La escucha, el frágil pilar de la democracia
Por: Mario Evaristo González Méndez
El término «escuchar» tiene su raíz en los verbos latinos auscultāre e inclināre, tomando el significado de inclinarse para aplicar la oreja; así, escuchar es disponer el sentido del oído para prestar atención a un sonido específico. ¿Cómo aprendimos a escuchar?, ¿cómo decidimos qué escuchar y qué no? Hay todo un compendio de textos científicos, académicos y literarios en torno a esta capacidad que, en mi opinión, se acerca más a un arte: el arte de la escucha, pues se aprende, se cultiva y tras el acto de escuchar uno se percibe más humanizado, más espíritu encarnado.
En nuestros días es cada vez más difícil escuchar. Estudios realizados sobre la dimensión sonora de la vida del ser humano, exponen el efecto negativo del ruido, entendido como “una señal sonora indeseable que interfiere con los sonidos que se desean escuchar; y en entornos urbanos, es un fenómeno que condiciona la calidad de vida en la ciudad” (DeGortari, 2019) Canales (2017) explica: el aumento del ruido en el mundo contemporáneo no sólo ha provocado cambios notables a nivel fisiológico y neurológico sino, sobre todo, trastocado la forma de entender la relación con nosotros mismos y con los otros; el ruido, como un elemento consustancial al desarrollo tecnológico y de la sociedad de masas, ha sido uno más de los factores que ha provocado una profunda transformación en la subjetividad del hombre contemporáneo.
La situación política de nuestro país —y del mundo— está en serias dificultades. Las instituciones que administran el poder político carecen de capacidad para unificar la identidad del pueblo, es un efecto con múltiples causas, pero la principal, según pienso, es la crisis antropológica que tiene su raíz en el egoísmo, defecto que trastorna los sentidos y engendra delirios que, sin la debida cura, terminan por enfermar a la persona y su ambiente.
El egoísmo es también la cuna del ruido; hombres y mujeres excitados por la falsa percepción de autosuficiencia, generan un sinfín de ruidos para llamar la atención de la audiencia e imponer su voz como verdad indiscutible.
Los actores políticos de nuestra época, esclavos del mercado y la publicidad, se caracterizan por hablar mucho y, generalmente, hacerlo mal. Responden lo que no se les pregunta e ignoran o prefieren callar las respuestas que se les exigen; pero el defecto mayor de su acto político es promover la democracia sin ser demócratas, invocar el diálogo como recurso democrático cuando, de hecho, no saben dialogar. Quizá nadie les ha enseñado.
Los ciudadanos, excitados por los ruidos del quehacer cotidiano, no atendemos los deberes públicos por procurar la satisfacción inmediata del hambre o de la lujuria, de las carencias o del lujo. Pobres y ricos compartimos este vicio, porque el egoísmo, lo mismo que la generosidad, crece tanto en barrios marginados de la periferia, como en zonas residenciales exclusivas.
La democracia no es pretexto para hablar, sino motivo para escuchar. El diálogo es el puente que permite el intercambio de sentidos y significados, de aspiraciones y posibilidades, de ideales y concreciones; pero ese puente tiende a derribarse por el frágil perfil del pilar fundacional de la escucha.
Todos queremos tomar la tribuna, pretendemos expresar nuestro parecer, pero no estamos dispuestos a escuchar porque eso significa ceder, renunciar a la arrogante presunción de saber qué es lo mejor para mí y para los demás. Escucharnos es un imperativo para que la democracia no sucumba ante la tiranía que, en medio del ruido de pareceres, se levanta como única vía posible de redención.
Hemos sobreexplotado el recurso amplificador de nuestra voz en los derechos (que poco comprendemos) y en las redes de comunicación, es tiempo de valorar el recurso del silencio que cede tiempo y espacio para escuchar al otro, para reconocer su dignidad en mi silencio activo que discierne en su voz una llamada a trascender la reducción del yo viviendoun nosotros.
Urgimos de un perfil político que integre el arte de escuchar en su modo de proceder, no como acto de campaña, sinocomo un modo de existir consciente del nosotros que implica la acción de gobernar.
Referencias: Canales, J.C. (febrero 21, 2017). «El ruido y sociedad posmoderna», en e-consulta.com. Recuperado de https://www.e-consulta.com/opinion/2017-02-21/el-ruido-y-la-sociedad-posmoderna
De Gortari Ludlow, J. (enero 18, 2019). «Investigadora de la IBERO crea ‘decálogo contra el ruido’», en Rendón, P. (2019).
La mirada de la Academia. Universidad Iberoamericana-Tijuana. Recuperado de
https://ibero.mx/prensa/investigadora-de-la-ibero-crea-decalogo-contra-el-ruido