Modificar planes de estudio de bachillerato, el pendiente

Por: Emir Olivares Alonso y Arturo Sánchez Jiménez.

Cuando José Narro Robles habla de los años más recientes de su vida profesional, se le nota satisfecho. Sin embargo, hay momentos en que sus gestos y voz permiten ver la tristeza que le causa dejar de ser rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Con la experiencia que le da haber ejercido desde noviembre de 2007 el cargo más importante al que “habría podido aspirar”, envía un último mensaje a los universitarios y a la sociedad: “¡Cuidemos todos a la UNAM!” Esta institución, dice en entrevista, “es parte muy importante del patrimonio de nuestro país, es un legado histórico de muchísimas generaciones. Hay que fortalecerla, cuidarla, ayudar a que siga su transformación permanente y sistemática; hay que seguir formando más estudiantes y con más calidad”.

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El médico, de 67 años, hace un balance de su rectorado, que concluye hoy. Habla de los logros obtenidos por la institución, de los pendientes que deja y de los momentos duros que le causaron profundo dolor, como los hechos violentos que se presentaron en algunos campus universitarios o la muerte de colegas cercanos, como su amigo, el constitucionalista Jorge Carpizo MacGregor, quien también fue rector de la universidad.
Durante su gestión se crearon dos nuevas escuelas de estudios profesionales, las de León y Morelia; la matrícula pasó de poco menos de 300 mil alumnos en 2007 a más de 345 mil, y la UNAM abrió centros de estudios mexicanos en París, Madrid, Londres y Pekín.
–¿El rector Narro cumplió?
–Cumplí con todo lo que pude poner a disposición de la universidad. Me voy con la satisfacción de llegar al término de una encomienda, de saber que se hizo el mayor esfuerzo. Por supuesto, con la claridad de que hay asuntos pendientes, que no pudieron alcanzarse, pero satisfecho.
–¿Cómo ve hoy a la UNAM?
–Ya está en todo México, y representa mucho para el país formando a los profesionales. En años recientes conseguimos que no haya una entidad federativa donde no esté presente. El año pasado tuvimos más de 22 mil egresados en los niveles licenciatura y posgrado. La universidad está en buen momento, por el trabajo de muchas generaciones.
–¿Qué cambió en usted en estos ocho años?
–Muchas cosas. Siempre he pensado que parte de la condición de estar vivo es aprender. Si uno deja de aprender, hay que tener cuidado. Uno pude estar muerto. Conocí mucho a esta institución. Pensaba que la conocía, pero había mucho que no sabía de ella. Me quedo con la claridad de la importancia que tiene la juventud en nuestro país, de lo trascendente que es acercarles educación y trabajo, y que es indispensable que la labor de los universitarios siga sirviendo al país.
–¿Cuál cree que es la principal preocupación de los jóvenes?
–Tendemos a decir que los jóvenes son el futuro del país, pero también son el presente. Estoy convencido de que los jóvenes de hoy tienen enormes posibilidades, posibilidades que yo no tuve en mi niñez y juventud. Veo en ellos, en los universitarios en particular, alegría, expectativas, deseo, compromiso. Quienes tenemos tareas de responsabilidad en la educación, en los sectores público y privado, debemos abrirles posibilidades.
–¿Cuáles son los pendientes de la universidad?
–Hay varios, porque la UNAM es una institución que siempre está cambiando y surgen nuevas necesidades. Hubo asuntos que no se pudieron resolver: el auditorio Justo Sierra (conocido por la mayoría de la comunidad como Che Guevara) sigue ocupado indebidamente; no pudimos modificar los planes de estudio del bachillerato y una serie de asuntos adicionales que deberá revisar el siguiente rector, Enrique Graue Wiechers. Se hicieron todos los esfuerzos, pero en esos dos casos en particular la decisión final yo la tomé. La asumo. Preferí privilegiar el trabajo del conjunto de la institución y no poner en riesgo su estabilidad.
–¿Intentó algún tipo de contacto con los grupos que ocupan el auditorio?
–Todos los posibles, por las vías que disponíamos. Se hicieron varios intentos. Algunos fueron absolutamente abiertos, como una carta del consejo técnico de la Facultad de Filosofía y Letras, y (la demanda) de la propia comunidad. Simplemente, no se pudo.

–Usted quiso llegar a la rectoría tres ocasiones antes de ser designado hace ocho años ¿Ese fue el momento ideal para ser rector?
–Dos veces me presenté (ante la Junta de Gobierno) y una tercera decidí ya no. Las cosas llegan cuando llegan, y uno no puede simplemente obsesionarse. Aspiré a ser rector de la universidad y era legítima esa aspiración, pero también entendí que las decisiones no le corresponden a uno. Las toman, en este caso, los órganos que la legislación universitaria contempla. Siento que estaba en un momento oportuno cuando tomé hace ocho años la rectoría. Fue una experiencia maravillosa, fantástica. Fue la mejor y mayor experiencia profesional a la que yo hubiera podido aspirar. Para mí fue, francamente, extraordinaria.
–¿Cuáles fueron los momentos más difíciles?
–Hubo situaciones que me resultaron incomprensibles, como enfrentamientos de grupos de encapuchados que lastimaron a profesores, que pretendieron incendiar instalaciones universitarias. Me preocupó y dolió mucho la toma de la Rectoría en abril de 2013, lo que pasó con un agente de investigación de la Procuraduría General de Justicias del Distrito Federal y ver imágenes de policías en Ciudad Universitaria (en noviembre del año pasado). Me han dolido muchas cosas que tienen que ver con el delito, con daños a la integridad de las personas y al patrimonio institucional. También me dolió la muerte de grandes universitarios.
–¿Fue más fácil ser rector con un gobierno panista o con uno priísta? ¿Tuvo algún tipo de presión del gobierno?
–Como rector de una institución donde se cultiva la pluralidad, uno debe estar abierto al trato con todas las corrientes ideológicas. Lo digo con absoluta certeza. No me vi sometido a presiones y no las hubiera aceptado. Tengo que reconocer el apoyo de las autoridades y de otros sectores (empresariales, políticos y medios de información).
–El rector Narro fue muy crítico de algunas acciones de la administración de Felipe Calderón. Algunos sectores de la población percibieron que ese discurso se moderó cuando llegó el gobierno de Enrique Peña Nieto. ¿Fue así? ¿Tiene que ver con su simpatía por el PRI, la cual no ha ocultado?
–No encuentro un cambio en mi discurso. He seguido insistiendo en cuáles son parte de los problemas de México. Ahí están todavía algunos que hemos arrastrado siempre: pobreza, desigualdad, ignorancia, muerte prematura, enfermedades evitables, injusticia, corrupción, impunidad. Tenemos que resolverlo ya.
–¿Pensó que en algún momento las cosas pudieron salirse de control en el reciente proceso para elegir rector?
–Fue un proceso muy universitario que cumplió con las expectativas. Siempre pasan cosas, pero estuvo en el cauce de lo que la Junta de Gobierno convocó: fue un proceso universitario, participativo, con altura y categoría. La junta hizo una valoración y decidió que Enrique Graue es quien debe ocupar la rectoría. Me parece que es una decisión acertada, pues es un gran universitario, cabal, sensible, maduro e inteligente. Por cierto, egresado de la preparatoria cuatro, como yo. Será un gran rector.
–¿Qué seguirá para José Narro tras dejar el cargo?
–Me veo reflexionando sobre mi futuro personal. Soy profesor de la Facultad de Medicina. La docencia es una de mis vocaciones, me gusta y lo disfruto.
–Si lo invitan a participar en el gobierno federal, ¿aceptaría?
–Cuando me inviten, se los digo.
–¿Qué extrañará?
–Mucho. Cuando uno vive estos momentos tiene una mezcla de sentimientos. La satisfacción de sentir que uno llega al final de una tarea que le encomendaron y que uno sabe que tiene principio y fin. Siempre me comprometí, y ese es uno de mis orgullos, a que estaría en la encomienda hasta el último día. Cumplí mi palabra. Junto con esa satisfacción, hay asuntos que generan cierta nostalgia, melancolía, tristeza. He hecho expresiones públicas de despedida. Y, claro, se genera una tristeza por ya no tener la oportunidad cotidiana de ver a la gente, de no estar en contacto con esa juventud animosa, maravillosa, que por cualquier cosa y a la menor provocación grita ¡goya! (La Jornada)