El concreto muerto
Héctor M. Magaña
Desde hace varios días he visto el aumento de noticias y videos en los que la ciudadanía ha mostrado su preocupación y consternación por la tala de árboles que ha ocasionado los nuevos proyectos de urbanización en la ciudad. Los choques entre manifestantes, ciudadanos y el gobierno del Estado se han hecho notar. Por el momento el proyecto de la tala de árboles para la construcción de un puente peatonal está detenido, no obstante, estos eventos han dejado al descubierto los grandes problemas que derivan del diseño de la ciudad.
Los árboles y todos los procesos de “reforestación” se llevan en los parques y “zonas protegidas” pero la ciudad se está convirtiendo en una serie de estructuras grises y deformes donde el calor aumenta y donde también hay menos zonas de interacción y convivencia.
No cabe duda, es imperativo que se desarrolle una nueva forma de construcción que mejore a las ciudades. En el ámbito actual la ciudad que este lejos del bosque es una ciudad que está lejos de poder mejorarse. Hay ciudades de supervivencia, ciudades funcionales y ciudades de vivencia. Me temo que la nuestra, Xalapa, está más cercana a la primera. La urbanización es en este caso una especie de ídolo deforme del “progreso”. Ese fantasma que siempre recorre los discursos. El diseño urbanístico actual consiste en que entre más concreto pongas en una ciudad la habrás mejorado. Concreto muerto.
¿Por qué concreto muerto? Los tecnócratas no parecen darse cuenta que desde la pandemia de COVID-19 la ciudad debe pensarse desde nuevas formas. A diferencia de lo que se piensa, el desierto no aparece tras el cambio de clima, es el desierto lo que provoca el cambio de clima. El desierto de roca, concreto y arena es el que hemos creado en nuestra ciudad (incluyendo a la mayoría de México). ¿Somos incapaces de crear una arquitectura, un diseño realmente inteligente e innovador? ¿Estamos condenados a quedarnos en el desierto del concreto muerto?
La ciudad, desde la fundación de México siempre conservó una inspiración medieval. Serge Gruzinski nos recuerda en su libro sobre la historia de la Ciudad de México que «todo está mezclado, híbrido, irremediablemente contaminado y enriquecido por el otro.” Siempre y cuando ese otro sea humano pues estamos lejos de entrar en una nueva era de la política que se necesita con urgencia. No se puede concebir la política lejos del campo de la ciencia.
Si ha de haber una nueva arquitectura es una que también refleje o fomente nuevos valores culturales u espirituales. Vitruvio, el arquitecto, no es nada sin la antropología que lo envuelve. La educación, por ende, no está alejada de lo que ocurre en los procesos de urbanización actuales. Vivimos en la era de la educación por “competencias”, y, ¿no hemos visto, acaso, como nuestras ciudades se han vuelto una competencia contra el mundo natural? ¿No hemos visto como los árboles deben estar en parques y áreas verdes, lejos de la ciudad? La tumba de concreto es un sitio donde no brotan flores.
Ante la educación de competencia que tenemos, debemos recordar que Lynn Margulis (1938-2011) quien fue investigadora en del campo de la evolución en células eucariotas, descubrió que las formas de vida se desarrollan a partir de la simbiosis y la colaboración mutualista, no a través de la competencia. La arquitectura debe considerar que las ciudades no pueden ser ajenas a la biomasa que circunda el planeta.
Cuidado con los discursos que ponen la naturaleza “en otra parte”. Es una es truco macabro. No existe ninguna “otra parte”. La ciudad pensada lejos de la vida, como si fuese necesario limpiarla de esta, es un absurdo. El individualismo antropológico debe ceder paso a un modelo de cohabitación entre humanos, plantas animales, y cosas (con “cosas” me refiero también a la tecnología que está cambiando la sociedad, pues no podemos permitir una ciudad con marañas de cableado que son síntoma de una deficiencia en el uso de espacios).