Los misterios de la materia

Héctor M. Magaña

Fue Martin Heidegger quien dijo en El ser y el tiempo que las verdades científicas adquieren el valor de “verdad” cuando han sido apropiadas por el ser. La historia de la ciencia entonces puede verse como la historia de esa apropiación vital que es necesaria para comprender plenamente el papel de la modernidad.

«La historia es el progreso de la conciencia de la libertad» (Hegel). Si hacemos caso a Hegel, la consecuencia natural es que la historia de la ciencia podría leerse como un camino hacia la libertad, de despertar de un “sueño dogmático” al estilo kantiano. La historia de la ciencia se lee como el progreso de los paradigmas científicos. Visualizando esto, la historia de la ciencia no es una serie de eventos arbitrarios que se suceden sino un progreso que debe ser registrado. Por eso, libros como Una ojeada a la materia (2006) de Guillermo Aguilar Sahagún, Salvador Cruz Jiménez y Jorge Flores Valdés son necesarios para ver el progreso del “logos” científico.

El libro empieza desde el átomo de Demócrito, los trabajos de Einstein, Planck, Bohr y Heisenberg hasta los estudios de cristalografía de Jean-Baptiste Romé de l’Isle y los avances en superconductividad. El libro viene acompañado de imágenes, diagramas, gráficos y de los trabajos de varios físicos mexicanos de la UNAM como Octavio Novaro Peñalosa y Marcos Moshinsky. Se destaca que la labor científica siempre fue una tarea de progresiva de apertura del hombre hacia lo incognoscible de la materia.

La lectura de libros de divulgación científica, como este, son vitales, ya que como decía el filósofo mexicano Eduardo Nicol, la verdad siempre es dialógica. Es en la palabra donde reside la verdad. Los libros de ciencia piden ser dialogados; los científicos dialogan con la naturaleza, y así es como la verdad nos muestra los caminos de la libertad que se manifiestan en la historia.

El libro, en conclusión, hace justicia a una cita de Platón: “Conocer para ser”.