Leer mucho y escribir mucho
Por CRISTIAN VÁZQUEZ.
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Hace años me inscribí para cursar un taller de novela. En el primer encuentro, el tallerista a cargo nos contó que Flaubert había dedicado casi seis años, con agotadoras jornadas de hasta doce horas de trabajo, al proceso de escritura de Madame Bovary. Luego hizo una cuenta, cuyos números no recuerdo con exactitud, pero que no se alejaban demasiado de los siguientes: si suponemos que descansaba los fines de semana, y que de lunes a viernes trabajaba diez horas diarias, la labor de seis años da un total de 13 mil horas. La moraleja, entonces, era:
—Si empiezan a escribir una novela y no la terminan, antes de echarle la culpa a la falta de talento, asegúrense de haberle dedicado al menos 13 mil horas de trabajo.
Una persona que disponga de menos tiempo que Flaubert y escriba a razón de dos horas diarias, sin descansar los fines de semana, tardaría unos 18 años y medio en cumplir esa dedicación. Supongo que eso te no asegura que vayas a escribir Madame Bovary, pero sí aunque sea una novelita más o menos buena.
Más allá de que poner el listón a la altura de Flaubert parece un poco extremista, el argumento se parece a la regla de las 10 mil horas, el “número mágico de la grandeza”, según la expresión acuñada por Malcolm Gladwell en su libro Fueras de serie, de 2008. Según esta hipótesis, el tiempo de entrenamiento riguroso que demanda llegar a ser muy bueno o excelente en una disciplina es ese: 10 mil horas. El cual, si se dedican unas cuatro horas diarias, de lunes a viernes, equivale a unos diez años de trabajo. Numerosos ejemplos vinculados con el deporte y el arte dan validez a esta teoría.
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En Mientras escribo (2000), su manual sobre el arte de la literatura, Stephen King sostiene que un escritor (o quien aspire a serlo) debe dedicar entre cuatro y seis horas diarias a la lectura y la escritura. “Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas —afirma—: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselo. No he visto ningún atajo”.
“Me parece increíble que haya gente que lea poquísimo (o, en algunos casos, nada), pero escriba y pretenda gustar a los demás”, dice King más adelante, lo que me recuerda una frase del futbolista italiano Antonio Cassano: “Ya he escrito más libros de los que he leído”.
El autor de Carrie enfatiza que, cuando lee, no lo hace para estudiar el arte de la narrativa, sino porque le gustan las historias, pero existe, de todas formas, un proceso de aprendizaje. “Cada libro que se elige tiene una o varias cosas que enseñar, y a menudo los libros malos contienen más lecciones que los buenos […] Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas”. Y agrega —quizás exagerando un poco— que la lectura de una novela mala “equivale a un semestre en una buena academia de escritura, incluidas las conferencias de los invitados estrella”.
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¿Cuánto es escribir mucho? Depende de cada escritor, dice King, y relata una anécdota atribuida a James Joyce.
Dicen que fue a verlo un amigo y encontró al gran hombre medio caído sobre el escritorio, en una postura de desesperación total.
—¿Qué te pasa, James? ¿Es por el trabajo?
Joyce hizo un gesto de aquiescencia sin levantar la cabeza para mirarlo. Claro que era el trabajo. ¿Podía haber otra razón?
—¿Hoy cuántas palabras has hecho? —prosiguió el amigo.
Joyce (desesperado, echado aún de bruces en el escritorio) dijo:
—Siete.
—¿Siete? Pero James… ¡Si está muy bien, al menos para ti!
—Sí —dijo Joyce, decidiéndose a levantar la cabeza—, supongo… ¡Pero es que no sé en qué orden van!
Dice King que él escribe diez páginas —unas dos mil palabras— por día. Esto es, unas 300 páginas, la extensión media de una novela, por mes. Su obra se condice con esta afirmación: sus libros te pueden gustar más o menos, pero no hay duda de que se trata de uno de los autores más prolíficos de nuestros tiempos.
Volviendo a pensar en Madame Bovary, ¿cuánto escribía Flaubert? Es imposible saberlo, por supuesto, porque el trabajo del escritor incluye muchísimo tiempo de corrección y de múltiples reescrituras. Pero podemos hacer el juego de ceñirnos a las cifras: si la novela tiene unas 115 mil palabras y Flaubert tardó 13 mil horas en escribirla, el resultado es que escribió a razón de unas nueve palabras por hora. Un ritmo, digamos, bastante joyceano.
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¿Y cuánto es leer mucho? También depende de cada lector. Hay lectores voraces: no solo que dedican mucho tiempo a leer, sino que leen muy rápido. Siempre que pienso en esto, recuerdo el chiste de Woody Allen: “Hice un curso de lectura rápida y leí Guerra y paz en veinte minutos. Dice algo de Rusia”.
“Yo soy un lector lento, pero con una media anual de setenta u ochenta libros, casi todos de narrativa”, dice Stephen King. Y, entre sus consejos, pone esas cifras como un objetivo de mínima para escritores y aspirantes a serlo. No parecen tantos: es algo así como un libro y medio a la semana, seis libros por mes, aunque también influye la extensión de cada libro, ya que hay novelas de cien páginas y otras de más de mil.
Desde que leí el libro de King, tengo esas cifras (entre 70 y 80 anuales) como aspiración, como meta. Y cuando llega esta época, el final del año, trato de calcular cuán cerca anduve de conseguirlo. De todos modos, tengo claro que conviene no obsesionarse con estas cuestiones. Más importante es, creo, que disfrutemos de cada rato dedicado a la lectura. Y tratar de que, si leemos Guerra y paz, nos quede algo más que el recuerdo de que dice algo de Rusia. Y, si es posible, aspirar a que los libros que tengamos leídos sean algunos más que los que hayamos escrito. (Letras Libres)