La alegría del heleno
Héctor M. Magaña
Hay vidas que llegan a lo cosmopolita por nacimiento. Nacimientos afortunados, ciertamente. Para los griegos del período helénico el cosmopolitismo era la norma. Giuseppe Ungaretti (1888-1970) es heredero directo de esos espíritus. Nació en Alejandría, Egipto, cuna de los neoplatónicos. Como poeta su labor no era ajena a la filosofía. Su hermano espiritual, Plotino tiene algo de poeta. La Enéadas puede leerse como un largo poema en prosa.
Pero a diferencia del filósofo de Licópolis, el mundo de Ungaretti fue amplio. Sus viajes no eran solo geográficos, sino también lingüísticos y filosóficos. Descubrió el italiano como quien descubre que tiene un hermano perdido. Su libro de poemas La alegría (1931) inaugura un nuevo estilo.
Ungaretti tiene algo de budista. Sus poemas fragmentados parecen escritos por un bodhisattva. Sabe que el poeta no descifra misterios, los comparte; como el budista transmite el “koan” que lleva al “satori”. Su espíritu helenístico le permite llevar las geografías de la tierra a geografías de la mente. Si imagen favorita es por regla el río. Egipcio heleno, honra a el Nilo: “El Nilo es éste/ que me vio/ nacer y crecer/ y arder de inconsciencia/ en las extensas llanuras.” Los ancestros vienen de Italia (Serchio): “El Serchio es éste/ al que han sacado agua/ dos mil años quizá/ de gente mía aldeana/ en las extensas llanuras.” Su Roma es Francia (Sena): “El Sena es éste/ y en su turbiedad/ me he revuelto/ y me he conocido.”
Pasa por Sao Paulo, trabaja en el periódico de Mussolini y se vuelva veterano de guerra. La vida de Ungaretti es una vida de viaje al interior y al exterior, de buscar misterios y abrazarlos con intensidad. El poeta italiano, el Buda de Alejandría que sueña: “El Nilo sombreado/ bellas morenas/ vestidas de agua/ burlándose del tren/ Fugitivos.” Un iluminado que puede decir con alegría: “Me ilumino/ de inmensidad.”