Montesquieu en el château de Chapultepec
Héctor M. Magaña
Hay una tendencia que está resurgiendo en las campañas por las elecciones de 2024: adoptar un discurso “pluralista”: los migrantes son catalogados de “latinos” (como si la distinción entre venezolanos o salvadoreños no fuese importante). El cono sur y central son todos uno mismo: son arrimados, flojos, o parásitos. Existe también la tendencia a aceptar la cultura nativa como un “estilo de vida” y no como una cultura propia con sus tradiciones, historia y cosmovisión. Se es nativo por elección simplista u arbitraria.
En resumen: frente al “Otro” que no es el mexicano de clase media, urbanita y que no pertenece a eso que Vasconcelos llamó “la raza cósmica”: el mestizo mexicano que viene siendo enaltecido por el discurso intelectual del siglo XX, no existe un problema real. El eterno “Otro” es solo una anomalía, una curiosidad de la que los políticos exhiben su conocimiento usando guayaberas, huipiles, o minimizando el papel de las muertes de inmigrantes en camiones de carga.
La política mexicana es una sustancia homogénea que ya perece, o parece estar rancia. Es notorio que muchos discursos de los políticos no tienen nada que ver con los nuevos tiempos. No hay gran diferencia entre los problemas ambientales, sociales y culturales. El discurso simplista predomina. “El gobierno despótico, al contario salta a la vista, es simple, es uniforme en todas partes: como para establecerlo basta la pasión, cualquiera sirve para eso.” Similar a Pablo de Tarso quien, llegando a una Roma totalmente decadente en sus valores espirituales, comienza a predicar un total rechazo al complejo intelectualismo de la época. Para la salvación: ¡Adiós a la filosofía! Para nuestros políticos: ¡sálvate tu sólo! (autoayuda).
Montesquieu no nos ha abandonado, no ha muerto. Desde de su château observa. Vivió en el siglo de los déspotas ilustrados (Catalina II, Federico de Prusia, Marqués de Pombal, etc.) y solo pidió a los gobernantes templanza: “La templanza es, pues, el alma de esta formación de gobierno. Entiendo por templanza, la moderación en la virtud; no la que es hija de la flojedad del espíritu, de la cobardía.” Muy lejos de les exabruptos ante periodistas que tienen ciertos candidatos.
Antiguamente los monarcas despóticos eran espíritus siniestros, tal como el cardenal Richelieu, que regían con mano dura el panorama europeo. Era una Europa llena de Leviatanes. El México de la era de Twitter, de las fake-news, se asemeja a “espíritus inquietos” que “han creído que las necesidades del Estado eran las necesidades de sus almas pequeñas.” No obstante, ante la caricatura que representan sus figuras, no debemos bajar la guardia. “La política es una lima sorda que va limando lentamente hasta lograr su fin.”
¿Qué más enseñanzas podemos extraer del autor de El espíritu de las leyes? El barón de la Bréde no era ajeno a la situación política de lo que era el mundo conocido de ese entonces. Conocía gracias a los viajeros jesuitas la política de China, era conocedor de la ética confuciana, de la corte de la dinastía Tang. Informado de la situación de México, Perú, Japón, Siam; Montesquieu fue un auténtico espíritu cosmopolita. Sabe que las costumbres, las tradiciones, el clima y la geografía influyen en los gobiernos (una gran diferencia entre la actualidad mexicana que parece actuar como si los nativos o migrantes viviesen en Otro-México). Siendo hijo de su tiempo, Montesquieu no pudo librarse totalmente de los prejuicios iluministas de Europa, aun así, hay un deseo de comprender al Otro.
¿Cómo es el despotismo en México del siglo XXI? Montesquieu nos comparte el siguiente aforismo que rebosa actualidad: “Cuando los salvajes de Luisiana quieren fruta, cortan el árbol por el pie y la cogen. He aquí el gobierno despótico.”
Concluyo: el panorama político mexicano puede correr el riesgo de convertirse en la pintura de Eustache Le Sueur de 1649: La predicación de San Pablo en Éfeso. Un orador seductor y simpático que con sus palabras simples y vacuas seduce a las más masas para lanzar todo el conocimiento que tenemos al demonio. Las llamas de la pintura de Le Sueur queman libros de astronomía y matemática. Las llamas de ahora devoran desde Montesquieu hasta John Rawls o libros de indigenismo, desconstrucción, geopolítica, biopolítica, teoría queer u colonialismo. Lo complejo del mundo asusta a sus espíritus simplistas.
Eustache Le Sueur – La predicación de San Pablo en Éfeso, 1649