Kafka y los divinos detalles en los exámenes de permanencia

 

Por Miguel Angel Olivo Pérez [1]

Pregunta una profesora de primaria a otra:

–¿Cómo te fue en el examen?

–Fatal. En la plataforma me pidieron subir las evidencias del segundo bimestre de dos alumnos, uno con calificación baja, y otro con alta, así como la planeación argumentada del quinto bimestre. Para colmo no había lugar ni procedimiento ni nada para subir en la página tales cosas.

–Nooo, pues así quieren que te agarre el toro por los cuernos.

(Experiencia de lo real en una escuela primaria oficial del DF).

 

 

Introducción

Quizás no se deba a la casualidad que el famoso psicoanalista Jacques Lacan haya denominado “Toro” a la figura tridimensional de la dona, dada su semejanza con los cuernos perfectamente volteados contra sí mismos (Lacan, 2011, p. 79). Como si en lugar de que nos agarre el toro, nosotros lo agarraramos por los cuernos y torcieramos el arma más preciada de este animal contra sí mismo. Operación no tanto improbable como imposible, de atravesamiento del fantasma y logro de la cura, en la afanosa búsqueda de los conocimientos que permitirían obtener una calificación al menos aprobatoria con tal de no ser despedido del trabajo.

A partir de la puesta en vigor de los exámenes de permanencia en México durante los últimos meses, los docentes de educación básica se han enfrentado a una serie de procesos subjetivos que han sido mucho menos reflexionados y explicitados en comparación con las realidades fácticas, como por ejemplo el trabajo concreto en las plataformas digitales o en el aula con los alumnos. Se podría decir incluso que el psicoanálisis puede explicitar mejor que muchos otros enfoques, los sufrimientos y goces que se desencadenan en los procesos de evaluación docente. De aquí la importancia de mostrar las ilusiones invocadas e involucradas al momento de resolver los exámenes de permanencia, en tanto suponer que sus ítems se refieren a una realidad por completo objetiva, a la cual supuestamente sólo hace falta conocer para poder obtener el mayor número de aciertos en los exámenes. Dichas ilusiones, así como los sufrimientos a los que dan lugar, pueden entenderse mejor considerándolos a la luz de lo que sucede a los personas víctimas en las novelas de Kafka (Pakman, 2011): puertas cerradas, laberintos interminables; el terrible sentimiento de sentirse un miserable insecto frente a poderosas e impredecibles fuerzas que después de una larga y angustiosa espera, un día nos dicen “sigues tú”. Llegando con ésa voz el momento de poner a prueba eso que durante algunas semanas “aprendimos”, en el sentido de aprehender, ya que, como más adelante veremos, la experiencia de estudiar y enfrentarse a resolver el examen de permanencia aún se encuentra lejos de un contacto productivo con lo real. Más accesible se presenta la palabra aprehender, en cuanto retención de información ya dada en su forma cierta e indubitable.

En el proceso los docentes se ven orillados a urgar en los detalles de lo que podría estar incluido en el examen. Reza una frase popular “el diablo está en los detalles”. Pero de la misma manera el yerno de Lacan adjetivó a los detalles como divinos (Miller, 2010), ciertamente en semejanza a la sensación a la que solía arribar Cantinflas cuando después de discurrir por intrincadas reflexiones en las cuales no estaba ausente la dialéctica y los ingeniosos juegos de palabras, de pronto daba con la solución y señalaba: “!Ahí está el detalle!”. Tampoco está muy lejos de la casualidad que frente a la acusación de que en los exámenes se pretenda homogeneizar la realidad, se hayan levantado en la opinión pública varias voces en defensa del respeto a los contextos en que se desenvuelve cada escuela. Y es que la operación de rasurar, de hacer tabla rasa de la realidad negando lo real (Stavrakakis, 2010, p. 31), o sea de aceptar convenciones pero no lo que las contravenga, es propia de los otrora regímenes burocráticos totalitarios.

La interpretación más común de la legitimidad de la nueva Ley, es que su obligatoriedad se deriva del ineludible deber de los maestros de profesionalizarse en una lógica académica. Es decir, de adquirir las habilidades y los conocimientos que exigen las circunstancias actuales en nuestro país. El problema reside en cómo se entienden tales conocimientos y habilidades. Si son considerados en relación con lo establecido —como es el caso de la forma en que fueron diseñados los exámenes de permanencia—, entonces el conocimiento objetivo es ineludible en un sentido fuerte. Es decir, de algo que se impone como definitivo de acuerdo a la lógica positivista de realidad inamovible, que sólo hace falta descubrir o informarse de ella. En cambio, si los exámenes son colocados en la perspectiva de lo nuevo real que surge de las realidades, la concepción cambia radicalmente; se altera incluso a tal punto que en la concepción positivista de los exámenes puede hablarse no solamente de una ignorancia de los contextos y necesidades concretos de la educación en cada tiempo-espacio, sino de una psicosis alucinatoria del orden del mundo. Un mundo en donde los problemas ya son identificados, definidos y fijados por la autoridades expertas, y por ende a los gobernados no les resta más que trabajar junto con ella para resolverlos. Pero ¿Quién dice qué es un problema? ¿Quién lo define? O más sustancialmente ¿En qué grado de modificación de las circunstancias establecidas se dirige la resolución de un determinado problema? Como puede advertirse, no es lo mismo concebir las cosas en función del orden que se establece en función de un problema concreto, que el orden concebido en definitiva de manera inamovible, sobre todo cuando dicho problema se organiza en torno a un problema abstracto, como lo es el orden en general considerado en sí mismo. He aquí el meollo de la cuestión, detrás de la cual subyace la paradoja de la coexistencia en nuestra sociedad de una democracia del “todo vale” junto con fuertes exigencias de imposición del orden de la Ley a toda costa.

Evidentemente, las consecuencias de dicha confusión son amplias y profundas, situación que inesperadamente se asemeja a la eterna indecidibilidad en que se mantienen los personajes que son víctimas en las novelas de Kafka: ante los exámenes de permanencia los docentes de educación básica, por más que se preparen en el fondo no saben a ciencia cierta qué esperar, pues como se verá líneas más adelante, la incertidumbre en que se les coloca resalta especialmente al momento de resolver las preguntas escogiendo una de entre varias opciones, que supuestamente se refiere al orden establecido como definitivo del cual hay que estar informado o es necesario descubrir. De aquí la importancia de cuestionar el supuesto de la autoridad y el orden al cual se exige a los docentes y a los ciudadanos plegarse, misma que lejos de partir de una horizontalidad, exhibe rasgos de despotismo académico. Veamos someramente el fenómeno desde la perspectiva histórica y después desde el arte y el psicoanálisis.

 

Las fuentes modernas de la legitimidad del orden

 Durante el siglo XX la obra de Kafka se desarrolló en estrecha relación con el fenómeno del totalitarismo. El Padre, la Ley, el Amo que distribuye gracias y castigos constituían figuras psíquicas que se encontraban presentes de manera especialmente intensa en el regimen nazi y en el estanlinismo, y en el caso de América Latina, las dictaduras, sean militares o disfrazadas de civiles. Una de las principales tareas de los regímenes autoritarios abusivos, fue mantener en vilo a sus gobernados a través de la creación de un clima de constante incertidumbre acerca de lo que advendría por parte de la autoridad, misma que en función del interés de su consolidación y las más de las veces más por capricho que de acuerdo a la conveniencia de las coyunturas, unas veces se mostraba terrorífica y otras bondadosa.

En la actualidad, en pleno apogeo de los discursos de la democracia y del libre desarrollo de las conciencias, parecen muy lejanos los tiempos en que la generación de nuestros abuelos presenció las diversas manifestaciones el poema del látigo (Badiou, 2006, p. 124), donde mientras el poder prometía la dicha en el paraíso definitivo, el arte se burlaba del mismo pariodandolo en el pasatiempo de cargar sobre el espectador la tarea de descifrar el mensaje de la obra que se cernía ante sus ojos. Así por ejemplo, la obra de Marcel Duchamp El gran vidrio, al igual que varias otras de la época, se avocó al arte abstracto de presentarse en primera instancia de manera opaca a los sentidos y la interpretación. Solamente a través de un arduo esfuerzo, les era dado a unos pocos acceder al mensaje contenido detrás de la apariencia informe y desorganizada de la obra de arte.

En efecto, hoy la situación de la autoridad pareciera contrastar enormemente con el denominado siglo de la bestia (Badiou, 2006, p. 29), pues no solamente tiende a hablarse más bien de Estados fallidos, de crisis de gobernabilidad o de problemas de legitimidad, sino además se han difundido las actitudes ambiguas ante el poder, así como las burlas y el escarnio público hacia los políticos. No obstante, tales libertades de expresión “democrática” se han mostrado reiteradamente como insuficientes para hacer tambalear la forma en que se desempeñan las lógicas de poder burocrático que sostienen las políticas públicas hegemónicas tanto en México como en el mundo, pues la autoridad ha pasado entonces a ocupar una posición mucho más agazapada en la ideología moderna. A tal grado ha sido así que los llamados teóricos de la política posfundacional (p.e. Marchart, 2009, p. 13), han propuesto diferenciar la política (que abarca las acciones y discursos políticos convencionales sobre las realidades establecidas) de lo político (que enfatiza los acontecimientos y el acto de invención política ante los mismos).

En efecto, ante la debilidad de los estados por detener las olas de violencia y crimen, presenciamos el surgimiento de un autoritarismo de nuevo tipo: un autoritarismo selectivo acerca de qué zonas protege y cuáles mantiene en tierra de nadie o en manos de mercenarios de cualquier clase (Badiou, 2016). Así, es posible advertir en un mismo país zonas y/o ámbitos de férreo control, al lado de otras en donde ni las políticas sociales ni la policía intervienen. Si acaso, esta última lo hace salvo cuando el interés de las élites del poder económico o político central se ve amenazado. La burocracia educativa no es ajena a este proceso de autoritarismo selectivo. Muestra de ello es la suspensión de los exámenes que durante varios semanas se dio en los estados considerados como focos rojos de la insurrección magisterial.

No está de más señalar por otra parte, que también la ciencia y la tecnología, fungen como poderosos factores coadyuvantes en la ideología de la administración despótica del orden establecido como libertad mercantil y de libres pero meras opiniones individuales. Dado que este tema llevaría lejos, vale la pena abreviarlo señalando la continuidad y persistencia de la epistemología positivista en la ideología académica predominante en la actualidad (Miranda, 1994). Ello, a pesar de haber sido científicamente declarado muerta desde hace casi cincuenta años, cuando afirmó Quine: “Hemos dejado de soñar en construir la ciencia a partir de los datos de los sentidos” (cit. en García, 2006, p. 72).

El imaginario sobre las máquinas, la coherencia lógica y en última instancia del orden, representa hoy en día, en términos metafóricos, “el contenedor de peces” (Veyne, 2008, p. 14) en el que estamos dentro y, salvo los escépticos, no podemos ver porque casi nunca salimos de dicho contenedor para darnos cuenta de que existe y cómo es. En consecuencia, aunque no se debe desconocer que el deseo de orden y armonía representa una de las más poderosas aspiraciones del alma humana (Weil, 1954, p. 25), ello no demerita la necesidad de distinguir entre la defensa de un orden enraizado en principios o ideales abstractos (que nada tienen que ver con lo real de las situaciones), y el orden que se construye y defiende a partir de axiomas de invención política capaces de considerar y hacer frente a lo real (Badiou, 2014, p. 84). Para decirlo en términos más llanos: no es lo mismo administrar una realidad a la que se exige obediencia ciudadana pero ciega, que enfrentar con creatividad lo real de las situaciones singulares.

 

La confusión múltiple y el Gran otro

En los mencionados exámenes, se pone en acción el juego del gato y el ratón, de descifrar el orden lógico detrás de una confusión deliberadamente presentada. Uno de los tipos de preguntas del examen de confusión múltiple que los docentes más recuerdan, es el referente a qué hacer cuando sucede determinado imprevisto relacionado con algún alumno: si se resuelve dentro del aula, si se le pide apoyo a otro maestro, si se le comunica a la dirección o si se les cita a los padres; existe consenso en que cualquiera de estas respuestas es válida, pero en el examen se exige que se escoja una sola, como si fuera la verdad definitiva en el sentido dogmático e irrevocable. Incluso de acuerdo a la experiencias previas de los profesores, diferentes combinaciones de acción pueden resultar mejores en determinadas situaciones, mientras que en otras no.

Tal y como hasta ahora han sido diseñados, los exámenes de permanencia operan en el nivel de la administración de lo establecido. O sea, presuponen una realidad que más que ser objetiva en un sentido de construcción frágil y por ello contingente y cuestionable (ya sea científica o de sentido común), se plantea como una objetividad fuerte en el sentido de pertenecer al orden de lo establecido por los expertos como algo inamovible y definitivo.

En específico para el caso de cada pregunta del examen de permanencia, se exige que los docentes contesten con la Respuesta adecuada con mayúscula. Es decir, que habría una y sólo una solución para cada ítem, mismas que es forzoso descubrir como si ya desde siempre estuvieran en algún lado previamente; incolumnes, fijas, definitivas, y frente a las cuales no se puede hacer nada más que aceptarlas en el marco del espiritu positivista muy propio de nuestra época. Tal forma de plantear la realidad enfatiza el orden en lugar de aperturarlo a lo nuevo, a lo real de las situaciones. Con ello, la simple descripción, la mera intelegibilidad previamente concebida de las cosas, es puesta muy por encima de la invención ante lo inesperado de las situaciones. Así, la máxima ideológica del “orden a toda costa”, es priorizada al precio de negar y matar la creatividad y sensibilidad ante las situaciones insólitas.

Otro ejemplo es cuando una pregunta despliega en diferentes enunciados sus exigencias, y en tal despliegue se incluye repentinamente otra pregunta que nada tiene que ver con la primer pregunta, pues ésta segunda pregunta se encuentra en otro nivel lógico, y en el momento de solicitar al maestro que seleccione entre varias opciones la respuesta, la famosa “confusión múltiple” se presenta para que el concursante realice su respectiva reducción obtenida mediante el razonamiento lógico pretendidamente “adecuado”. Podría argüirse (y de ninguna manera argumentarse), que este tipo de preguntas intercaladas confusamente, responde a una exigencia de que el maestro sepa por ejemplo, jerarquizar adecuadamente, o de que posea el conocimiento adecuado suficiente para reconocer la tipicidad de una pregunta conformada de acuerdo a discursos circulantes en documentos oficiales. Sin embargo, no es lo mismo confusión que complejidad, pues esto último designa algo que aunque sea difícil de entender, es inteligible en el marco del discurso que lo cobija, mientras lo confuso, como la arena, simplemente no se puede aprehender más que en pequeños puñados, pequeños detalles que pueden ser confundidos como divinos.

Traducido lo anterior al lenguaje del psicoanálisis, se trataría de un Gran otro que funge tanto de guardián del orden como de repartidor de premios y castigos. Es decir, prevalece la figura del policía por sobre la del profesor. Esta vez el segundo fungiendo como siervo del primero. Se trata del predominio del “Amo cabrón” (Díaz & Stiefel, 2002, p. 70) con sus exigencias impuestas por encima de cualquier necesidad de atender con creatividad lo singular y lo nuevo de las situaciones.

Por las razones anteriores, se hace necesario atender a las diferencias mínimas (Badiou, 2006, p. 79) contenidas en los divinos detalles (Miller, 2010), que en cada situación concreta caracterizarían la capacidad para distanciarse del amo que se impone como Otro absoluto en los exámenes de opción múltiple y, correlativamente, para profesionalizarse con ética en la docencia. Ello, instalándose en la apertura a lo real contenido en los fenómenos específicos abordados en dichos exámenes. De aquí el valor de lo simbólico que nos mantiene unidos a los significantes, los cuales en su carácter de estímulos de búsqueda existencial, circulan incesantemente en la sociedad. Mientras que lo real, a diferencia de la realidad, nos mantiene despiertos y creativos ante las inconsistencias del mundo.

 

 

Referencias

Badiou, A. (2006). El siglo, Buenos Aires: Manantial.

—- (2014). Filosofía y política, Buenos Aires: Amorrortu.

—- (2016). Nuestro mal viene de más lejos, Buenos Aires: Capital intelectual.

Díaz, J. & Stiefel, B. (2002). El trabajo por objetivos con los diagnosticados con psicosis, Madrid: La Llave.

García, R. (2006). Sistemas complejos. Conceptos, método y fundamentación epistemológica de la investigación interdisciplinaria, Barcelona: Gedisa.

Miller, J. (2010). Los divinos detalles, Buenos Aires: Paidós.

Miranda, P. (1994). Apelo a la razón, México: Universidad Autonóma Metropolitana Iztapalapa.

Lacan, J. (2011), El sinthome. El seminario 23, Buenos Aires: Paidós.

Pakman, M. (2011). Palabras que permanecen, palabras por venir, Barcelona: Gedisa.

Stavrakakis, Y. (2010). La izquierda lacaniana. Psicoanálisis, teoría, política, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Veyne, P. (2009). Foucault. Pensamiento y vida, Barcelona: Paidós.

Weil, S. (1954). Raíces del existir, Buenos Aires: Sudamericana.

 

[1] Doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México. Actualmente es profesor de tiempo completo de la Universidad Pedagógica Profesional. Autor de los libros: Los niños vulnerables, Gedisa (2013), ¿Hasta dónde saben los docentes? UPN (2011) y Vendedores ambulantes en la ciudad de México, UAM Iztapalapa (2010). Miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores. Ganador del Premio Nacional de Investigación Laboral en 2006, con la obra El trabajo lábil. Trabajo y familia en el noreste de la Ciudad de México.