Cesare Beccaria, el ilustrado de la ley
Héctor M. Magaña
No cabe duda de que el candidato que se presente a las próximas elecciones tendrá que crear un novedoso programa para acabar con la alta tasa de delitos que ha dejado al país al borde de la desesperación. Ya hemos escuchado bastante sobre la nueva tecnología en seguridad que propuso hace un tiempo Marcelo Ebrard en algunos mítines, también hemos escuchado de la cooperación que la DEA tiene con las autoridades mexicanas, y por supuesto, de los grupos de búsqueda de madres para dar con el paradero de sus hijos desaparecidos.
Hace poco me puse a leer la columna de Sin Embargo de Carlos Pérez Ricart y me detuve a leer las estadísticas sobre la cantidad de cuerpos policiales que hay en el país. Las conclusiones que compartía Ricart eran claras: “Duele decirlo, pero, en su conjunto, el Estado mexicano no tiene mejores capacidades y recursos en seguridad de las que tenía hace cinco años.”
Más allá de los recursos y de la capacidad de los cuerpos policiales, también hay que hacer un repaso de lo que concierne a lo penal y a la legalidad. No es mal momento para recordar el papel de grandes filósofos políticos y del derecho como lo fue Cesare Beccaria (1738-1794).
Una de las cosas que hay que recordar de las enseñanzas de Beccaria es la necesidad de establecer un sistema penal más allá de la pena de muerte. Partiendo de las experiencias que dejó la Revolución Francesa, Beccaria notó que las penas capitales tenían más de circo romano que de verdadera función en el sistema legal, ya que, si bien se pretendía que el público aprendiera las consecuencias de un delito, Beccaria notó que dicho acto era más que nada un barbarismo que carecía de contenido pedagógico para la mejora de la sociedad.
Beccaria, pensaba que la cárcel, más que un lugar de castigo, debía ser un reformatorio para el delincuente. Hoy en día, en nuestro país, los Centros de Reinserción Social (CERESO) cumplen una función parecida, no obstante, en la práctica queremos que los actores de hechos delictivos sean ajusticiados por la ley, sin posibilidad de reinserción social. La decadencia de penitenciarias en América del Sur es muestra de ello.
Con la crecida de violencia, es preferible que los CERESOS cumplan su función primordial, y que en lugar de castigar se esfuercen en potenciar la dignidad del individuo, su capacidad de cambio, de mejora. Beccaria pensaba que solo en pocas ocasiones, el Estado tiene derecho de ejecutar prisioneros: (1) Los individuos cuya violencia tiene un historial de comportamiento antisocial prolongado y en escalada y (2) a los que cometen rebelión o traición. Beccaria siempre defendió la idea de orden y unidad en una sociedad, y supo que muchos comportamientos delictivos tienen, en su mayoría, causas sociológicas que propiamente innatas.
Es cierto que el nivel de violencia en nuestro país va en escalada, y que se necesita una nueva logística en acciones policiales y de seguridad, pero conviene recordar, que la defensa de la sociedad no implica que el Estado deba usar la crueldad, la violencia y la barbarie para con los actores de dichos delitos. “Parece un absurdo que las leyes, esto es, la expresión de la voluntad pública, que detestan y castigan el homicidio, lo cometan ellas mismas, y para separar a los ciudadanos del intento de asesinar ordenen un público asesinato.”