Anectodario 7. Cuando la guerra se hace ley (y otras aseveraciones)
Por: Hugo Gaytán Martínez*
Why do they always send the poor (¿Por qué ellos – refiriéndose a los gobiernos- envían siempre a los pobres –a la guerra?), se pregunta la banda de metal/rock System of a Down en una de sus canciones, pensando en la situación bélica generada por los gobiernos.
Ellos, los gobiernos o Estados, se sabe, hacen la guerra, pero ellos no las luchan. Ellos mandan… y envían a los pobres, inmigrantes, blancos y negros a una guerra por el servicio a la nación. ¡La patria es primero!
En la historia de nuestro país, System podría preguntarse simplemente: ¿Por qué ellos hacen la guerra? Cuántas canciones de protesta no son motivadas ya por la situación local. Desgraciadamente, ya no hace falta preguntarnos si envían a los pobres a la guerra, porque los pobres están en medio de ella.
La guerra ha sido elemento clave en la historia de la humanidad. Incluso teóricos declararon que la guerra está siempre y que los momentos de paz no son más que prolongaciones pasivas de la guerra, más o menos así; es decir, la guerra nunca se acaba ni se acabará, es como si fuera la condición de la humanidad.
La guerra es el imperativo de los gobiernos. Por la guerra se generan imperios. El imperio de la guerra sostiene al Estado. Tales fórmulas, como un juego de palabras intencional, dan al cabo y llegan a lo mismo: el Estado parece indisociable de la guerra para sostener el imperio de su economía y de su ética: consumen todo, se apropian y, próximamente, se justifican por otras instituciones, sus leyes. Todavía, envían mensajes fraternales de la buena comunalidad, de la falsa cooperación: “consume todo”. Vamos estableciendo diferencias: ellos consumen con sus armas, nosotros resistimos con las ideas.
La guerra es un pretexto más de la conformación de los Estados. Nos han vendido la idea (eso sí, todo venden, nunca pierden) de que la inseguridad individual debe ser respaldada por un “ente” mayor (a la Hobbes): un ente abstracto sostenido por personas de carne y hueso, que parece es lo último que les queda: carecen de conciencia.
Siempre buscando cómo sostenerse como Estado y cómo, además, sostener la continuidad de la guerra, recurren los “dueños del poder” a su poca creatividad (que, eso sí, parece darles frutos) y lo moral, su moral, la hacen ley. Cuestiones como el tráfico de drogas, por ejemplo, se vuelven el pretexto y motivo de lucha, porque es “mala” para nuestros jóvenes. No justifico el tráfico, cuestiono su doble moral: cuánto tiempo la iglesia ha reprimido las ideas de libertad de las sociedades y se ve poca voluntad de desprenderse de ella. “La iglesia sí es buena”.
Y así juegan también con las palabras. Elevan las acciones opuestas a ellos al pecado y nos volvemos herejes. El dios se hace Estado. Ya no vemos la diferencia entre uno y otro. ¡Hay que corregirnos! Si acaso la iglesia no es suficiente, se inventan instituciones y centros de reformación: la escuela, los hospitales, los centros psiquiátricos, las cárceles. Si no pueden encerrarnos a todos en todas las instituciones, por lo menos siempre nos vigilan por seguridad y bien del conjunto.
Me pregunto, desde mi ingenuidad e inexperiencia, si la inseguridad de la que tanto se habla no es más bien creada por el mismo Estado o bien, el Estado es tan inseguro, por eso de su pésima interpretación de los peligros de la anarquía y de su definición de desorden, y con el pretexto de dar seguridad a los demás se protege a sí mismo.
La naturaleza de la inseguridad atribuida a la sociedad es una hipótesis que, con los sucesos presentes, puede ser fácilmente objetada (¡cuántos no se sienten inseguros con la violencia que ejerce el Estado!). Si nos desprendemos de la tradición del Estado, sus mecanismos de control y los supuestos que están en torno a él se puede pensar contrario, opuesto y alterno a él. Pensar sin Estado es otra forma de salir de la caverna.
Pero volvamos al problema de la guerra, de su existencia. Ya dijimos que es el fundamento para el sostenimiento de los Estados. Es como un supuesto más para hablar de la soberanía, la que siempre es penetrada por los permisos de los gobernantes (o por la imposición bélica de los poderosos). Para dar credibilidad de la soberanía, por supuesto, están las leyes. Leyes hechas a manos de las visiones de unos cuantos, que muchas veces parecen coincidir con nuestros intereses… Cuestión de perspectiva. Mero espejismo. Bienvenidos sean al simulacro.
Las leyes, entonces, van a estar siempre al servicio de la legitimidad de la soberanía, así como de la legitimidad de la afectividad del Estado. Se crean leyes para obedecerlas. ¿Cómo se crean las leyes? Veo, a simple vista, que las leyes tienen una única dirección y tienen un punto fijo, siempre que esa dirección sea hacia abajo (bendita sea la democracia representativa). Como se ve en la figura siguiente, las leyes actualmente parten de un punto (raramente lo harán de otro lado, raras veces se consulta al pueblo, la consulta es un animal silvestre extraviado en la selva de la indiferencia). Del punto de donde parten podemos ubicar a los poderes estatales; la parte baja, la base, es la sociedad. El círculo representa el Estado-Nación. El círculo es atravesado por las leyes, con un sinfín de inferencias culturales. En el círculo se encuentran las comunidades, las ciudades, los grupos sociales, culturas y más culturas.Las leyes que justifican la soberanía, que se “preocupan” por la seguridad y por los miedos de la sociedad, se piensan muy amablemente en leyes específicas. No bastan, por cierto, los acuerdos internacionales, ni las constituciones de cada país. Hay leyes específicas, pensemos por ejemplo en nombres concretos: Ley de Seguridad Interior.
Una ley creada, entonces, va a partir de varios supuestos: el supuesto de la soberanía, el supuesto de la seguridad, el supuesto de la guerra -contra el narcotráfico y la delincuencia organizada-, el supuesto del miedo, el supuesto de la Seguridad Nacional. Nunca verán explícitamente en ella el supuesto de la conservación de los intereses y negocios de los gobiernos y los capitalistas, porque claro, recordemos, todos aquellos supuestos giran en torno al Estado capitalista, nunca fuera de él. Lo público se ha privatizado.
Ideas “innovadoras” en el país como la Ley de Seguridad Interior se justifican por aquellos supuestos, crean enemigos por todos lados, principalmente internos, entonces la soberanía se empieza a distinguir entre los que son violentos y los que luchan contra la violencia. Una violencia, por supuesto, inventada; es decir, es el supuesto del supuesto estatal. De esta forma, podemos decir, una Ley de Seguridad Interior es absolutamente innecesaria y viva intromisión sobre la libertad de mayoría, hablando en términos democráticos. Inventa la violencia como contra natura, Idea centrada en el Estado. Piénsese en la fórmula Natura=Estado=Absoluto=Verdad. Cuántas veces no se han creado verdades oficiales, o sea, de Estado, que tienen como único natural la falsedad.
Lo que se ha naturalizado, volvamos, es la violencia in-violenta del Estado. La violencia legítima le pertenece, y nuestra violencia de inconformidad va contra ese principio. De esta forma, en general, lo que con el tiempo se ha conseguido de modo legítimo por el hecho mismo de ser humanos, está siendo objeto de una regresión atemporal: los derechos humanos, la libre expresión, la libre manifestación, el libre pensamiento quedan a disposición de aquella ley, del Absoluto. Tendamos claro hasta aquí que las leyes, como un lenguaje más, no son inocentes. Ellas son prueba, únicamente, de la contundencia Estatal para mantener su forma y perder su contenido inicial: la soberanía real de quienes lo habitan.
Así como con aquella ley pueden irse descubriendo los males de otras más. Así también, podríamos seguir conversando sobre la perversión del Estado, de su privatización, de su secuestro, del apoderamiento de unos cuantos. Podemos ir pensando sin pensarlo: o bien pensarlo para dejarlo de pensar… Dejar de verlo como única forma de organización cuando se pueden crear, con visión de mayoría, de conjunto, nuevas estructuras de poder.
Why do they always send the poor (¿Por qué ellos -los gobiernos- envían siempre a los pobres?) se pregunta la banda de metal rock System of a Down en una de sus canciones. Me pregunto yo: ¿Por qué ellos, los gobiernos, temen al pueblo?
Su miedo ha hecho leyes y barbaridades que habitarán en la memoria. Con las leyes y las supuestas guerras internas, sin embargo, denominan todo, hasta donde alcanzan sus balas. Y si lo dicho, para usted lector, no es aún creíble, lo remito a algunas de las palabras con las que inicié estos anecdotarios, apoyándome de Eduardo Galeano, a que “mire o escuche las noticias de cada día”: “la verdad está ahí afuera”.
hugoufp@hotmail.com
*Colaboración