Semilla de Baobab
POR: Isabella Sales Medina*
(Alumna del Centro Educativo Siglo XXI)
Aquel día comenzó con una mano cálida acariciando cuidadosamente mi cabello. Mi mamá estaba agachada junto a mí, como esperando en silencio a que me despertara. Cuando al fin abrí los ojos, me sonrió con calidez y dijo con voz tenue y suave:
─Es hoy, mi vida. Está por empezar la primavera.
Mi corazón se aceleró y me levanté de la cama rápidamente, abrazándola con un entusiasmo ferviente. Ella me envolvió en sus brazos y, al apartarse, puso su mano derecha en mi mejilla, mirándome como si yo fuera su constelación favorita en el firmamento.
Salió de mi habitación y regresó un par de minutos después con mi uniforme nuevo en mano, una pequeña camiseta verde y un suéter rojo con mi nombre bordado. Me ayudó a prepararme y guardar en la mochila todas mis libretas azul celeste. Mientras me vestía, pensaba en el verano maravilloso que había pasado con mis primos, yendo de playa en playa, construyendo innumerables castillos de arena mientras el cabello nos escurría de agua de mar. Entre la nostalgia y los recuerdos que me ocupaban, los segundos se convertían en minutos y el tiempo me pasaba corriendo por un lado. Sonó una alarma que me indicaba que era hora de irme. Mi mamá la apagó apresuradamente y, frunciendo el ceño, me dijo:
─Tu papá viene un poco atrasado, ya sabes cómo es─ Se volteó y me pareció oírla decir entre dientes:
─No puede ser ¡Ya es tarde!
Se fue a la cocina y volvió con una manzana en la mano. La puso en la mesa frente a mí y me hizo un gesto indicándome que me la comiera. Le respondí con un mueca, tomé la fruta y, a pesar de tener algunos dientes de menos, le di una gran mordida.
Cuando sonó el claxon del chevy rojo que manejaba mi papá, mi mamá y yo salimos de la casa casi corriendo. Ella me dio un beso en la frente y me dijo al oído:
─Siempre estoy contigo, siempre. Hoy un poquito más. Te amo.
─Y yo a ti─ le respondí, y me despedí de ella con la mano.
─¿Y bien? Dijo mi papá. Llevaba el pelo alborotado y una sonrisa enorme.
─Estoy un poco nerviosa─ Le contesté
─Es normal. Pero recuerda que dentro de ti hay una semilla de baobab ¿Recuerdas los baobabs?
─ ¡Si! ¡Son los árboles enormes de El Principito!
─Exacto. Y tú, mi amor, vas a ser grande; y con tus ideas puedes plantar semillas en otras personas, como un magnífico baobab.
Le sonreí y él me sonrió de regreso. Le subió al estéreo del auto y puso mi canción favorita: One More Time, de Daft Punk.
Al fin llegamos a la escuela. El momento para el que nos habíamos preparado, para el que nos desvelamos forrando libros, llenando papeles y permisos, comprando lápices y eligiendo colores, probándome uniformes y escogiendo zapatos, estaba enfrente de mí. En cuanto cruzara ese portón verde, empezaría una nueva etapa de mi vida. Me sentía minúscula ante la gran escuela. Tenía miedo. Pero entonces pensé en los personajes de los cuentos de hadas que leía antes de dormir. Pensé en el aviador y su aventura con El Principito en el desierto del Sahara. Pensé en todas las aventuras en las que me había embarcado a través de los libros. Y el miedo se desvaneció porque no estaba sola. El beso de mi mamá me ardía en la frente; la sonrisa de mi papá vivía en mis labios y la risa de mi hermana estaba en el fondo de mí. De pronto, la escuela no se veía tan grande. Entonces, con la mochila a la espalda, di el primer paso hacia esta nueva historia. Caminé sobre una página en blanco con una pluma en la mano.
Llegué a mi salón y me senté junto a una niña que llevaba el cabello recogido en dos coletitas. En ese momento no me imaginé que ella se volvería mi mejor amiga. Aunque ahora nos separe la distancia, que se siente como un mar entero, la sigo queriendo como en los días en los que comíamos juntas en el recreo.
Mi maestra, una mujer de ojos amables y cabello negro como el carbón, me dio la bienvenida. Entonces supe que estaba lista.
El día transcurrió de manera agradable. Incluso diría, inolvidable.
Hoy, los recuerdos de ese día se arremolinan en mi corazón formando alguna arteria que me hace lo que soy, porque fue a partir de ese día que me di cuenta, a mi corta edad de cinco años y once meses, que quería vivir mi vida de tal forma que al crecer tuviera muchas historias que contar. Fue ese 27 de agosto de 2016 cuando me empecé a preguntar quién soy y quién quiero ser, gracias a la maestra de inglés que me preguntó qué quería ser cuando creciera: ─¡Escritora!─ Contesté sin titubear. Año con año esa respuesta cambia un poco porque con el tiempo he conocido nuevos fragmentos de mí.
La primaria fue una atapa hermosa, inundad de conocimientos y sonrisas. Por eso me gusta tanto esta historia, y hoy la comparto con ustedes. Ese primer día, mi hermana me esperó a la salida.
─ ¿Y cómo te fue? ─ Había una alegría en su voz que yo ya conocía. La abracé y sonreí.
─¡Increíble!─
* Segundo lugar en el concurso de Composición Literaria de la Zona 10 de escuelas secundaria generales