El calentamiento global como crisis moral

Adolfo Sánchez Rebolledo

En estos días, París ha mostrado la terrible situación en la que se halla la humanidad en este momento concreto de la historia: nunca como como hoy se había revelado tan interdependiente y tan frágil. La terrible agresión yihadista del viernes 13 actualizó la perspectiva del terror como una dimensión real de la vulnerabilidad global, de su fracaso para hacer de la vida en común un horizonte diverso pero no excluyente, pero la reunión sobre el cambio climático, de la cual se trató de expulsar a las voces independientes que incansablemente han empujado por cambios sustantivos, da cuenta de hasta qué punto la desigualdad planetaria compromete la relación con la propia naturaleza, la sobrevivencia de la vida humana sobre la faz de la Tierra.
Las voces de alarma lanzadas por los jefes de Estado en la reunión de la COP21 dan cuenta tardía de que nos hallamos ante una situación límite que, por desgracia y pese a todo, aún carece de una visión capaz de contener el desastre previsto por los científicos con exactitud que espanta. Entre los expertos y los gobernantes hay un mundo de incertidumbre que las negociaciones aún no logran salvar, aunque el presidente François Hollande dijera que “no podemos decepcionar a millones de personas que tienen los ojos puestos en nosotros. Lo que está en juego es la paz”.
Ya se admite como un éxito de la cumbre del clima que, luego de guardar un minuto de silencio por las víctimas de los atentados parisinos, Barack Obama reconociera ante el mundo la responsabilidad de su país en crear este problema “como primera economía mundial y segundo emisor” de gases de efecto invernadero. “Somos la primera generación que padece los impactos del cambio climático pero también la última que pueda hacer algo para revertirlo”, concluyó. Es de reconocerse, asimismo, la disposición del gobierno chino para abatir los niveles de contaminación que hoy son los más altos del planeta. Preocupa, sin embargo, la falta de sensibilidad para aceptar la presencia en las calles parisinas de las organizaciones de la sociedad civil, cuya represión no se puede justificar bajo la bandera del antiterrorismo. Me parece que en este punto tiene toda la razón Naomi Klein cuando escribe: hay quienes dicen que todo vale contra el trasfondo del terrorismo. Pero una cumbre sobre cambio climático no es como una reunión del G8 o la Organización Mundial del Comercio, en la que se encuentran los poderosos y donde los sin poder tratan de aguarles la fiesta. Los actos de la “sociedad civil” paralela no son un añadido ni distracciones del acontecimiento principal. Son parte íntegra del proceso, razón por la cual el gobierno francés nunca debería haberse permitido decidir qué partes de la cumbre cancelaría y cuáles mantendría.
Finalmente, la dificultad para asumir un acuerdo vinculante no sólo estriba en la soberbia y la ignorancia de los responsables políticos, en su incapacidad para integrar a su visión del mundo los planteamientos de los científicos, sino en su cerrazón en justificar las razones de la desigualdad asumidas como el orden natural de las cosas. Y como dice Klein con palabras que merecen repetirse: “El cambio climático representa una crisis moral porque cada vez que los gobiernos de las naciones opulentas se muestran incapaces de actuar, el mensaje que se manda es: nosotros, en el norte global, estamos poniendo nuestro confort inmediato y nuestra seguridad económica por delante del sufrimiento y la supervivencia de los pueblos más pobres y vulnerables de la Tierra”.
Ya dirán los expertos si los compromisos asumidos voluntariamente por cada país serán suficientes para alcanzar la cota de calentamiento global fijada en dos grados centígrados para el año 2100. Al respecto, son muy pertinentes las observaciones hechas en estas mismas páginas por Alejandro Nadal respecto al método que no establece mecanismos de sanción para los incumplidores (ver La Jornada, 2/12/15). Por lo pronto, los compromisos logrados por el Protocolo de París se quedan en cifras que oscilan en entre el 2.7 y 3 grados centígrados, lo cual hace prever nuevas medidas y sistemas de revisión más eficaces, una vuelta de tuerca en el diálogo y la cooperación necesaria entre los países desarrollados y todos aquellos que padecen las amenazas más graves y directas. Y eso supone afectar intereses que hasta hoy han sido intocables. Veremos.