Distinguir una percepción del mundo

POR: Gilberto Nieto Aguilar

Una acepción de “mundo” es lo que ha logrado construir el hombre a lo largo del tiempo que ha existido sobre el planeta Tierra. El conjunto de todos los seres humanos y todo lo existente por su intermediación. La gran sociedad humana que hasta la prehistoria es poco lo que se puede conjeturar, y en la línea del tiempo de su existencia, quizá de alrededor de 4 millones de años de lenta evolución, sólo podríamos hablar con más confianza de los últimos 6 ó 7 milenios.

Muy poco, en realidad; pero podemos decir que muchos de los grandes pensadores han expresado sus pensamientos para bien de la posteridad, desde diversos puntos de vista, dedicados al protagonista de esta historia: el ser humano. Y el protagonista los ha desairado. Los ha dejado pasar sin siquiera leerlos o sin siquiera saber de su existencia. Pocos, muy pocos dedican su tiempo a explorarlos, disentir o aprobar, e indagar nuevas líneas de pensamiento conforme el aquí y el ahora. Incluso, a su manera, los que no saber leer.

Lo que me llama la atención son las limitantes que se impone el ser humano para no crecer ni evolucionar hacia estadios superiores de pensamiento y de acción, siendo la especie que ha evolucionado y basado su progreso (palabra clave no existente en las especies animales) en su forma de ser, pensar y hacer. Antes y después de Platón, muchos pensadores y filósofos diseccionaron al ser humano y sus posibilidades, abrieron sus venas y escudriñaron su cerebro. Han buscado generalizaciones conservando siempre la particularidad y la individualidad como constantes de la indefinición y la incertidumbre que les es común.

Así y todo, sigue faltando la intención de encontrar caminos para una mejor forma de pensar, colectiva e individualmente, de la cual derive una mejor forma de ser y de hacer. Recuerdo a don Alejandro, el filósofo del pueblo donde trabajé mi segundo año de servicio (1972), en las entrañas de los bosques y ríos de Hidalgotitlán. Él no sabía leer ni escribir y algunas palabras no las podía pronunciar bien, pero siempre daba gusto escucharlo cuando le hablaba a sus compañeros ejidatarios para orientarlos sabia y paternalmente.

Don Alejandro fue un caso especial. Con la pureza y la ingenuidad del campo, pero con la agudeza para comprender las diversidades de la naturaleza humana. Para ser capaz de orientar en su comunidad apartada del bullicio de la “civilización”, y no perderse ni disminuirse en la algarabía de la ciudad de Minatitlán o Coatzacoalcos. Don Alejandro fue un hombre probo, como pocos. Sin justificaciones ni pretextos para cubrir sus fallos. Honesto en su decir y en su hacer, lo cual sería la máxima aspiración de quienes en la historia del pensamiento han dedicado su valioso tiempo a esclarecer la compleja naturaleza humana.

Esto nos lleva a reconocer que hay seres humanos que no cuidan sus actos ni su forma de pensar, desde los “muy preparados” hasta los analfabetas, mismos que no muestran ética ni piensan en los demás cuando actúan. En el rango entre ambos extremos, lo que más abunda son los descuidados, los que no tienen interés en lo que les rodea, salvo para obtener un provecho. Los que no cuidan en lo absoluto los valores humanos ni la esencia de la humanización que se construye pero sigue inconclusa.

Los avances de la ciencia y la tecnología no son avances en la calidad humana, aunque ayuden a obtener una mayor calidad de vida. La calidad humana está en el interior de la persona, en la manera que ha logrado superar sus instintos, doblegar su herencia genética, controlar su yo interno, ponerle freno al caballo desbocado de sus pensamientos, y pensar como parte de una comunidad.

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