Aproximaciones. Indeterminismo
Por Hugo Gaytán
Digamos con el tono inexacto de por aquí, que no nos interesa exclusivamente hablar de la vida, sino de las aproximaciones, de un lenguaje superpuesto al compromiso que genera desdén, porque el determinismo es más o menos peligroso en el semi-nuevo desorden de las
aproximaciones.
Los seres de las aproximaciones se encuentran en todos lados, se ven cara a cara y se ignoran. Los seres de las aproximaciones respingan dentro de las cuadras grisáceas. Están ahí con casi y con apenas. Van hacia el centro del centro pero no llegan; atajan caminos, se acercan y se detienen. Los seres de las aproximaciones no rinden homenaje a los tiranos finales, totales y absolutos, se conservan distanciados por la mano en la barbilla y por los
dedos en la cabeza; se arrancan la barba o se rascan la cara, se apenan de la afirmación sin solución práctica y andan atemorizados de que, en la vuelta a los rincones de sus pensamientos, se vuelvan a traicionar.
Los seres de las aproximaciones andan pisando con los pies descalzos inseguros, queriendo librar lo que no hay y queriéndose alejar de lo que no existe. La duda, un nombre por el que se sienten identificados, los mantiene así, atentos y desatentos; la incertidumbre está en la aproximación como diciendo: es posible pero no es, es probable pero no es y no terminará
por ser porque no hay término ni hay un ser. Hay algo ahí, como de carne y hueso, como que se mueve, como que se transparenta, pero es menos que eso. No hay casi nada más, porque es posible que lo que puede ser, apenas y será, porque su nombre es casi y se sostiene, más o menos, en lo que decimos que es más o menos la aproximación.
“Quizá, no sé, podría ser, creo que sí, lo dudo”, son como un poema irresuelto, se llaman tono de los poetas principiantes, están casi siempre dentro de los escritos con algunas faltas de sentido y se mantienen más o menos desordenados en esas cuasi-formas. Son, por otro lado un poco menos incompleto, como pelotas de los malabaristas que se avientan al aire de una en una hasta que casi terminan una función para por poco terminar de ser una disfunción. Se observan, con un poco de ojo, en las formalidades de las cartas de los semi- accidentados, los recados de los des-apoderados y los textos de los cuasi-intelectuales, como una forma incompleta que intenta esconderse de quienes están esperando lanzar balas de saliva. Como los malabaristas, aquellos las avientan de dos en dos hasta que las ocupan casi todas y lo que debería ser una función, una obra terminada, des-termina por menos-ser un tiradero de aproximaciones a la defensa.
Hay algunos que se encantan de las aproximaciones. Son herramientas de evasión del riesgo, de darle la vuelta a la calle de la certeza, para llegar a un lugar con nueva inauguración. Es tautológico. Se vuelve al principio, la explicación inacaba por explicarse desde sí misma, casi no se llega a nada. Es así como es, porque ser más o menos, aproximado, es ser así, sin solución. A casi todos les llega el día de llevar en práctica actos así para ser menos-así.
Los más afinados no se sentirán aludidos y evitarán poner atención a las palabras. Pero los desatinados, casi siempre pendientes de las faltas, de las aproximaciones, buscarán con cercanía a la duda cualquier pretexto para decir que algo se extraña, que está incompleto, querrán atinar con un absoluto “no es así”, cuando la fracción mayoritaria de aquí sabemos
que están faltando a sus reglas, a las reglas un poco relacionadas con las palabras prohibidas que resuenan imperantes y concluyentes.
En las calles andan los seres de las aproximaciones. No se reconocen porque andan aproximados a quién sabe cuánta cosa. Incalculables. Se topan con calles de doble sentido, medio miran hacia un lado y hacia el medio del otro, anhelan un poco de libertad y la ejercen con menos que soberbia, pasan al otro lado interminado en su esquina doblada como las esquinas de los libros interminados, pero con menos gracia de la que deberían y con finales todavía sin ser sabidos.
La vida con las aproximaciones se parecen, pero solo se parecen. Andan interminadas, inexactas y con estructuras multiformes descoordinadas. Llegan a lo parecido a un callejón y lo que parece un final, el tope más o menos perfecto, es más o menos, después de lo no supuesto, una nueva semi-entrada a la que le pertenece un giro de 180 grados con visión a
los botes de basura pegados a la pared y la suciedad bien embarrada, ahí mismo en la espera aproximada de una vida anónima aproximada.
Para qué seguir, todos-los-que-estamos-aquí (¡qué valientes absolutistas!) sabemos (¡qué soberbia!) que vivimos vidas aproximadas (¡qué sinceros!), sin un final atento a lo que se dibujó al inicio de la vida (¡qué desgracia!), un inicio que parece (¡qué prudente!) que tenía final allá a lo parcamente lejos, luego de ver el sol y la luna algunas cuantas miles de veces.
Parcialmente en este impreciso lugar, con los testimonios de un sol que no se deja de mirar y con el amanecer que sigue siendo aproximado, diremos que sabemos del tiempo su no linealidad 1 , desapegándonos a un lenguaje que genera desdén y a la indeterminación que perece subterránea.
Contacto: hugoufp@hotmail.com
*Colaboración