En la SEP “no hay tiempo para la cultura”
Por Manuel Pérez Rocha.
Curiosamente, el mejor argumento en contra de la creación de una Secretaría de Cultura lo dio, hace unos años, un distinguido escritor, quien se pronunció en favor de crear una secretaría del ramo en el Distrito Federal. Según su criterio (lo he relatado ya en este espacio), la cultura debería quedar fuera de la Secretaría de Educación del gobierno de la ciudad. Educación y cultura no podían unirse, argumentó, porque “la cultura es el campo libre de la creación, en cambio la educación es el espacio de lo obligatorio y lo aburrido”.
Estas ideas de educación y cultura son inaceptables. Su expresión frecuente muestra no sólo la urgencia de evitar el uso de esos términos para conceptos distintos, o incluso opuestos entre sí, sino la necesidad de integrarlos. Para ello, su promoción y cuidado deben ser responsabilidad de una misma área administrativa regida por un principio: educación es cultura o no es educación. Precisamente, debe evitarse la creación de una Secretaría de Cultura, y hacer de la Secretaría de Educación un órgano encargado de impulsar la cultura de todos, y poner en el centro de su atención la libertad y la creatividad.
Pero el novel secretario de Educación, Aurelio Nuño, ha apoyado la creación de una Secretaría de Cultura en el gobierno federal, pues “no tiene tiempo para la cultura” (¡!). Este funcionario concibe a la educación precisamente como el espacio de lo obligatorio; es, sobre todo, el espacio donde debe acatarse la ley, y su función es imponerla con el apoyo de la Policía Federal y los granaderos, y el auxilio de la televisión y otros medios. Esto lo ha manifestado con palabras y con hechos de fuerza.
En sus orígenes, la SEP y sus dirigentes no tenían duda de la naturaleza cultural de la educación. En los pasillos del edificio de la SEP, transitados diario por el secretario Nuño, está plasmada esta convicción, por ejemplo en los murales de Diego Rivera, los cuales quizá al funcionario nada le dicen, pero al observador sensible le revelan historia, pensamiento, emociones, expresión plástica, complejas relaciones humanas y sociales. Para Vasconcelos, quien encomendó estos murales, cultura no era sólo, ni principalmente, la llamada “alta cultura” de las élites, era el enriquecimiento espiritual de todos mediante la educación. Aun antes de crear una secretaría de Educación, desde la universidad nacional, Vasconcelos funda El maestro, Revista de cultura nacional, publicación gratuita destinada a fomentar la educación de todo el pueblo. Con insistencia advertía: “Cuidaremos de no convertirnos en órgano de ningún cenáculo y no nos empeñaremos en dar a conocer conceptos originales ni sutilezas”.
En la presentación de esa revista (1921), Vasconcelos hace una crítica severa a los vicios de la “cultura de élite”: “Al sentaros a escribir para esta revista alejad de vuestras mentes toda idea de vanagloria personal”. Pero hoy, la vanagloria personal parece ser el motor del mundillo llamado “sector cultural”, o peor aún “comunidad cultural”. Reclama la creación de toda una secretaría, alejada de la educación pública, por considerar a sus propias actividades pertenecientes a un nivel superior, y encuentra degradante distraerse con las “obligatorias y aburridas” tareas del sistema escolar. Esta separación y jerarquización la denunciaba Vasconcelos: “Educar a la masa de los habitantes es mucho más importante que producir genios, puesto que en realidad el genio no vale sino por la capacidad que tiene de regenerar a una multitud además de su propia persona”.
Muy cuestionable es el concepto de Vasconcelos acerca del estado del pueblo y su cultura, el cual lo lleva a hablar de la necesidad de una “regeneración”. Pero para él, sin duda, la misión de la SEP era la cultura y por ello en el nombre de la secretaría se sustituyó el término “instrucción”, con el de “educación”. Vasconcelos nunca pensó “no tengo tiempo para la cultura”; a un mismo tiempo abordó la inmensa obra de construir los cimientos del sistema educativo nacional, e integró a este proyecto múltiples actividades artísticas, literarias. En una carta a Alfonso Reyes le confiesa: “Estoy abrumado de qué hacer, pero he descubierto el secreto de no sentir el cansancio y tal como supones estoy libre de monstruos y serpientes y animado sólo por el impulso de las águilas”.
Ninguno de los sucesores de Vasconcelos, incluso los espurios del panismo, se atrevió a cuestionar el carácter cultural de la tarea de la SEP. Torres Bodet, a quien sin conciencia de su desmesura Aurelio Nuño se refirió como “mi antecesor”, dio fuerte impulso al sentido cultural de la educación. A él se atribuye el concepto de educación prevaleciente (a pesar de tantas barbaridades) en el artículo tercero de la Carta Magna, el cual define como fin de la educación “impulsar el desarrollo armónico de todas las facultades del ser humano”, y concreta su naturaleza esencialmente cultural.
Para el actual secretario, la labor de la escuela se debe reducir –también lo declaró públicamente– a enseñar a leer, enseñar matemáticas y enseñar inglés, para hacer del pueblo mexicano “un pueblo bilingüe”. En nombre del “progreso”, del “desarrollo”, de la “competitividad”, se regresa pues a hacer de la SEP una secretaría de instrucción pública (SIP), empobrecida, cuya acción se sostiene con sobornos, toletes, gases lacrimógenos y cárcel.