Una naturaleza sin renuevo

Por Ariel López Alvarez*

Aguas, ríos, lagos y lagunas se encuentran en niveles altos de contaminación. Muy lejos están aquellas aguas que invitaban a los paseantes a visitarlas; así como lejos están aquellas aguas que podían ser tomadas de manera natural, desde cualquier pequeño afluente, camino a desaguar en los grandes vertederos, hoy transportadores de escombros de ciudades y zonas industriales.

Hace pocas décadas se hablaba de algo así como un apocalipsis, donde hasta el agua que íbamos a tomar se compraría, tal cual se hacía con los refrescos. Decían los agoreros del desastre que iba a ser un gran negocio el agua simple, porque ya no la podríamos tomar de manera natural, cuando el crecimiento de la industrialización y la mancha urbana alcanzaran dimensiones mayúsculas. Nos preguntábamos si sería verdad tan funesto futuro.

Estaban también los que, con torva mirada decían que, si bien podía ser posible tener que pagar por una botella de agua, los que vaticinaban un mundo comercial de agua embotellada exageraban un tanto, porque la naturaleza tenía los medios para absorber y reponerse ante la contaminación que los hombres causaban.

En el fondo, a pesar de lo evidente, todavía están aquellos catastrofistas ingenuos que abrigan la fatua esperanza en una naturaleza poseedora de medios para reestablecerse, considerando que la muerte de la naturaleza sería la muerte del hombre y el renacer de una nueva vida, que sustituiría hasta el hombre mismo.

Pensar que la humanidad va a desaparecer si destruye la naturaleza es un consuelo nada grato desde la perspectiva de la naturaleza; además de que representa el olvido de la capacidad inmediata que el hombre tiene para movilizarse de un entorno hostil a otro benigno, tal cual lo hacen las cigarras que, a imagen de una torva fuerte arriban a los campos, para acabar con sembradíos y, cuando ya nada hay para seguir zampando, continuar el peregrinaje hacia nuevos y pletóricos horizontes de granos y jugosas hojas frescas.

Al mal intrínseco de la contaminación se le suma la falta de vocación de los gobiernos para frenar ecocidios. Son daños masivos ambientales que ponen en riesgo la vida humana en un lugar; cuando el daño es de tal magnitud que ciertamente ya ha perdido la capacidad de regenerarse.

Cierto es que, nos empezamos a acostumbrar a ver incrementarse regiones sin renuevo, en el sentido lato de la palabra: sin vástagos de plantas y menos de árboles que la naturaleza provee en su cotidianidad para perpetuarse.

Los esfuerzos por revertir el crecimiento poblacional de poco o nada han servido, tampoco ha llevado a nada convenir con las grandes extractoras de recursos no renovables. La impronta o huella moral de nuestros días es una sociedad de consumo, basada en su propio provecho, demandante del total de los recursos del planeta.

Colaboración*