El evangelio de los cafés de París

 

Héctor M. Magaña

La literatura francesa de finales del XVIII y principios del XIX tuvo su gran periodo de esplendor en la corriente del romanticismo, siendo François-René de Chateaubriand (1786-1848), su mayor exponente. A tal grado de ser aclamado por Victor Hugo con la sentencia: “Quiero ser Chateaubriand o nada”. Su libro El genio del cristianismo (Biblok, 2017) es una defensa apasionada de la religión de sus ancestros que resulta para el lector actual un poco inocente pero no por eso menos llena de imágenes de belleza y melancolía.

Hay que saber que este libro fue el bestseller de Chateaubriand en aquella Francia que huía del cristianismo como si se tratara de la peste, y, es que el romántico francés puso el cristianismo de moda en los cafés de París. Eso sí, ya no podía regresar a la religión seria y solemne de los períodos iniciales de la Ilustración. El cristianismo de Chateaubriand es cultural, no religioso.

Entre las solemnes ruinas de capillas y monasterios, el autor es capaz de llevarnos a una pasión por la arquitectura, por el olor a incienso y por la música sacra, y también nos saca una sonrisa cuando quiere hacer ver a sus lectores a los lagartos y demás reptiles como parte de la belleza del Creador. ¡Hay que imaginar si hubo burguesas bohemias deseosas de ver los Everglades con los ojos de Chateaubriand!

Con su libro, El genio del cristianismo, Chateaubriand inicia un cristianismo menos serio y dogmático a uno más accesible y cultural. Precedente de autores como Graham Greene, Leon Bloy, C. S. Lewis, G. K. Chesterton o François Mauriac y películas que van desde La última tentación de Cristo (1988) hasta La pasión de Cristo (2004).