Día del maestro, por sembrar semillas
Por Ariel López Alvarez*
sábado, 12 de mayo de 2018
Festejamos a los maestros en su día 15 de mayo, y recordamos con afecto a los que otrora fueron nuestros mentores. El festejo es para aquellos que parecieran tener el espíritu de una estrella, alumbrando hasta los caminos más oscuros; de ahí que el poeta cantara: Y allí donde quiera la ley del ambiente nimbar nuestras vidas, clavar nuestra cruz, la escuela ha de alzarse fantásticamente, cual una suntuosa gran torre de luz.
De muchos quedan ejemplos, enseñanzas y consejos. En nuestras vidas llegan a ser algo más que aquellos del “abran el libro”. Es difícil olvidar a quien de niños nos enseñó a leer y a escribir, a quienes de adolescentes nos ayudaron a entender algo o de jóvenes tuvieron paciencia cuando expresábamos nuestras ideas. Cada uno, en las continuadas etapas de nuestras vidas, fueron parte importante y es justo tenerlos presentes, en su día.
Platicar con alguien de sus maestros de etapa temprana es escucharlo hablar quizá de sus lecciones para ser respetuoso y responsable, esforzado y trabajador. No es difícil escuchar: mi maestra nos decía que…, Mi profesor no dejaba que nosotros hiciéramos…, ¡Híjole! Cuando no obedecíamos a mi maestra…
Me parece que ese trabajo arduo y esforzado de las maestras y maestros desde preescolar hasta educación profesional, desarrollado todos los días, con el afán de transmitir conocimientos, se ve reconfortado con alguna cara afectuosa de un alumno y mañana de otro, que en palabras querrá decir un sucesivo “gracias querida maestra” o en “usted confío estimado maestro”.
El docente se acerca sencillo con sus alumnos y trata de tener la humildad necesaria que lo lleve a ganarse su confianza. Si llega agobiado por los problemas de casa o economía, pareciera que una magia especial le quita esos pesados ropajes y lo cubre de nuevos: aquellos que le hacen olvidar el exterior y lo introducen en el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje; por tanto, de la academia.
La sensibilidad es muestra de su vocación de profesor, como lo es dedicar más tiempo del señalado en el contrato de trabajo, sin esperar mayor retribución que ayudar a formar gente de bien, para que los alumnos valoren lo poco o mucho que la vida les ha de dar y tengan los medios para superarse en los roles que les ha de tocar vivir.
El maestro nos provee de las bases para que todos vayamos alcanzando logros y objetivos. Su esfuerzo vale tanto la pena, que se refleja en lo mejor de nosotros. Los maestros son algo así como aquel agricultor sembrando semillas que darán frutos en el tiempo: ara para sembrar, abona para que crezcan lozanas las plantas, está pendiente de que las malas hierbas de alrededor vayan retirándoseles, cuida los tiempos en que se debe hacer tal o cual cosa, en consonancia con la naturaleza.
Si digo que “yo soy yo y mi circunstancia”, en la parte bella que ha salvado mi “circunstancia” yace la presencia de mis mentores.
*Colaboración