Historia, magisterio y resistencia
Tanalís Padilla*
El pasado 23 de mayo, los niños de la primaria 17 de abril de 1869, en Alpuyeca, Morelos, escenificaron la vida, lucha y asesinato del líder agrario Rubén Jaramillo. Empezando con los honores a la bandera de cada lunes, ante un público que incluía maestros, padres de familia y visitantes de otras partes de Morelos y de la Ciudad de México, interpretaron un importante episodio de la historia reciente de México.
La obra recorrió los inicios que la lucha jaramillista en la Revolución, cuando el joven Rubén fue capitán primero de caballería en el ejército zapatista; su defensa de obreros y campesinos del ingenio azucarero de Zacatepec, y la necesidad que luego tuvo Jaramillo de tomar las armas para defenderse. Esbozando las luchas electorales en que participó y su intento por establecer una colonial popular en los llanos de Michapa y Guarín, la obra finalizó con un recuento de la amnistía que el presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) otorgó al líder agrario y el posterior crimen de Estado en el cual Jaramillo; su esposa, Epifania Zúñiga, y sus tres hijos: Ricardo, Filemón y Enrique, fueron asesinados por miembros del Ejército Mexicano. Esta masacre, ocurrida el 23 de mayo de 1962, como tantas otras en México, ha permanecido impune.
La obra de los estudiantes de primaria fue impresionante hasta en sus más pequeños detalles: un guión informativo y didáctico, vestuarios auténticos, creativa escena teatral, y, por supuesto, el entusiasmo y sentimiento con que los niños interpretaron sus papeles.
Para montar la historia de la lucha jaramillista, las maestras de esa escuela tuvieron que librar su propia pequeña lucha, ya que al entregar su informe de actividades a las autoridades educativas, se les dijo que no podían conmemorar a Jaramillo, por no ser una figura prevista en el currículo oficial. Empeñadas en que sus alumnos aprendieran la historia de su estado, insistieron, y mostrando que el ejercicio llenaba cada uno de los requisitos pedagógicos demandados por el plan de estudio, dejaron a las autoridades sin argumentos. Fue así que prosiguió la conmovedora obra.
Formadas muchas en la Escuela Normal Rural Emiliano Zapata de Amilcingo, Morelos, las maestras de la primaria 17 de abril de 1869 no son ajenas a la lucha y la importancia que ésta tiene en la defensa de los derechos del pueblo. La normal rural de Amilcingo nació en 1973, gracias a una insistente movilización popular en una región cuyas comunidades veían que sus jóvenes tenían poca posibilidad de seguir estudiando una vez terminada la secundaria. Surgida tan sólo cuatro años después de que el gobierno cerró 14 de las 29 normales rurales que hasta entonces existían, la de Amilcingo sigue formando maestras con conciencia de lucha e historia.
Y conscientes están las actuales normalistas de Amilcingo del difícil momento histórico por el cual atraviesan su profesión y su escuela. Viven, por un lado, las secuelas del ataque a sus compañeros de Ayotzinapa, que si bien movilizó a un gran sector de la sociedad indignado por la violencia e impunidad del Estado, también generó miedo por la suerte que pudieran correr los jóvenes si asisten a las normales rurales. Por otro lado, la reforma educativa, al eliminar derechos –no privilegios, derechos– de los futuros mentores, reduce significativamente el sector dispuesto a elegir la carrera de maestro. Así, la normal rural de Amilcingo, como sus hermanas escuelas, ha visto disminuir el número de aspirantes. ¿Qué mejor pretexto para que el Estado acabe de una vez por todas con las escuelas que tanto le estorban?
Malditos aquellos que con sus palabras alaban a la escuela y con sus hechos la traicionan, reza una consigna en la normal rural de Amilcingo. Como el resto de estas escuelas rurales del país, sus murales y leyendas celebran la resistencia popular que vela por los derechos colectivos y condena el modelo neoliberal que pretende cerrar normales y dejar al país ya no con maestros formados en el profesión de la enseñanza, sino con técnicos hábiles en tomar un examen.
Esa terca resistencia que el secretario de Educación Pública enfrenta para implementar su reforma es producto de un gremio que conoce su historia, sus derechos y se resiste a ser pasivamente desechable.
Tan esencial es la historia como referente porque en ella se encuentran ejemplos de cómo el pueblo ha logrado sus derechos. De allí la importancia de la Revolución Mexicana y su Constitución de 1917 –tan triturada en las últimas décadas–, que prometía civilizar el bárbaro orden porfiriano, pero la barbarie regresa vestida de nuevos atuendos, y, como muestra la actual represión al movimiento magisterial, exenta del pan, emplea tan sólo el palo.
Pero el palo tiene su costo. El pueblo recuerda y conmemora a sus héroes acribillados, por más que la historia oficial quiera hacerlos invisibles. Cuando éstos resurgen, vienen armados de fuerza generacional.
*Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts, autora del libro Después de Zapata: el movimiento jaramillista y los orígenes de la guerrilla en México, 1940-1962 (Akal/Inter Pares, 2015)