¿A dónde van los que no tienen a nadie?

Por: Mireya Hernández

Ayer llevé a uno más a ese lugar, que es de nadie, pero al mismo tiempo pertenece a muchos cuerpos desde hace mucho tiempo, que no podría decir cuánto. Ese lugar que a nadie le importa, ese lugar donde van los que para nadie existen, los que estuvieron muertos antes de que su corazón dejara de latir, ese lugar, donde seguramente estaré yo cuando me sumerja en aquellas profundidades del olvido, donde un puñado de historias se borró para siempre. Ese lugar, donde se mezcla el pasado con el presente, sin oportunidad de un futuro. Ese lugar donde se desintegran cuerpos, que en otras circunstancias no se habrían conocido, pero claro, que nunca se conocerán. Ese lugar, donde lo único que los une, es el olor a muerte, y el silencio.

Pronto ellos desaparecerán, y seguramente nadie se dará cuenta. Eso, sin lugar a dudas, es lo peor a lo que huye desesperadamente un ser humano, pero si está escrito en su destino, lo seguirá, hasta devorarlo poco a poco, como una presa deliciosa, sin que nada pueda cambiarlo.

Ellos antes pertenecieron a un mundo, donde al menos alguien se dio cuenta de su existencia, donde tuvieron un nombre, una familia, una identidad.

Los motivos del por qué llegaron al lugar del olvido, son diversos, y forman parte del libro de su historia, que está guardado en aquella biblioteca de documentos polvorientos, que es el pasado, que en el caso de esos pobres hombres, a nadie le interesa explorar, por vergüenza, por rabia, por tristeza, o simplemente porque ya no hay nadie que tenga alguna copia de la llave para abrir la puerta de aquella sección de la biblioteca de los recuerdos. Y es entonces, cuando se puede decir que alguien ha desaparecido, o peor aún, que nunca existió, porque ya no hay nadie que lo recuerde, y sus restos serán consumidos hasta que ya no quede rastro de ellos.

Yo desearía poder hacer algo para que sin importar el tiempo, haya al menos una copia de la llave de la sección en la que estará el libro de mi historia, pero debo ser realista, todo ser que llega a este mundo desaparece, llevándose consigo recuerdos, incluso secretos, que nadie podrá descifrar, porque es importante agregar, que el libro de la vida no es tan sencillo de conocer por cualquier persona, porque está escrito con una tinta que solo el autor puede leer, y el resto de las personas, solo conocerán la parte en la que ellos estuvieron con el autor, y quizás accederán a algunas partes ajenas a ellos, pero solo si el autor así lo permitió. Y yo deseo encontrar alguna estrategia para que cuando yo desaparezca, incluso tú puedas saber todo sobre mí, sin que nada te lo impida. Necesito descubrir aquella tinta que no se borre con el tiempo, y que sea visible a tus ojos y narrada a tus oídos, y lo más importante, tengo que encontrar la forma de dejar una copia de la llave en la puerta de entrada de esa sección, que solo puedas abrir, pero que no puedas llevártela contigo, para que así, todos puedan conocerme, porque yo, no quiero desaparecer como ellos, y necesito darme prisa, porque siento mi muerte cerca, y no le temo, temo a que tú no sepas que pertenecí a este mundo.

Ese, es el verdadero precio de la muerte, y no solo que tu corazón deje de latir, que tus familiares sufran y que no los veas nunca más, que seas consumido con el tiempo, que algunos se alegren de que ya no estás en este mundo, incluso en aquellos momentos alguien se acuerda de ti, pero cuando te olvidan, ya nada puede ser peor.

Fin.