¿Qué hay detrás?

POR: Mtra. Irasel Negrete Ronzón

 

Todas nuestras experiencias se funden en nuestra personalidad.

Todo lo que nos ha pasado es un ingrediente.-

Malcolm Little.

 

 

Actualmente me acompaña en el salón un maestro practicante de la Normal y con motivo de ello, recibí a su docente de prácticas quien me hizo un comentario que me pareció muy relevante de analizar, me dijo que el siempre les sugería a sus educandos conocer a sus tutores (es decir, los maestros titulares del grupo),   que el les aconsejaba interesarse en lo que hacen además de la docencia pues eso les daba mayor claridad para comprender su forma de trabajo, su ideología y su visión de la enseñanza, todo esto me impulsó a ahondar más sobre  el tema de cómo nuestras experiencias de vida van sumando a nuestra identidad así cómo a nuestro propósito de vida y cómo todos estos elementos se van reflejando  en nuestro empleo, sea el que sea.

La identidad es una construcción de la cual el sujeto extrae permanencia y singularidad. La permanencia refiere a lo que él es, siendo siempre un ‘ser idéntico a sí mismo’ y la singularidad le asegura ser único y no confundirse con otro. Entonces, la identidad está en el corazón de la individualidad. Pero, la identidad siempre se construye en relación con un entorno, se trata de una manera de ser y de situarse en un lugar y de relacionarse con los otros sujetos y los colectivos. Por ello, la identidad constituye una manera de existir en el medio social y define la manera en que el sujeto interpreta la realidad y sus acciones (Chauchat, 1999).

Dicho  lo anterior, podemos decir que nuestra identidad no es fija, es un cúmulo de factores que se unen y nos van moldeando a lo largo del tiempo, tiene mucha relación con las personas que  nos rodean, los ambientes que frecuentamos, nuestra cultura y nuestras propias características psicológicas y sociales; en ocasiones nos podemos rehusar a evolucionar y queremos seguir atados al pasado creyendo que eso es lo correcto y lo que debe ser, no obstante considero que de manera natural nos vamos modificando y eso influye en la manera en que ejecutamos nuestra profesión.

Conforme vamos madurando y vamos aprendiendo más sobre nosotros mismos, tanto nuestro proyecto de vida como nuestro propósito de vida se van transformando de modo que nuestra actividad profesional pueda irse ubicando más allá de la tecnificación del trabajo teniendo su base en la vocación del servicio (lugar donde se unen el querer, el poder y el saber); sin embargo no siempre va a resultar para todos de esa manera porque no todas las personas se van a sentir realizadas, felices o exitosas, entonces eso también va a afectar el desempeño; supongo todos nos hemos topado con alguien que siempre se encuentra insatisfecho con su trabajo, no me detendré a abordar esta situación a detalle, empero si analizamos esto con otra óptica podríamos darnos cuenta que estar en lugares incómodos también nos enseñan lo que somos y lo queremos para nosotros, puesto que el sentido de la vida debe ser descubierto y alcanzado a pesar de la adversidad pues  requiere  voluntad, consciencia y esfuerzo personal.

Conocer lo que “hay detrás” de cada persona seguramente nos permitirá crear mejores ambientes laborales, actuar con verdadero humanismo y empatía, pero del otro lado, considero que aún a pesar de aquellas tormentas  o grandes vivencias que podamos estar atravesando, nuestro profesionalismo debe estar presente.

Para concluir y a manera de resumen, cada persona es única y lo que vivimos y pensamos siempre va a estar vigente como parte de nuestra personalidad e identidad, no obstante, en el plano profesional debemos tener  clara la misión y visión de nuestro trabajo así como los valores claves que lo acompañan y caracterizan para que siempre estemos orientados hacia una finalidad profesional basada en la calidad y excelencia, enmarcada  por nuestra esencia y enriquecida con nuestra experiencia del día a día.