La tecnología de la imperfección

La tecnología de la imperfección. 

Por Martín Bonfil Olivera.

«La necesidad es la madre de la invención», dice el dicho. Y en efecto, gran parte de la tecnología que ha desarrollado la humanidad, desde máquinas simples como la rueda o el plano inclinado a la moderna maquinaria industrial, los transportes o las tecnologías electrónicas de comunicación, responden a la necesidad de hacer nuestra vida más segura, más sana y más sencilla.

Hay también muchas tecnologías, especialmente útiles en ciencia, que permiten aumentar y extender nuestros cinco sentidos para estudiar el universo más profundamente. Telescopios y microscopios que aumentan nuestra visión; radiotelescopios y telescopios infrarrojos o de rayos X, que perciben formas de luz normalmente invisibles. Cromatografía de gases para detectar sustancias imperceptibles al olfato o el gusto. Micrófonos y análisis de ondas para detectar sonidos que no podríamos distinguir sin ayuda.

Pero, curiosamente, hay también tecnologías muy populares que, más que mejorar nuestro sentidos, se aprovechan precisamente de sus defectos para funcionar.

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Quizá el ejemplo que primero viene a la mente sea el cinematógrafo, que nos permite ver imágenes en movimiento proyectadas en una pantalla. Cuando lo inventaron los hermanos Lumière, en 1895, aprovecharon un fenómeno ya conocido: el hecho de que el ojo y el cerebro humanos no perciben de manera instantánea las imágenes; tardan unas fracciones de segundo en procesarlas. Por ello, si se proyectan imágenes fijas una tras otra, a una velocidad de por lo menos unos 18 cuadros por segundo, tenemos la sensación de ver una imagen en movimiento continuo. Es decir, ver películas en el cine o videos en una televisión o una computadora depende esencialmente de la misma ilusión óptica que ocurre cuando, en uno de esos libritos cuyas hojas se pasan rápidamente con el pulgar, vemos que un dibujo parece animarse.

Otro tipo de ilusión perceptual ocurre cuando se imprimen imágenes a color en periódicos y libros: para obtener cualquier combinación de colores, y con cualquier intensidad, sería necesario imprimir con una cantidad enorme de tintas. El proceso de cuatricromía utiliza sólo cuatro colores de tinta (cian, magenta, amarillo y negro) para imprimir diminutos puntos de distintos tamaños, que el ojo percibe como muchos colores distintos colores aunque realmente sólo haya cuatro (como puede comprobarse usando una lupa). Lo mismo ocurre con los pixeles que forman las imágenes en las pantallas de computadoras y televisores.

También nuestro oído puede ser fácilmente engañado: el sonido digital al que hoy estamos tan acostumbrados no consta realmente de sonidos continuos, sino de la reproducción digital del sonido original analógico. Durante el proceso de grabación, la onda continua de sonido es «muestreada» mediante un micrófono y transformada en una serie de bits de computadora. Al ser reproducida, dependiendo de cuántas muestras por segundo se digitalizaron, se producirá una onda de sonido más «rugosa», con una calidad auditiva menor. Por suerte, el oído de la mayoría de las personas es incapaz de distinguir la diferencia.

Así, en cierto sentido, puede decirse que también la imperfección ha sido la madre de, al menos, algunas tecnologías.