenta es necesaria contra la violencia (para desafiar la idea antes dicha: que “la violencia produce más violencia”) que no es una, y como no es una, la encontramos en diferentes formas, intensidades, lugares y tiempos: por ello nos referimos a tiempos violentos, a niveles de violencia, a lugares que padecen violencia y a que en ellos se presentan en modos diversos. 

Sin definir con justa precisión cuáles son las violencias, hago mención de las que se escuchan: violencia política, violencia religiosa, violencia sistémica, violencia simbólica, violencia familiar, violencia de género, violencia infantil, y un largo etcétera. Lo hago con el objetivo de mostrar que, actual y ciertamente, estamos inundados de violencias. 

Las violencias, por sus características, tienen objetos y sujetos diferentes que la hacen palpable en tiempos y lugares diversos y convergentes. Pero dentro de ellas, existe la posibilidad de emplear una violencia (única en su tipo) contra todas aquellas. De esta forma, se palpa, además de un lugar y tiempo particular, en individuos. 

Este singular punto de vista no es, para nada, una innovación, ya que, antes de que continúe, ha sido precedentemente pronunciada con otro matiz, en otro orden, pero con un sentido similar: me refiero a lo escrito por Walter Benjamin, Hanna Arendt y Frantz Fanon, entre otros. De ellos se recupera el pensamiento de que hay una violencia justificada, la violencia que busca terminar con la violencia de quienes esclavizan, torturan y silencian. Hasta este punto, sin más, es admisible que la violencia produce una violencia justificada.

Violencia justificada: problema límite

Hablar de violencia justificada convoca opiniones diversas, particularmente de los pacifistas y de los no pacifistas. Sin duda, estas perspectivas son insuficientes ante la pluralidad de argumentos que surgen desde los especialistas, los experimentados, los violentados y los interesados. Pero los dos primeros sobresalen porque se contraponen en la opinión sobre la violencia justificada. 

La violencia es justificada, aceptada excepcionalmente, cuando tiene el fin de acabar con las ya enumeradas (de género, física, simbólica, sistémica, etc.). Se le podrá conocer como una violencia por legítima defensa y se observará lóbrega ante los juristas, aunque no ante quien la ejerce. Es concebible que existan objeciones como la idea al inicio expresada (la violencia produce más violencia), porque la violencia está siempre al acecho de las opiniones, por el morbo que produce, por los medios de los que se apoya y por sus consecuencias observables. 

Entre la violencia más discutida podemos encontrar esa que se refiere al homicidio por legítima defensa. Y es discutida, porque el homicidio es un delito y porque la legítima defensa es un derecho. Encontramos la controversia jurisdiccional para hacer justicia el hecho; tal como es previsto, el hecho no es aislado, ni de la circunstancia, ni de la sociedad. En la excepción al delito de homicidio, está el uso del derecho, que es la legítima defensa, es decir, el uso de la violencia para el bien individual: es como utilizar la violencia como instrumento del poder. El hecho, no es pues únicamente jurídico: pertenece al ámbito de lo social y lo político. 

Una violencia justificada, en palabras de Arendt, se pierde “cuanto más se aleja en el futuro del fin propuesto”. Sin embargo, determinar el fin o saber quién lo determina envuelve más que meditar de forma solitaria y silenciosamente. Hay un punto límite para justificar el uso de la violencia, que no puede ser definido únicamente por quien la ejerce, sino por quienes están en probabilidad de vivirla. Será necesario discutir conjuntamente su pertinencia en puntos específicos (como la legítima defensa), perimetrales, es decir, cuando la vida se pone en peligro. Esto aduce a ser responsables en la contradicción del uso de la legítima defensa sobre todo cuando se habla de preservar la vida: pues en la legítima defensa, potencialmente, alguien puede perder la vida. 

El límite está, nuevamente, en el uso justificado de la violencia como mera forma de defensa para ya no perpetuar la violencia física (que es, como argumenta Bernstein, el extremo límite de las demás violencias), sino para hacer uso del poder, que se equipara al uso del derecho para preservar la vida con relación a aquel que busca quitarla o afectarla bajo su propia voluntad y sin ninguna justificación verdadera. ¿Cuál será esta justificación verdadera? Aquella que se basa en hechos, objetivamente, que amenazan o ponen en riesgo la vida. Estos hechos no se fundan únicamente en la opinión del que violenta, sino en la opinión y juicio colectivo (juicio político, apunta Richard J. Bernstein). Justamente, es así como se formula la legítima defensa como problema límite: porque los hechos se consuman hasta su uso.

Violencia y política

Volviendo al fin que se propone la violencia justificada, está la responsabilidad de recordar que el continuo uso de la violencia conlleva destrucción, no creación; y no olvidar, como lo advierte Fanon, que quien busca defenderse o quitarse las cadenas de la opresión no tiene que (vol)verse como el nuevo opresor (colonizador). A la violencia, entonces, no hay que igualar el poder (decir que son iguales), porque, nuevamente, la violencia está para la defensa o la lucha para la liberación, pero no para el ejercicio del poder y de la libertad. Actuar contrariamente solo atraerá los males contra los cuales se disputa: la continuación del curso de la violencia. A este asunto, que es de carácter general y aproximado, habrá que anexar otra categoría con las mismas características: que en el uso de la violencia para la defensa propia se requiere de una comprensión racional de sus límites. 

… 

Walter Benjamin invoca el mandamiento “no matarás”. Pero el mandamiento no es imperativo. Es categórico, es un punto de vista, un punto de referencia. El individuo responsable circunstancial se negará ante el mandamiento y dirá: “no moriré”. Y para no morir hay que actuar con igual o mayor violencia. Y para vivir hay que ser, dada la circunstancia, violentos. 

De vuelta con los pacifistas y a la aclamación de la sentencia “la violencia genera más violencia”, tenemos que justificar dicha violencia, y ésta se encuentra no en el (placer de) generarla, ni de matar, sino en el derecho y la añorada conservación digna de la vida. Aunque es de suponerse vivir indigno aun al no ser amenazado, la vida del que lo es prevalece sobre el que amenaza. Siendo así, cualquier medio para hacerme vivir es superior a la intención de quitar la vida, aquella que puede ser ejercida por el abusador, por el violento, por el homicida. 

Lo que se hace sugestivo es legitimar la violencia cuando es justa y necesaria. Para los pacifistas, como es lógico, la situación causará disgusto, al punto de que los más comprensivos se sentirán confundidos. Aquellos que sin embargo no son pacifistas, ven en el asunto un momento de oportunidad para mostrar que el Estado es débil y, por consiguiente, incapaz de cubrir todos los flancos y asegurar el Estado de Derecho de cada uno. Nos encontramos con puntos de sutura que son políticos. 

La diferencia es que entre las violencias alcanzamos dos en particular: aquella que está destinada para hacer muerte física (aunque inicialmente no lo parezca), que constituye a las ya mencionadas anteriormente; y la violencia para hacer consciencia y buscar la libertad, que tiene como fin último hacer muerte física y tiene como principio hacer muerte sistémica. Esta violencia, desde un punto de vista no-estatal, es pura y legítima: puede considerarse, incluso, como no violenta.

Si entonces consideramos cualquier forma de ejercer la violencia como un peligro para la vida, es justificable aquella violencia que se utiliza como legítima defensa. Y al plantearlo de esta forma, estamos reconociendo que esta violencia se aplicará en diversos niveles e intensidades, ya sea entre individuos o entre grupos, ya sea al ejercer el derecho a la manifestación, a la exigencia o quitando aquella no-vida que me amenaza. 

Hasta aquí, debe existir claridad: se debe suponer de antemano que no se hace apología de la violencia, sino apología de la excepción (básicamente colectiva, si activamos los preceptos de Arendt sobre el poder). Es concebible, pues, que sea menos probable asumir el último nivel de intensidad de la violencia, a menos que se esté en completo peligro. Es concebible, por tanto, que sea natural la protesta violenta sobre las calles, ante la indiferencia e incapacidad del que se atribuye la obligación de dar seguridad: El Estado. Porque: “La ira de los que han sido brutalmente victimizados y humillados puede ser irracional, pero también puede ser una expresión de un sentimiento legítimo de indignación personal o política” (Bernstein). Es concebible, por ello, que se formen grupos de autodefensas en Estados y regiones de nuestro país, porque su vida corre peligro. Y es concebible que el Estado sea consciente de su debilidad y permita la acción propia de quienes se defienden. 

A modo de no dejar duda de la presente posición, me permito decir sobre la violencia su ambigüedad al utilizarla a nuestro favor para justificar la defensa de nuestra vida, porque se corre el riesgo de hacernos parecer a la inmoralidad ejercida por los genocidas como los nazis y los colonizadores. En las ideas que se describieron no se admite esta forma de violencia, que se entrelaza con el racismo, el nacionalismo ciego y la idea de superioridad. Más bien, se invoca la violencia (justificada) contra ellas, las que buscan restar vidas.

Debe tomarse en cuenta que la única violencia justificada es la de aquellos que siempre, o casi siempre, en todo lugar, o casi en todo lugar, padecen o se encuentran en riesgo. Debido a lo antes dicho, la exposición sobre la violencia encontrada en este texto, es en un sentido extramoral¸ donde no basta el juicio del Estado ni de la sociedad, sino también se precisa de la ética de conservar y preservar la vida en beneficio de los demás. El juicio entonces redunda en lo colectivo, siempre bajo nuestra propia observancia, a un costado de las acciones violentas, a favor de la vida digna.

Este texto está inspirado en la valiosa y esclarecedora lectura Violencia. Pensar sin Barandillas de Richard J. Berstein

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