Roquina
A mis hermanos Migue y Martha
Me ofreció sus años y le robé su juventud; me dio su vida y le arrebaté su cariño. Me vio crecer y yo a ella; crecimos, lloramos, reímos, sufrimos, luchamos… siempre juntos. Me hizo existir, igual que a mis hermanos.
Madre inteligente. Mujer de carácter. Señora con temple, con visión, con esperanza, con alegría y tristeza. Compañera que recorre los minutos viendo la tierra en su andar. Alumna de esa escuela de la vida que enseña con el palpitar de la gente. Maestra sin aula, sin cuaderno, sin lápiz, sin pizarrón… mil enseñanzas.
Franca en su palabra, esa que hiere en el alma, siendo la verdad. Cariñosa en su decir, ese que cobija en cada momento. Sincera con sus ideas expresadas en la plática o en el susurro. Combatiente ante la adversidad y responsable ante el compromiso.
Día con día conjuga el verbo trabajar; adora el verbo platicar; detesta el verbo confrontar y se permite el verbo andar. Cuenta sus cuentos, platica sus anécdotas, suspira sus vivencias, cuenta sus recuerdos… defiende sus ideas. Creyente, si, de esas, sus ideas…
Nació en el treintaicinco. En su niñez vivió la pobreza del pueblo y el cariño de su madre en La Joya. Consiguió estudiar hasta tercero –dice- y presume sus conocimientos. Añora la casa de teja, la lumbre de leña, el brasero y el comal que la abuela usaba con recelo. Recuerda el catre en el que tuvo sus primeros sueños de niña, y la radio que escuchaba hasta las siete de la noche en que se perdía la señal o se descomponía algún bulbo.
Joven aún se atrevió a darse tiempo para la maternidad. El siglo pasado lo aprovechó para formar a sus hijos (mis hermanos y yo). Lo hizo pensando en que eso –todo- sería lo mejor. Siempre bajo su cobijo… siempre. Sola y con nosotros.
Hoy, con el paso de los años, en la vejez, la veo caminar con su bastón (bordón, corrige ella). Con ese paso lento que sólo el tiempo, la experiencia y la sabiduría dan. Ese rostro arado por los años da cuenta de lo dicho y lo callado; es la huella que habla con sólo mirarle. Sus párpados caídos, como cuidando la vista que permanece casi intacta a sus setenta y seis años, son testigos de lo que ella ha visto o dejado de ver en todos sus días y sus noches. El vaivén de sus largas faldas nos permiten verla viva al lado de esos colores que son su gusto latente, provocador, vistoso. En ese andar vive lo cálido de la ciudad y lo frío de la montaña, y se mueve.
Madre que recorre paisajes acompañada del viento (andante); confía al desconocido su historia (coversante); pone ideas innegociables (dominante); inventa pasajes impensables (imaginable). Roquina suspira la soledad que le acompaña; transpira el recuerdo que le asecha; promete la visita recurrente; añora amistades ausentes. Señora que viaja para no olvidar; olvida para no llorar; llora para no sufrir; sufre para alcanzar el milagro de vivir con ella, con quienes quiere, con quienes están.
Sus canas, seguro estoy, me reclaman eso que aún puedo darle… amor.
sinrecreo@hotmail.com