Anoche pasó la Virgen
Por: Mario Evaristo González Méndez
¿Puede usted creer la noticia? En el pueblo que abrigó mi infancia y gran parte de mi adolescencia, sucedió una cosa asombrosa: la Virgen, que sale cada año, adelantó su paso y, a diferencia de otros años, iba de prisa y sólo acompañada de pocos hombres que hicieron la obra de ponerla en andas y acercarla al pueblo, a nosotros.
La epidemia que azota al mundo ha dejado un sinfín de aprendizajes, algunos trágicos y otros esperanzadores. Como suele suceder en la desgracia, cada uno toma en la batalla el lugar que alguna motivación (no siempre consciente) le mueve. Hemos visto desfilar en las redes, en los medios de comunicación y en la misma calle, verborrea de la más infame frivolidad hasta cataclismos apocalípticos que terminan por ahogar al público que, cansado del vaivén informativo, tan dispar e impreciso como suele ser ahora, termina por afirmar: «pues quien sabe qué será, sólo Dios sabe». ¡Vaya atajo! Aunque no siempre se es culpable de ello.
En el pueblo donde habito, al igual que en otros tantos lugares de México, la gente sigue en las calles. Los vecinos cuentan que esto es puro cuento, que es excusa del gobierno pa´ subir los precios, que nomás quieren meter miedo o que total, de algo hay que morir…
Los templos también han cerrado aquí sus puertas y la plaza estuvo ausente en el folklor dominical, algunos locales de cadenas comerciales ya no están en servicio, pero la vida del pueblo no se detiene, aún no, y espero que la tragedia no imponga sepulcral silencio en las calles y avenidas.
Con todo, la gente de este pueblo tiene fe y por eso creo que su reacción ante la epidemia era de esperarse. Somos una región basada en el comercio, la fuente de ingreso está en la vendimia, en la informalidad y la gran mayoría vive al día, no tiene más posesión que su fe; por eso decía que su respuesta no es totalmente errada, para mi gente la cosa es más simple: ¡sólo Dios sabe! Y siempre, tras el dicho, encaminan sus pasos al trabajo, a vivir la jornada.
Pero hace poco, su jornada fue distinta, mi día fue diferente. Por nuestra calle hizo camino la imagen de la Virgen de los Dolores, a su paso encontró modestos altares, puertas y ventanas abiertas; hombres, mujeres y niños(as) que a su paso se santiguaron y, en lo profundo de su corazón y con su propia palabra, elevaron su oración y contemplaron.
Me conmueve la sencillez de mi pueblo, me invita a cuestionar lo que sé, lo que he aprendido y desaprendido en la capital. Sí, muchos de ellos no entienden lo que sucede, son manipulables y sé de doctos imbéciles que aprovechan la ignorancia de esa gente (y los gobiernan asumiéndose monarcas); sí, también es cierto que, si el virus llega a este pueblo, algunos morirán(moriremos) y otros perderán(perderemos) a personas muy queridas; es cierto que molesta mucho verlos «tan despreocupados en la calle», pero ¿no es suficiente ya preocuparse por sostener la vida que les queda y cómo puedan?
Anoche pasó la Virgen frente a la casa de mis padres (que es mi hogar, pero no mi casa), y pedí con toda el alma que me quite lo bruto, que me haga pueblo, que comprenda que no comprendo y que crea sencillamente; que fortalezca el ánimo flaco que se ata a razones inconexas del mundo. Anoche pasó la Virgen y agradecí vivir el presente, estar con mi gente y tener en la mesa pan y sopa caliente.
Anoche salió la Virgen y pedí por tantos y tantas que están en el frente de batalla. Anoche, mientras pasaba, quise que se quedara.